Opinión
Mes Sarmientino

El general Sarmiento frente a la cámara

 

 

Por Carlos G. Vertanessian * 

Como si a su multifacética voluntad no le hubiera alcanzado con ser maestro, diplomático, periodista, trotamundos, legislador, visionario, y hasta presidente de la República, Domingo Faustino Sarmiento fue, además, militar. No solo prestó servicio de diverso calibre desde su juventud adolescente y por más de cincuenta y cinco años, sino que en 1877 alcanzó el generalato, con el grado de Coronel Mayor, gracias a “un acto justiciero del presidente Avellaneda”, según el decir de Ricardo Rojas.

De su extensa galería de retratos fotográficos, al menos tres, lo muestran de uniforme militar. Para el primero de ellos, un daguerrotipo que pertenece al Museo Sarmiento, el sanjuanino posó luego de la batalla de Caseros (1852), a su retorno del Brasil, y tras recibir la condecoración en el grado de Oficial de la Imperial Orden de la Rosa. Esta es visible sobre su uniforme a “la francesa”, que luce con orgullo en honor a su rango de teniente coronel. Sarmiento se había provisto de un equipo europeo por demás completo, que incluía levita abotonada, guantes, quepí francés, un paletó en lugar del poncho, entre otras prendas y elementos de montar importados. Su aspecto, considerado en exceso pomposo, no podía pasar inadvertido, ya que chocaba de plano con el modo gauchesco de la oficialidad del Ejército Grande de Urquiza, lo que le prodigó, no pocas burlas.

Es así que protagonizó una escena con el mismísimo jefe entrerriano que, tras impartirle unas órdenes, aludió al penacho sobre su quepis: “Va a llover”, le dijo, se le “van a mojar las plumas”. Sarmiento recogió rápido el guante de la pretendida afrenta y, como toda respuesta, desprendió su paletó de la silla de montar y con un dejo de jactancia, cubrió su cuerpo con él. Quizás sea este vestir, considerado pomposo y arrogante, puesto en evidencia por su retrato daguerreano, lo que les brindara a sus detractores la excusa para atacar sus cualidades y méritos militares.

Según una tradición oral no confirmada, el siguiente retrato en uniforme militar habría sido tomado en París en 1867, por el estudio de Gaspard-Félix Tournachon, más conocido como Nadar. Este retratista de celebridades y de la realeza europea, operaba el estudio más afamado de la ciudad luz. Además de fotógrafo, Nadar tenía un espíritu temperamental y emprendedor como el del sanjuanino: periodista, ilustrador, caricaturista y aeronauta. Toda vez que se le presentó la oportunidad, Sarmiento eligió fotógrafos destacados en las ciudades y países por los que viajó, como el estudio de Eugenio Maunoury, filial limeña del estudio Nadar. Con este antecedente, no es difícil imaginar que Sarmiento recurriera al mismo francés, el que pudo verse atraído por esa personalidad emprendedora como la suya, y de quien pudo haber recibido referencias de lo más encumbrado de la sociedad parisina. Al igual que en su daguerrotipo de militar, en el retrato europeo posa de pie, con su bicornio en mano, y la Orden de la Rosa al pecho, que recibiera del Emperador don Pedro II junto a los generales Bartolomé Mitre y Wenceslao Paunero, por el combate naval del Tonelero, de diciembre 1851.

Poco después, en 1865, en su segundo viaje a los Estados Unidos, eligió posar para el competidor de Nadar en Nueva York, ciudad enlutada a la que arribó un mes después del asesinato del presidente Lincoln: “¡Qué espectáculo, qué ciudad –escribió obnubilado, a su hermana Bienvenida–, qué civilización y poder!”. Allí visitó el afamado estudio de Napoleón Sarony sobre la calle Broadway, quien lo retrató en un encuadre de primerísimo plano, de fulminante mirada, y que pone en evidencia una profunda cicatriz de su rostro, junto al labio.

A pesar de sus sobrados méritos castrenses, el hostigamiento de algunos medios satíricos, como los semanarios El Quijote y el implacable El Mosquito, que lo caricaturizaron sin descanso en actitudes simiescas y con uniformes de desbordantes charreteras, fue en detrimento directo de su carácter de auténtico soldado para el imaginario social. Entendido como pomposa vanidad, su vestir se refleja en un grabado poco conocido publicado por el anuario para 1878 de El Mosquito, un año después de que alcanzara el escalafón militar de General de la Nación.

