Los analistas suelen decir que no creen en las conspiraciones, y entonces descartan apriorísticamente la idea de que existe un plan global de vasallaje y control social, tal vez para no aparecer como fabuladores, o por no tener suficientes elementos o análisis para atar todos los cabos, para probarlo o para no parecerse a las distopías de 1984, de Un mundo feliz, de La Aldea, de Wag the Dog o tantas otras. Puede lucir como un acto de cobardía intelectual, pero en realidad es un acto heroico. Hay que hacer un esfuerzo superior para no pensar en un pacto o un complot cuando se estudia a Bill Gates, por ejemplo, o cuando se analizan los discursos y peor, las decisiones de von der Leyen, para no concluir que se está en presencia de un plan global de destrucción del pensamiento crítico de la humanidad. (Imposible no proyectar ni recordar cuando se observa la mímica y el estilo de la füherina de Europa). Los advertorials pagos del fundador de Microsoft en Netflix, por ejemplo, serían el sueño de cualquiera de los grandes manipuladores sociales de la historia. Y también de los aduladores profesionales pagos, para decir todo. Ello, más allá de los circunstanciales negocios de todos los protagonistas influyentes en esta saga, apenas un avatar, en el sentido antiguo no virtual del término.
Einstein tenía un mecanismo aceitado y muy útil cuando se enfrentaba a la solución de problemas muy complejos: trataba de buscar la solución más factible al problema, la que mejor lo explicaba todo, y luego subdividía su tesis en demostraciones parciales que resolvía y probaba. Las que no comprendía, o las que intuía, pero no podía demostrar en ese momento, las colocaba entre paréntesis, para que nuevos hechos, o nuevos estudios, o nuevos avances, le permitieran completar la demostración. En el peor de los casos, esos paréntesis quedaban pendientes como un desafío para futuras generaciones que debían resolverlos.
Esa metodología no sólo le resultó muy exitosa, aunque en algunos casos le tomó un par de décadas encontrar la explicación científica a sus dudas, sino que fueron la base para que otros genios posteriores, como el extraordinario Stephen Hawking, completaran y ampliaran sus teorías y a su vez dejaran pendientes entre paréntesis nuevas incógnitas, hasta que alguna vez se complete el cuadro final. Pero lo valioso era que la línea central de pensamiento era la acertada.
A menos que se acepte la teoría de la marabunta o de las mangas de langostas, que parecen ocurrir sin orden ni plan alguno, pero finalmente terminan convergiendo matemáticamente en un proyecto siniestro y prefijado, no sería inteligente descartar la posibilidad de uno o varios acuerdos implícitos o al menos concurrentes entre sectores interesados o enloquecidos, quizás, que busquen maneras de crear un nuevo orden, que, como es fácil de sospechar, es un formato de esclavitud, vasallaje, miedo y servidumbre incompatible con la propia idea de sí misma que tiene la raza humana, tanto sobre su concepción como sobre su destino.
Para recurrir a la historia cercana, y no obligar al lector a bucear en el pasado más remoto, se debe volver a recordar el plan de Stalin, cuando descubrió que los niños estaban influidos por la educación de sus familias y entonces no era simple inculcarles su nueva doctrina social, económica y política. Entonces, en uno de los planes más malvados que se puede imaginar, separó físicamente a los niños de sus familias, los transformó en pupilos, en internados del Estado, y no solamente los indoctrinó en sus postulados, sino que los enconó con sus padres, al extremo de provocar delaciones, con su correspondiente purga y castigo mortal. Se está haciendo ahora lo mismo, pero tratando a toda la sociedad mundial como a infantes, lo que es peor, exitosamente.
Pártase de que todos los sindicatos docentes del mundo libre están hoy imbuidos por la subteoría trotskista, tan proclive y tan bien preparada para inculcar cualquier cosa. No sólo en cuanto a la pobre educación escolar a que se somete a los niños, (a veces en nombre de teorías disparatadas de expertos en hablar de educación, no en educar) que ya es una preselección de pobreza, desesperanza, resignación y odio. También en la barrera de la babel idiomática que se inventó sin que nadie hiciera demasiado para oponerse, o en el tramposo concepto de libertad y derechos que se les ha inculcado, que llega a otorgarles decisiones sobre su cuerpo a los 14 años. Eso, de uno u otro modo, ha permeado a la población mundial de cualquier edad, que compra el chupetín de sus sagrados derechos para reivindicar todo lo que no le salga bien.
