El revisionismo es una interpretación sesgada de la historia argentina en clave populista y fines de proselitismo político que se puso de moda en los años 30 y 40 del siglo pasado. Reivindicaba a los caudillos del interior que habían perdido la guerra civil contra Buenos Aires y denostaba el liberalismo, político y económico. De espíritu asumidamente reaccionario cultivaba una concepción patriótica de la verdad; quienes pensaban distinto no estaban equivocados, eran simplemente traidores.
El kirchnerismo ha demostrado ser una prueba de ácido para casi todo lo que toca. Se apropió de la noble bandera de los derechos humanos y terminó convirtiéndola en un "curro", según la calificación de Mauricio Macri ratificada por algunos de sus defensores intachables como Graciela Fernández Meijide o el ex fiscal Strassera. Lo hizo entregando fondos millonarios sin control al dúo Bonafini-Shocklender y proveyendo de empleos y cargos a la abuela Carlotto y buena parte de su descendencia, por no mencionar a las organizaciones de hijos, nietos y de todo tipo incluidas en el presupuesto.
Pero el "curro" no paró ahí. Por una polémica que salió a la superficie la semana pasada la opinión pública se enteró de que también alcanza a los esfuerzos de reescribir la historia del Instituto Manuel Dorrego, cuyo presidente, el perenne Mario Pacho O’ Donnell propuso su cierre porque los conflictos internos se habían descontrolado.
Fiel a su estilo de buscar enemigos, en esta oportunidad reconoció que los que ahora lo acosan no son de "afuera", sino de "adentro".
Se refería a Víctor Ramos, enfrentado con las autoridades de cultura por razones de pesos y no de ideología. Ramos acusó por los medios a la ministra de Cultura, Teresa Parodi, de ser un títere de la Cámpora, con la que él se encuentra en guerra. Especialmente con Elio Vitali, segundo (sólo en teoría) de Parodi, pero representante de Máximo Kirchner en el área.
El instituto Dorrego tiene un presupuesto de casi dos millones de dólares al cambio oficial para el año próximo y unos 57 empleados. Ramos fue echado del Museo del Cabildo por Parodi y la Campora le echó parte del personal de la casa de la cultura de la Villa 21 en Barracas. Lo hizo porque eran "tercerizados" a través de empresas y cooperativas. ¿Por qué? Porque muchos tenían antecedentes penales y no podían ser contratados directamente por el Estado.
Lo que quedó expuesto, en suma, son las peleas por controlar fondos públicos. Antes en los institutos académicos las peleas eran ideológicas o por cuestione de cartel. Hoy, la principal preocupación son las partidas presupuestarias, los contratos, los nombramientos. Es lógico, porque qué ideología puede tener alguien que fue alfonsinista, menemista y kirchnerista sin dudar un instante, pero que en esta oportunidad parece haber estado lento de reflejos para apartarse a tiempo de los enfrentamientos que ya genera en el peronismo el cambio de guardia en la Casa Rosada.