Muchos observadores hablan hace tiempo del fin del capitalismo, o del fin del trabajo, del fin de occidente, del fin de determinada hegemonía o ideología. Incluyendo esta columna. Sin embargo, si se echa un vistazo a los fenómenos que vienen ocurriendo globalmente es más comprehensivo el concepto de que lo que está llegando a su término o terminó ya, es la democracia.
Esa palabra, ese contrato, ese mágico compromiso anticavernario, fue el talismán invisible sobre el que giró la esperanza, la expectativa y el progreso de los pueblos en los últimos 200 años. Finalmente, un acto de fe. Si bien muchas ideologías, prácticas, abusos, guerras, locuras, dictaduras, ocios, intereses, perversiones y ambiciones se encargaron de atacarla, tratar de limitarla, eludirla o eliminarla, la esencia, el espíritu encerrado en ese concepto fue hasta hace poco la garantía básica que cualquier individuo esperaba de la sociedad de un país, tanto para vivir en él como para radicar su industria, invertir sus ahorros o su trabajo.
Aún dictaduras horrendas y alevosas mantuvieron algún tipo de formato de ese estilo, o alguna parodia. El comunismo soviético primero, y el chino después, recurrieron a la figura del partido único, una hipocresía que intentaba respetar la idea democrática aun cuando fuera evidente que se trataba de una ofensiva usurpación de nombre. El mismísimo diabólico Hitler fue elegido democráticamente, más allá de su accionar posterior. Amigos y enemigos de Occidente tomaron muchas veces por ese camino hipócrita de usurpar la denominación de sistema democrático, aunque no lo fueran. Fidel Castro, (tanto cuando fue apoyado por EEUU como cuando no), Marcos, Saddam Hussein (en su etapa proamericana y en la otra), La República Democrática Alemana, una burla afrentosa, la República Democrática de Corea del Norte, otra burla, sin intentar aquí historiar ni inventariar, sino sintetizar una idea.
Los 30 años de globalización, los más fecundos en materia de reducción de pobreza y desigualdad de toda la historia, se basaron en la creencia-pacto de que una apertura comercial, una reducción de las restricciones proteccionistas y una igualación de los sistemas comerciales y financieros globales, conduciría a un proceso natural de democratización de las potencias totalitarias, como efectivamente pareció indicar la tendencia. Una continuidad del acercamiento de Nixon y Kissinger a Mao, cuyos sucesor Deng Xiaoping supo transformar en bandera y que cimentó la China moderna.
La llegada de dos delirantes y ambiciosos megalómanos como Putin y Xi Jingpi, unido a la falta de estadistas capaces en Estados Unidos, llevaron a aquellos dos países a volver a prácticas dictatoriales extremas y a los americanos al proteccionismo e intervencionismo estatal, con lo que la esperanza de usar el comercio y la integración industrial como mecanismo de generalización de la democracia ha fenecido o se ha quedado sin oportunidades.
ESPERANZA
La democracia tiene un contenido, a la vez una consecuencia, que resulta central y esencial: la libertad. Hay allí una sinonimia, una ósmosis, una simbiosis, una identidad que molestará a muchos. No es posible concebir a la una sin la otra, y viceversa. Lo supo exponer brillantemente Hayek en su Camino de Servidumbre, que es mucho más que un ensayo sobre la imposibilidad de aplicar un modelo de economía estatal de planificación central, es un estudio y un panegírico de la libertad en sentido integral, justamente.
Esa esperanza, esa promesa, esa luz, es la que se ha perdido, cualquiera fuese el cartabón que se usare, cualquiera fuere el país que se analizara. La democracia contiene, desde su teoría y desde sus orígenes, principios que no se pueden dejar de aplicar a riesgo de tomar su santo nombre en vano. La simple definición de almacenero de que la democracia es el gobierno de la mayoría no sirve, y no sólo no sirve, sino que lleva a la tiranía de la mitad más uno, la dictadura tremenda de la mayoría. Justamente lo que intenta evitar la democracia: el gobierno del malón, de la imposición, de la masa, de la calle, del grito, de la pedrea. Esto es particularmente cierto cuando ese tipo de abusos estadísticos, como diría Borges, se aplica a una reforma constitucional, que, de eliminar las mayorías calificadas, llevan a imponer mecanismos que esclavizan a partes sustantivas de la población, cuando no a todas.