La caricatura refiere una visita de Sarmiento al estudio fotográfico, con el pedido expreso de que el artista lo retrate “de General”, carácter con el cual firmaba sus artículos en el diario El Nacional. Al mismo tiempo, le ruega al fotógrafo no divulgar que posó de uniforme, porque afirma que “si ese pícaro Mosquito lo llega a saber, es capaz de caricaturarme una vez más, ¡qué diablos! Ya he sido bastante.” Para peor, en medio de la toma, su cuerpo se desploma sobre el piso, al no estar la silla “acostumbrada a soportar grandes personajes”. Detrás del general, y sobre el “apoyacabezas” –soporte de hierro que inmovilizaba al modelo durante la toma–, se observa su sombrero bicornio con penacho de plumas, eje reiterado de las picaduras injuriosas del implacable Mosquito.

Si bien rara vez vistió uniforme de manera innecesaria, y cuando lo hacía era –según Rojas– por mera “vocación estética”, la publicación de esta sátira coincide con el momento en que Sarmiento estrena su rango de Coronel Mayor de los Ejércitos de la República, promovido –como dijimos– por el presidente Avellaneda y con acuerdo del Senado.

En la tercera y última fotografía en la que viste su uniforme de gala, ahora como integrante del generalato, Sarmiento posa sentado con la mirada fija en el horizonte. Se destaca su uniforme de paño, con levita recta ornamentada con bordados de Coronel Mayor –luego General de División acorde lo dispuesto por la ley de ascensos de 1883–, el quepí con doble bordado, la escarapela albiceleste de mostacilla, y bocamangas en forma de punta, también con doble bordado. Asimismo, luce la infaltable condecoración que le otorgara el Emperador, la que junto a su espada, las espuelas de Lavalle y un estandarte tomado al enemigo “son los únicos recuerdos –le escribe con orgullo a Mitre– y los únicos trofeos adquiridos. Sin ellos, mi nombre habría sido borrado de las listas del ejército”.

La estampa del general Sarmiento tuvo su estreno ante el público porteño, ya como integrante de la Plana Mayor Pasiva y sin cargo efectivo alguno, cuando fue elegido para apadrinar la nueva bandera del Regimiento 11 de Infantería, glorioso cuerpo del Ejército Argentino que, junto a Granaderos, protagonizara la Campaña de los Andes y libertara Chile y Perú.

Así, a la hora fijada del 9 de abril de 1880, la unidad se encontraba formada en posición de descanso con su bandera al frente, a la espera del inicio de la ceremonia. Al escucharse el clarín en toque de atención, hizo su ingreso por la esquina de San Martín y Rivadavia el general Sarmiento, enfundado en su uniforme de gala, con su bicornio plumado, y del lado izquierdo, el sable que para la ocasión debía llevar según indicaba el protocolo.

El anciano caminaba con paso firme y ceremonioso ante una nutrida concurrencia que lo esperaba para propinarle injurias, influida por la prensa satírica y sus adversarios políticos. Sin embargo, tan pronto como se lo vio llegar, como lo describió Leopoldo Lugones, la gente se sorprende y “enmudece con estremecimiento de veneración. Luego prorrumpe en aplausos. Es que ha visto y sentido en aquel aplomo de viejo león que se presenta lo que no esperaba: un general”.

El general Sarmiento no solo se desempeñó a la altura de tan solemne ceremonia, sino que las palabras que pronunció desde la escalinata de la Catedral ante los presentes constituyen una magnífica arenga de soldado y, en el decir del historiador Miguel Ángel de Marco, “una de las más bellas oraciones dedicadas a la enseña patria”. Dijo: “Al poner bajo vuestra custodia esta bandera, contraeréis el compromiso de defenderla con vuestras vidas, y hacer que nuestros hijos, que formarán luego una nación de millones de hombres, la vean flamear al viento sobre el territorio que hoy cubre, y sobre millares de naves en nuestros ríos y los mares”.

Esta fecha puede considerarse, así, como la oportunidad en que Sarmiento, a pesar de la constante sátira y burla que fustigó su carrera militar, se consagró de manera definitiva e incontrovertible, como un genuino soldado, en el imaginario de los argentinos. Quizás valga como demostración del alto respeto alcanzado en ese momento de su vida el hecho de que el mismísimo Mosquito cesara –al menos por un instante– en sus ofensas, y que haya estampado su retrato en la portada del 5 de diciembre del mismo año de 1880. No se trató de cualquier retrato, sino de una copia fiel y directa de la fotografía que lo muestra en su merecido uniforme de general de la Nación.

* Historiador de la temprana fotografía rioplatense. Miembro de número del Instituto Nacional Browniano y del directorio de The Daguerreian Society, EE.UU.