El eminente historiador y académico argentino Enrique Díaz Araujo, escritor católico y nacionalista, falleció el jueves último a los 87 años en La Plata tras una larga y fructífera vida en la que libró el buen combate por Dios y por la Patria. Su desaparición, que causó un hondo pesar entre sus seguidores y amigos en las redes sociales, será una gran pérdida para el país.
Díaz Araujo murió a las 5.30 de la mañana en su casa, horas después de sufrir dificultades para respirar la noche anterior, acompañado en todo momento por su esposa María Delia Buisel, con quien se había casado en segundas nupcias tras enviudar, igual que ella.
Padre de seis hijos, uno de ellos sacerdote dominico, alcanzó a recibir los santos sacramentos de la confesión, comunión y extremaunción, así como la bendición de la garganta en ese día en que se conmemoró la fiesta de San Blas.
Polifacético, fue abogado, profesor universitario, investigador, historiador, filósofo y escritor. Según el doctor Rafael Breide Obeid, que cuando fue rector de la Universidad Católica de La Plata lo convocó para dar clases en esa casa de estudios, "en todos los campos alcanzó la cumbre en el pensamiento".
Díaz Araujo es considerado uno de los últimos grandes maestros del revisionismo histórico argentino. Parte de un linaje donde se encuentran sus maestros Vicente Sierra, Guillermo Furlong, Carlos Sttefens Soler, Julio Irazusta, Federico Ibarguren, José María Rosa, Pedro Santos Martínez o el padre Cayetano Bruno, precisa Breide.
Su muerte "es una gran pérdida para el país porque era el mayor historiador vivo que teníamos en este momento, con esa capacidad de producción y de análisis, y ese doble enfoque, científico y filosófico, para entender los hechos", continúa.
PARA GANARSE LA VIDA
Miembro de la Academia del Plata y de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza, con reconocimientos internacionales por su labor, era abogado, aunque su gran vocación fue la historia. "Lo de abogado fue para ganarme la vida", dijo alguna vez entre risas.
Había estudiado derecho en la Universidad Nacional de La Plata y al mismo tiempo estudiaba historia con Irazusta y con Carlos Steffens Soler, mientras se formaba filosóficamente en el tomismo con monseñor Guillermo Blanco, que sucedería a monseñor Octavio Derisi en la Universidad Católica Argentina.
Fue durante 17 años funcionario judicial en su Mendoza natal, donde se desempeñó como fiscal de instrucción, juez correccional y camarista en lo criminal. Pero se distinguió por su labor docente, ejercida en la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo) y luego en la Universidad Católica de La Plata, y por su ingente obra intelectual.
Autor de más de 60 obras y 300 artículos de revistas, entre sus libros más destacados podrían citarse San Martín, cuestiones disputadas, obra donde defiende al general de las calumnias, que es una ampliación de Don José y los chatarreros; Mayo revisado, obra en tres tomos donde hace un repaso de los distintos autores y las corrientes historiográficas sobre la Revolución y su significado; Ernesto Guevara de la Serna, Aristócrata, Aventurero y Comunista, o sus estudios con aportes originales sobre Malvinas.
Siendo un tradicionalista clásico, comprometido, sin complejos de su catolicismo, escribió con pluma clara y filosa contra los mitos, falsedades y recortes de la historia nacidos de la ideología liberal, impuesta por la Revolución francesa y el Iluminismo que la precedió, como admitió alguna vez en una entrevista.
Sus investigaciones abarcaron toda nuestra historia, desde la época colonialhasta nuestros días. Tiene obras muy importantes sobre Colón; la conquista de América y nuestra independencia. Pero también sobre la política más reciente, como el radicalismo, los orígenes del peronismo y finalmente sus estudios sobre la subversión, un asunto al que le dedicó una decena de libros, estudiando las propias fuentes de la guerrilla y buscando la prueba confesional, como en La guerrilla en sus libros, obra en cuatro tomos.
Breide Obeid lo define como "un profundo historiador que se muestra también como filósofo. Estudió a fondo a Maritain, a Irazusta desde lo filosófico, a Gilson, que es su maestro en este sentido".
"En sus obras sobre política se ve su amor por la patria, por el bien común, a veces encarnados en sus estudios como jurista. Como prueba su investigación sobre los crímenes de Lesa Humanidad, que es para él es un invento total, una conspiración, y una politización del Poder Judicial para imputar un delito que no existió", explica.