O a leyes confiscatorias o arbitrarias. O a las Asambleas, los Congresos del partido, como en China, o cualquier otro mecanismo que permita legalmente o rebuscadamente imponer la voluntad de quien gobierna, sin garantía alguna de equilibrio. Cuando se hablan de las atrocidades de Maduro, (que pareciera son menos graves desde que llegó a alguna clase de acuerdo petrolero con EEUU) se omite decir que todos y cada uno de sus abusos han sido cometidos constitucional y democráticamente. Entendiendo por democráticamente lo que entiende Maduro y su constitución ad hoc como tal.
También la democracia contiene otra suposición-compromiso: si todos han de ser iguales, debe haber al menos un mínimo de educación que una sociedad se compromete a brindar y un ciudadano se obliga a recibir para poder participar de sus decisiones políticas y aún del logro de su propio bienestar. La exclusión de responsabilidades del ciudadano que se advierte en prácticamente todos los países no garantiza el bienestar de nadie. Garantiza la pobreza y hasta la miseria general en poco tiempo.
PACTO DEMOCRATICO
La democracia también es contemporánea y sinónimo de otros principios: el republicanismo, que no consiste en tener un sistema presidencial o en autodenominarse república, como quieren definir algunos, sino en tener un sistema de poderes que se controlen entre sí, entre ellos un sistema de justicia que no dependa de los funcionarios electos, de los partidos o del votante, que puede ser fácilmente engañado usando o canalizando su indignación, su odio, su miedo, su envidia, su fanatismo o su temor inculcado a autosustentarse. Alterar ese principio implica quedarse sin democracia en poco tiempo.
El pacto democrático también incluye la calidad intelectual, técnica y moral de los políticos que aspiran a un cargo. Como cada vez es más inocente aspirar a una auto selección o a una autoexclusión, la trilogía de poderes anterior no debe ser soslayada, a riesgo de que se corrompa rápidamente toda gestión y con ella toda credibilidad. Los diversos cambios en los criterios de la democracia griega obedecen a esa búsqueda y al intento de purificar las conductas. Para los griegos, el cargo público es un sacrificio, un servicio, una carga durísima, como la propia etimología de “cargo” lo indica. En un momento en Grecia los postulantes se anotaban en una lista llena de prerrequisitos, y el candidato era elegido por sorteo, una especie de crítica anticipada. También un principio elemental de pureza. En otro momento, los máximos gobernantes gestionaban por sólo un año, y luego debían marchar al ostracismo con su familia más cercana por cinco años, para no influir ni tener peso sobre las futuras estructuras y decisiones.
PODER SINDICAL
Se debe a una estrategia marxista o neomarxista, (englobando en ese nombre a todos los pensadores que surgieron tras el fracaso estrepitoso comunista o al filo de él, las ideas de la asamblea arengada (como en los sindicatos), la de democracia directa, la de democracia popular, la de democracia de masas, la pedrea, la “toma de la calle” y similares. Plasmado, como ya se dijo, en todos los apodos hipócritas conque esa ideología trató siempre de bastardear o condicionar el concepto de democracia, o de transformarlo en un número de instancias complejas, hasta llegar a alguna Asamblea nacional y popular, a algún Congreso de Partido o a algún partido único dueño de las bancas, o algunos de esos trucos. Del mismo modo que la mayoría de los países totalitarios se denominan orgullosamente “República” descontando y suponiendo que el resto de la humanidad les cree.
Hasta aquí un repaso comprensible de conceptos políticos. Pero ahora se puede pasar a lo que ha ocurrido en Argentina y desde allí proyectarse al mundo. Finalmente, el país es pionero del fracaso desde hace casi 80 años, no hay razón para que no conserve semejante privilegio global.
