POR DENIS PITTE FLETCHER
El discurso de la izquierda apunta a captar a los bobos, a los que no razonan correctamente o tienen poco conocimiento de lo que se habla.
Es típico de la izquierda ante un auditorio afirmar con convicción impostada que la pobreza ocurre porque no se distribuye con justicia la riqueza. Que hay pocos muy ricos y muchos muy pobres. Claro está, el idiota aplaude a rabiar. Lo que no dice la izquierda es que la riqueza no existe en forma natural, sino que debe ser producida por los humanos. Pues los recursos naturales, mientras son naturales, no son recursos. Y para que el humano produzca es necesario garantizarle la propiedad de la riqueza que genere. Nadie pondría toda su energía mental en producir bienes si lo que logra producir le es sustraído por terceros, sea el Estado o ladrones individuales.
El propio Marx –caudillo y prócer de los lenguaraces izquierdistas-, expresó en el Manifiesto Comunista que la burguesía había creado más riqueza en el siglo XIX que todas las generaciones anteriores juntas. Pero este gran idiota (en el sentido de “sin ideas”) no comprendió jamás el mecanismo psicológico por el que esa burguesía creó tanta riqueza, y que no fue otra cosa que el respeto por los derechos individuales, principalmente los derechos de propiedad y libertad.
Ese sistema, garantizador de esos derechos, fue el que posibilitó que el mundo conociera por primera vez en la historia la abundancia económica, al punto que un clase media vivía mil veces mejor de lo que había vivido el rey Luis XV.
La izquierda prende en quienes no se detuvieron ni una hora a meditar sobre los mecanismos psicológicos subyacentes a la creación humana de riqueza, y por tal razón compran con entusiasmo el discurso de quienes sostienen que el problema de la pobreza se soluciona quitándoles a los ricos su riqueza para distribuirla entre los necesitados. Es música para sus oídos. Y ello se observa principalmente en los estudiantes adolescentes, cuya ignorancia los hace carne de cañón para los mercaderes del odio y el resentimiento social. No es casual que en estos días los estudiantes del colegio Carlos Pellegrini hayan aplaudido en un acto a Alberto Fernández, que conocedor del nivel de estos estudiantes elaboró un discurso clasista, distribucionista, populista y demagógico, lo que generó automáticamente la adhesión de la mayoría de los oyentes, cuya violencia verbal seguramente impidió que otros se animaran a preguntarle a Fernández por la corrupción K y sobre el designio K de transformarnos en Venezuela, así como sobre sus dichos denostadores de Cristina de hasta hace sólo tres meses atrás.
Ese método fue el mismo que utilizaron los terroristas montoneros y del ERP en los ’70, llevando a la muerte a cientos de jóvenes adoctrinados en la izquierda y el nacionalismo, dispuestos a matar a empresarios, a niños, a militares, a policías, y a civiles de todas las clases sociales.
El problema argentino jamás fue económico; es cultural, ideológico, filosófico. Y mientras no les expliquemos a los jóvenes y a los no tan jóvenes cuál es el sistema que verdaderamente funciona y saca de la pobreza a las grandes mayorías de los países, el discurso de la izquierda va a obtener adhesiones en lugar de rechazo.
Si bien “Es incómodo, cuando se vive de mitos, toparse con la verdad” (Carlos Rangel, “Del buen salvaje al buen revolucionario”). ENo hay diferencia entre comunismo y socialismo, excepto en la manera de conseguir el mismo objetivo final: el comunismo propone esclavizar al hombre mediante la fuerza, el socialismo mediante el voto. Es la misma diferencia que hay entre asesinato y suicidio" (Ayn Rand).
Por ello es trascendente recordar a Trasímaco: “Su mascarada puede ser llevada a cabo solamente poniendo el vocabulario de la moral convencional al servicio de sus propósitos privados. Debe decir en las cortes y en la asamblea lo que la gente quiere oír, de manera que pongan el poder en sus manos… Debe tomarlos primero por el oído antes de tomarlos por la garganta”.