Esa falsa libertad, y falso derecho, sin embargo, termina siendo aplicado a todos los temas, aún a la libertad. “Yo tengo derecho a segregarte a ti, pero tú a mi no”. O simplemente, “yo tengo derecho a tu riqueza”. Es una deseducación que trasciende el ámbito de la escuela, pero que ha invadido el derecho, los contenidos mediáticos, y definitivamente la calidad de razonamiento y espíritu crítico.
Un ejemplo fácil: una supuesta pandemia decretada por un incompetente sublimado no médico, improvisado al frente de la OMS, decidió que era un crimen no encerrar a toda la población mundial. Consecuentemente, todo gobierno pasó a encerrar a su sociedad y a perseguirla como en las escenas más terribles de las novelas o películas distópicas. Eso sólo es posible en sociedades ignorantes, o equivocadas, que es lo mismo. Pero en nombre de lo sagrado de ese precepto, inventado por un terrorista probado, burócrata de la peor incompetencia, otros y otras burócratas igualmente incompetentes, decretaron que la gravedad del aislamiento que ellos mismos habían provocado era tal, que no tenía sentido escuchar la prédica de prudencia económica y monetaria. Entonces exhortaron a emitir sin límite, y generaron la inflación mundial que está creando tantos pobres que ya no reflotarán. Difícilmente se encuentre tal muestra de manipulación colectiva basada en la ignorancia, (y en el miedo, una forma más rápida de ignorancia) con tan instantáneos y eficientes resultados. Se ha producido la más veloz destrucción de riqueza de los tiempos modernos en pocas semanas, y con eso se ha multiplicado el número de pobres del mundo, con lo cual se termina haciendo que ocurran las predicciones marxistas cuando ello ya se trataba de una etapa superada. Se ha vuelto al planteo de hace siglo y medio sobre la base de una formidable ignorancia y de acciones irresponsables. Eso es una acción coordinada y planificada mezcla de desinformación, inducción, deseducación y miedo.
Lo mismo pasa con la pandemia de reivindicaciones, que sólo sirve para crear más resentimientos, más divisiones sociales, más regalos y dádivas a todos los que se sienten con derecho a reivindicar su sueño, su preferencia, su desorden, su idioma propio, su derecho al escándalo y al piquete, y en especial, su derecho a cobrarle al contribuyente, (al que se llama estado para disfrazar la exacción) todos sus sueños rotos o a romperse, como si el contribuyente o la sociedad tuviera que ser multada o penada por mala conducta. Ese movimiento colectivizado, transformado en cancelación de quien alza su voz en contra en las redes, o en impuestos, deuda y emisión en todos los casos, también es un formato estalinista, una deformación de un sector de la sociedad amparada deliberadamente por núcleos de poder que siembran reivindicaciones como si fueran virus y luego las apañan. Y ahí están unidos los entes de burócratas, eso pequeños acomodados refugiados en el anonimato de las siglas, los que también han logrado que medios de comunicación o redes, compren esas demandas y hasta las quieran imponer como obligatorias, y no sólo en los casos de diferencias de color de piel o de nacionalidad, sino en cualquier otro. Eso no es sólo arbitrario y tiránico, sino que pretende imponer como normalidad obligatoria ciertos estereotipos, lo que transforma en hipócrita a buena parte de la sociedad, que no se siente representada por las caricaturas en que se han transformado los contenidos. Eso también tiene un efecto sobre el bienestar general, aunque no lo parezca y no se advierta. Mucho más cuando se vuelve directamente subsidio, o cuando destroza negocios, como pasará en breve con Disney o Netflix, defensores abanderados de la deformidad social, histórica y literaria, y patriarcas del aburrimiento previsible y monótono.
¿Es posible creer que toda esa cancelación, esa falsedad, esa realidad tirada de los pelos y financiada por los Estados sea gratuita, no tenga costos y consecuencias? Además del ataque a la libertad de pensamiento y a la libertad sin aditamentos amenazadas por el Estado supuestamente comprensivo que pretende imponer determinados comportamientos o la aceptación de otros, es una seria amenaza contra el orden económico. Y unida a los demás criterios que mueven a que el Estado pague desde los tratamientos hormonales a supuestas indemnizaciones como si la sociedad tuviera que pagar por las preferencias de cada uno, o por la poca vocación de trabajo de cada uno.
