Como era previsible, la renegociación de la deuda amenaza con ser un largo calvario, no un trámite exprés cual soñaban los supuestos especialistas en negociaciones de deuda de este gobierno. La actitud de decirle a los acreedores “no puedo bajar mis gastos, así que lo que espero es que ustedes nos regalen los fondos suficientes para poder seguir alegremente con el mismo nivel de despilfarro”, parece que no dará resultados. El párrafo encomillado sonará exagerado, pero eso es exactamente lo que se les ha dicho a los bonistas.
Si se recuerda, es muy parecido a lo que dijo Macri al comienzo de su mandato: “Sería inviable pretender bajar el gasto de golpe, necesitamos crecer para bajar el déficit”. No parece que se trate de un argumento de éxito en el mundo financiero. Tampoco las frases de café como “cuando la deuda es muy grande el que no duerme es el acreedor” y otras elucubraciones igualmente magistrales fruto de la inteligencia colectiva nacional.
Igual fracaso ha sido la estrategia de no mostrar el plan económico –habrá que suponer que hay alguno– y la de demorar el ajuste tarifario y de combustibles y empezar una nueva negociación con las empresas del rubro que a su vez llevará a un largo y continuo replanteo que descarta toda inversión seria y verdadera y en el sistema, y terminará con desabastecimiento, racionamiento, acuerdos secretos con las petroleras, sin excluir la posibilidad de tener que volver a importar gas, para alegría de varios.
La política de usar el tipo de cambio como una especie de ancla inflacionaria y congelarlo en 60 pesos, combinada con el multicepo del dólar país, la prohibición de comprar divisas, y el desestímulo doctrinario al campo, que sólo recibe 40 pesos por dólar, también golpeará la exportación e indirectamente la importación, de igual o más significación. Hasta aquí, una foto ya vieja.
Entra ahora en escena el coronavirus y sus efectos económicos provocados o precipitados, tal como sostiene esta columna. Cuando el virus haya pasado, cuando la crisis se haya disipado, el mundo se recompondrá, se sacudirá como un perro mojado y retomará su rumbo de crecimiento, como muestran la historia y la experiencia. ¿Y Argentina?
Argentina está atrapada en el relato progrekirchnerista que está plasmado en el actual modelo económico-social. Cuando todo indica que tiene que dejar que el tipo de cambio refleje el real deterioro del peso, el gobierno (Fernández, Kirchner, cualquiera) no puede permitir que suba porque la exportación se enfrentaría a su quiebra masiva. De paso, se le caería la política monetaria también falsa que le permite simultáneamente emitir fuertemente, bajar la tasa de interés y mostrar una baja de inflación. Un cortoplacismo a costa de exprimir los números del exportador, llenar de papeles sin valor al propio estado, empujar a los bancos a límites de solidez preocupantes, y seguir inventando formatos para reabsorber lo que emite sin que le salga demasiado caro.
En esa instancia aparece una nueva idea de café. “Con esta crisis los rendimientos son muy bajos y entonces a los fondos les convendrá tomar los nuevos bonos que les daremos, tal vez al 4 por ciento de interés”. Y de nuevo el sueño de que tras la quita de capital e intereses que harán, el país tendrá margen para crecer, poner plata en el bolsillo de la gente y motorizar el consumo.
La ensoñación nocturna, para no llamarla de un modo más gráfico, no se sostiene en ningún punto que tenga conexión con la realidad. Las commodities tenderán a bajar de precio por la apreciación del dólar –moneda de refugio- y la baja de demanda. Eso no podrá ser contrarrestado porque el gobierno no puede tolerar una devaluación, como se explica antes. De modo que el ingreso caerá y la actividad también. Las importaciones se pulverizarán, y con ellas la poca industria en pie. El petróleo y derivados tenderán a oscilar en precio con tendencia a la baja, por lo que será imposible lograr inversiones, en especial las de Vaca muerta, con costos de extracción fuera de competencia en un mercado global donde el combustible fósil sobrará. Siempre habrá algún osado que quiera participar, pero sólo en sociedad – pública o secreta – con el gran estado argentino bondadoso. Lo que termina sin excepción en juicios o arreglos en que el país se desangra.
En cuanto a la absurda idea de que alguien escogerá los bonos argentinos porque rendirán más, evidencia una falta de conocimiento de lo que ocurre en las plazas financieras y aún de la acción humana, como diría Mises. Se invierte a tasa cero en bonos de países confiables como EE.UU. o Alemania, no exactamente de Argentina. Un fondo de inversión preferirá decirles a sus accionistas que se equivocó al prestarle al país hace 4 años, antes que aparecer dando un nuevo crédito a menor tasa de interés que la que se reclama hoy de un bono de Brasil o de una empresa con grado inversor BBB+ó A-.
Hasta podría arriesgarse el concepto de que ya es tarde para un arreglo amigable con los acreedores. El proceso será entonces penoso, eterno, por goteo, que es la mejor manera de no gozar de ninguna confianza, que es finalmente lo único que decide las inversiones y los préstamos.
Económicamente, el futuro no es negro. Es vacío. Invisible.
Pero hay otros aspectos concretos en el tablero. En un apretado resumen:
No es muy difícil comprender que, ante la desaparición de cualquier posibilidad de solución en la economía y la inviabilidad de continuar una línea populista que últimamente ya ha sido meramente dialéctica, el gobierno, quienquiera que fuera, puede elegir un camino de relato y épica para reemplazar el de pan y circo que ya no puede costear.
¿O ese plan siempre existió? ¿O ése es el plan que no se puede mostrar?
* El lector puede seguir en Twitter al señor Gasparré en @dardogasparre