Entre 1946 y 1950 se construye una base política-económica basada en tres poderes. El poder sindical, el poder del partido y el poder militar, base del concepto mussoliniano. El poder sindical no tiene nada de democrático, no reúne ni una sola de las características que se acaban de describir, de modo que ha sido siempre, sin excepción, y en la medida de su conveniencia, negador o saboteador de la democracia. Con su sistema de renovación de autoridades por asesinato, como quedó harto probado en la época de su líder supremo del justicialismo. Se pueden recorrer miles de historias con nombre y apellido que lo demuestran, si hiciera falta a esta altura demostrar algunos de esos aspectos.
Ese sindicalismo, se ha dicho mil veces, impidió e impide el aumento del empleo y también fomenta el trabajo informal o en negro, verdadera plaga en el sistema nacional, que fomenta la verdadera explotación del trabajador. Uno de los tres pilares del movimiento peronista, como estableciera su fundador, no se maneja democráticamente en ningún aspecto, ni decentemente, ni patrióticamente.
PARTIDO PERONISTA
El militarismo en el poder es el estatismo por otros modos, con todas las consecuencias nefastas que eso conlleva y en el caso de la democracia, con escasa o nula predisposición a comprenderla, cuando fue influyente, antes de que se transformara el término castrense en castración y desapareciera su espíritu. Tampoco fue ejemplo de decencia durante sus mandatos. También hay nombres y hechos.
En cuanto al partido peronista o sus mil apodos, como saben los jóvenes y también los viejos, nunca fue democrático ni lo será por definición. Habrá que recordar que sólo Menem fue elegido en elección por las bases, y que la propia Cristina Kirchner llamó “el obstáculo electoral” a una elección de medio término. Pero también habrá que recordar, para ser justos, que los vicios del peronismo fueron reproducidos cada vez más generalizadamente por todos los partidos. Con algún truco más o menos disfrazado, con algún recurso demagógico, dialéctico o negociación solapada, todos los partidos se comportan como el partido del Movimiento, o, mejor dicho, todos los partidos se comportan como partidos. Por tentación, emulación o conveniencia.
Como ha sostenido hasta el aburrimiento -propio y de los lectores- esta columna, toda corrupción es multipartidaria. Esto vale tanto para el enriquecimiento personal, como para las claudicaciones políticas, tal como el acuerdo-reparto reciente entre el bloque de Juntos y el bloque del gobernador Kicillof que le aseguró al peronismo un cargo clave vitalicio en el Tribunal de cuentas provincial. También el hecho de que los políticos han decidido usar su carrera política como un Linkedín, un sistema de currículums que les permita colgarse del estado como si fuera una profesión rentable, lo que parece darles resultado, a estar por las ventajas que obtienen durante su gestión y aún de por vida. Sin contar otros perquisites, como dirían los americanos que son más finos que esta columna.
“La culpa es de la gente, que elige mal”, es la frase que se repite en todos los artículos, en todos los análisis, dentro y fuera del país. Seguramente que luego de tantos odios, miedos, desconfianzas, envidias, deseducación e indignación sembrados, de tantos encierros, subsidios, garantías, dádivas, planes, relatos, inflaciones “multicausales”, la sociedad no está predispuesta ni preparada para elegir bien. Pero si hubiera sectores que quisieran hacerlo, tampoco podrían. Los sistemas políticos no se lo permiten. Con la excusa que fuera, culpando a los otros bloques o archivando los proyectos, el sistema no permite elegir bien. Los partidos tampoco. La boleta única es un mínimo paso, que tampoco tiene miras de darse.
Los piquetes y la condescendencia que inspiran en los gobiernos, que hasta han aceptado que se sindicalicen –Marx temblaría– han llevado a la aberración de que un planero gane mucho más que un trabajador no calificado. Un despropósito que también descalifica al sistema electoral. Además de ser un torpedo bajo la línea de flotación de la democracia, porque no es aceptable la prepotencia. Justamente los políticos más tortuosos y peligrosos son los que se apoyan en el “control de la calle”. Ni mencionar que la prédica, otro condimento esencial, ha desaparecido del lenguaje político, y ahora sólo queda la promesa de felicidad instantánea, otra forma de deseducación.
De modo que cuando se dice que el argentino no cree en el sistema, que es lo mismo que decir que no cree en la democracia, es cierto. Pero tiene razones para no creer. La democracia para él es un político, un sindicalista, un puntero, un gobernador, un presidente o una presidente billonaria o un empresario disfrazado de pujante, pero entongado con todos los gobiernos. Y tampoco es serio hablar de patriotismo, disquisición romántica que, mágicamente, merece el desprecio intelectual de víctimarios y víctimas.