Otra vez, se trata de un adoctrinamiento. No ideológico. Pero peor. Disfrazado de derechos. Y eso es otro mecanismo de destrucción del sistema capitalista, ya casi hundido. Ya no se adoctrina solamente a niños, sino a varios sectores sociales que sienten que tienen derecho a percibir una compensación del Estado por alguna causa. Como el más de un millón de discapacitados locales, Lázaros falsificados y mentirosos. Como los piqueteros que ahora se sindicalizaron. (Una ironía caricaturesca). O los trabajadores que no quieren trabajar pero que se les pague igual, o que sienten que cuando se jubilan la sociedad les debe pagar lo suficiente para que puedan vivir dignamente, opuesto a lo que sostenía Marx, opuesto a la lógica. Pero coherente con la teoría central de que toda pobreza o insuficiencia es culpa de la riqueza.
Eso también se llama adoctrinamiento, en una sociedad infantil como es la argentina y casi toda la sociedad mundial. Eso se llama igualmente estalinismo. La guerra, magistralmente utilizada por Stalin para inducir y controlar a las sociedades, también ahora ocupa un lugar preponderante. Biden acaba de decir que un poco de inflación es lo que la sociedad libre debe pagar por la democracia. Cualquier parecido con la edad media es pura coincidencia. Los muertos de Ucrania no se mencionan.
El sistema descripto sirve como gran excusa a todos los fracasos motivados por los errores que se cometieron tantas veces. La inflación es culpa de la pandemia. La pobreza es culpa de la riqueza. El proteccionismo, y el consecuente desempleo, es culpa de la guerra. La estrechez económica es el precio que se paga por la democracia, la culpa es, claramente, de Rusia. O de China. La Unión Europea quiere mientras tanto aferrarse a su Estado de Bienestar, y recurre a más impuestos a “los ricos” para financiar el bienestar. Si eso acarrea menos crecimiento será por culpa de otra cosa.
Los gobiernos de todo tipo se desviven por explicarle a los pueblos que les satisfarán todas sus necesidades y aplican impuestos a los que parece que más tienen o se endeudan para poder hacerlo, que es lo mismo, e igualmente imposible. Y que de todos modos los obligará a cobrar más impuestos. Y pronto irán contra los bancos en pos de otra utopía: evitar el cambio climático con tecnología aún no inventada, pero con impuestos ya inventados.
Con su ignorancia de base, más el adoctrinamiento que ha transformado a las sociedades en párvulos que sólo quieren su última versión de algún celular o algún jueguito, las sociedades marchan isócronamente a la pobreza total. Porque, además, como todo se termina zanjando con algún impuesto la riqueza deja de producirse, de intentarse, y simplemente se acaba. Sin generación de empleo, sin crecimiento y sin comercio, es simplemente cuestión de tiempo. Y cuando se acaben las excusas, tampoco habrá lugar para reclamos ni para reivindicaciones, porque el sistema será dictatorial.
¿Será una conspiración cuidadosamente planeada en algún lugar por los Iluminati del siglo XXI, los Gates o los Soros, que sostienen que sobra población, el marxismo, que sigue con su sueño de envidia y odio funcional a los reseteos, la burocracia política de arribistas de los países y de los entes carcomidos por la mediocridad de sus mediocres funcionarios incapaces y precarios, las sociedades infantiloides que persiguen solamente su bienestar de mañana a la mañana, lejos de toda elaboración y de todo principio, dispuesta a ser feudalista siervo de cualquiera que le prometa algo? Casi no importa.
Por eso este espacio sostiene que cuando los efectos de esa mescolanza de adoctrinamiento infantil a cualquier edad con la coima a la sociedad que es el subsidio a todo se naturalizan en un país, el problema es insoluble. Porque no se está discutiendo ni una nueva teoría, ni ha fracasado el formato económico clásico, simplemente se ha inculcado, inoculado el hábito de la limosna con nombres diversos, y se lo quiere imponer hasta que dure. Hasta que duren las fuentes de extracción de impuestos.
¿Qué persiguen? ¿Sólo son víctimas de su propio ego, de su propia ambición, de su propia insensatez, de su urgente corrupción, de su desesperada instantaneidad, de su humana y patética precariedad? Tal vez esa sea la parte de la ecuación que, como Einstein, habrá que poner entre paréntesis para resolver en el futuro. Resulta difícil atribuir tanta congruencia en sus efectos a la naturaleza o al accionar aparentemente desordenado de la marabunta. Hasta resulta difícil atribuirlo al puro resentimiento o a la pura ambición. No hace falta ser demasiado brillante para concluir que en poco tiempo se llegará a la pobreza universal. Donde todos serán verdaderamente felices como dice (el Santo Padre). El paréntesis es una reminiscencia einsteniana. Despejarlo serviría para darle un nombre a este proceso.