PROLIFICO
Díaz Araujo mantuvo siempre un ritmo de producción asombroso. Prácticamente hasta el fin escribió entre dos y tres libros por año, cuenta Breide Obeid, su amigo, con quien trabajó durante 37 años en la editorial Gladius, que publicó la mayor parte de su obra.
"Como historiador recrea el hecho delante de los ojos del lector y le da a los hechos la dimensión que les corresponde a la época, con una visión sobrenatural, providencial. Tiene esa profundidad que es muy atrayente, porque le da sentido a todo el hecho histórico", prosigue Breide Obeid.
Asiduo conferenciante, su participación en un Congreso Internacional de Historiadores en Roma, organizado por el Ateneo Regina Apostolorum, la Universidad Europea de Roma y el Pontificio Consejo para la Cultura del Vaticano, fue para él uno de los momentos cumbres de su carrera.
En esa oportunidad representó al país junto con el Padre Alfredo Sáenz SJ ante medio centenar de historiadores y estudiosos de toda Hispanoamérica reunidos bajo la temática de La Iglesia Católica ante la independencia de la América Española.
Devoto de la poesía de Antonio Machado y de Leopoldo Marechal, en su disciplina histórica rescataba, entre otras, las obras de Jacques Bainville, Hilaire Belloc y el español Pío Moa.
LOBIZON
Su rostro adusto, en apariencia hosco, sembraba el miedo entre los alumnos, y le valió el apodo de Lobizón.
"Como profesor parecía a primera vista distante. Eso era así hasta que empezaba a hablar, cuando encandilaba a los alumnos con su solidez y entonces sus cursos se sumían en el silencio", según recuerda la doctora Patricia Barrio, investigadora del Conicet, discípula junto a Omar Alonso Camacho y durante muchos años adjunta a su cátedra de Historia Argentina Contemporánea en la facultad de Filosofía y Letras de la UNCuyo.
"Causaba un respeto intelectual casi reverencial, tanto entre alumnos como entre profesores", evoca Barrio, quien destaca que "fue siempre muy consultado como director de tesis, incluso por gente de la izquierda nacional".
Barrio apunta que, cuando entraba en confianza, se prodigaba sin embargo con generosidad, ofreciendo incluso sus libros. Pero era en la relación personal, en los pequeños grupos, en las cátedras privadas que dio a veces semanalmente para unos pocos discípulos, donde compartir el tiempo con él resultaba "una feliz tertulia", ocasiones donde se lo veía sonreír a partir de un humor que era en él siempre irónico, según explica Barrio.
"En esas ocasiones podía desde leer una poesía de Homero Manzi hasta discutir el pacto Roca-Runciman o comentar el último plan económico", dice Barrio. "Era un hombre fenomenal".
ENORME PERDIDA
Para la doctora Andrea Greco, su muerte "es una enorme pérdida para la patria y para la investigación histórica. Felizmente nos queda su obra. Y nos queda el recuerdo de un hombre generoso, un hombre de una gran cultura, de una gran formación filosófica, y de una memoria prodigiosa".
Díaz Araujo estuvo trabajando hasta el último día en un ensayo en el que pensaba recopilar diferentes temas polémicos, misceláneo, y también en una reseña de un libro.
Alrededor de las 10 de la noche del miércoles empezó a sentir dificultades para respirar. Un médico de emergencia lo fue a ver. Allí fue cuando recibió los sacramentos. No se podía dormir, así que le pidió a su esposa María Delia, que es una de las más grandes profesoras de literatura y filología hispánica de la Argentina, que le leyera las noticias. El respondía, como siempre, con comentarios irónicos.
Estuvieron conversando hasta quedarse dormidos. Pero antes debió ser consciente de su final, según estima Greco. "Porque esa misma noche, entre la lectura de diarios, le dio a su esposa instrucciones sobre su entierro, sobre dónde y cómo quería que lo sepultaran. Lo que demuestra el espíritu de cristiano viejo que siempre tuvo", comenta.
"Eso de estar siempre preparado era muy propio de él. Cuando debía viajar en avión indicaba siempre a alguien cuáles eran los trabajos que tenía entre manos, lo que debía ser completado y lo que debía publicarse en caso de que no volviera. En el último tiempo ya había empezado a tomar previsiones con más frecuencia en ese sentido".
Díaz Araujo, un historiador que vibró hasta el final con su Patria, deja un gran discipulado y una obra monumental, difícil de abarcar y de valorar. "Tan grande, minuciosa y precisa como la de los grandes revisionistas", concluye Greco.