¿DONDE ESTAN LOS ESTADISTAS?
Como se sostuvo previamente, Argentina está en un estado de madurez del descreimiento y de podredumbre de la democracia. Pero si se analizan todos los demás países, prácticamente sin excepción, se observará el mismo derrotero, en distintas etapas de descomposición. Véase el desastre de Chile, tanto del reciente electo presidente -un incompetente- como del presidente anterior -un incalificable- a punto de aprobar una constitución que hará pedazos la democracia, no vía la letra, sino vía la legislación, cono ocurre en Venezuela, o Colombia, a milímetros de ser socia de Maduro en su cruzada de vasallaje, pobreza y dictadura. O Gran Bretaña, o Francia, confundidos en una discusión y una falta de grandeza política que los llevará a la pobreza sin vuelta atrás y a ser transformados en recua. O toda Europa, metidas por delegación en una guerra en la que sólo puede perder hasta desangrarse, y en un tratado contra el calentamiento global que garantiza la miseria. O tal vez India, o la propia China, que en breve no sabrán cómo alimentar, y menos curar, a su población creciente.
¿Dónde están los estadistas? ¿Y el patriotismo? Lagarde, von der Leyen, Georgieva, Harris, Warren, Ocasio-Cortés, Yellen, Powell, Johnson, Macron, aun Biden, ¿son lo mejor de que se dispone? ¿O están todos haciendo uso del Linkedin del ex primer mundo? Nadie advierte que esta vez los Lula o el Frente Amplio uruguayo llegarán para quedarse? Cada vez que se analizan las gestiones o las relaciones de los grandes líderes occidentales, se encuentran graves irregularidades que es mejor tapar. Y esto vale para cualquier partido o cualquier tendencia porque la corrupción es siempre multipartidaria. Esas sociedades, tampoco creen en la democracia. Así dicen sin decir los artículos de toda índole en todos los medios. Porque la democracia, concebida con su concepto inicial como un modo civilizado que tienen las minorías (todos somos parte de una minoría) de ponerse de acuerdo para gobernar decente y patrióticamente, ha terminado. Ha muerto. Están todos los políticos del mundo repartiéndose sus posesiones y despojos, como en una universal Zorba el Griego, si recuerdan la escena del velorio.
Con esos antecedentes, ¿cómo no va a intentar Putin su aventura dictatorial y de conquista? ¿Cómo no va a intentar China ir por Taiwan o acaso Irán o Pakistán vender algún sueño de conquista a su hambriento pueblo? ¿O la “República democrática de Corea” ir por Corea del Sur? ¿Quién se les plantará con las Tablas de la Ley a decirles “hasta aquí llegaron”? ¿Con qué autoridad política, moral, económica y hasta bélica?
CONFUSION DEMOCRACIA Y ESTADO
A medida que se ha ido confundiendo democracia con Estado, la primera ha desaparecido, y queda solamente la eterna ineficiencia estatal. La democracia ha muerto. Al reclamarle instantaneidad para solucionar todos los males o las aspiraciones de los ciudadanos, sin requisitos previos de los interesados como si ello fuera un derecho que nadie puede asegurar a nadie, al exigirle una igualdad que no existe en el universo ni en la naturaleza, se le pide un imposible. Se la condena a fracasar al no poder hacer un milagro. Al agregarle tantos adjetivos: popular, de masas, directa, ratificativa, de calle, de solidaridad, inclusiva, igualitaria, poliárquica, plebiscitaria, para acomodarla a las conveniencias de los políticos de turno, se le ha quitado toda validez y toda representatividad. Reina el estado casi feudal. Y la fatal burocracia - diría Hayek.
Los políticos ineptos han puesto a todos los individuos en alguna clase de frente de combate. Sin proponérselo, los individuos les responden despreciándolos. Y despreciando el sistema. Con toda justicia.
La democracia ha muerto. Tal vez ese sea el efecto buscado. Habrá que preguntarse si la libertad no seguirá el mismo camino.