Las palabras de Javier Milei al comienzo de su mandato, frente a la Asamblea Legislativa fueron disruptivas como lo es él. Una importante fracción en el Congreso no compartía el enfoque arquitectónico general acerca de cómo emprender el tratamiento de la crisis.
Representaba un enfrentamiento violento con las tradiciones del partido peronista ortodoxo nacional y popular, al que quería resucitar el kirchnerismo, arraigadas también en la cultura política de muchos argentinos. Medidas para desarrollar al país, derivadas de ese paradigma, habían fracasado. Se anunciaba un modelo liberal criticado durante décadas.
Milei no compartía el statu quo, profundamente innovador. No teme al cambio, es revolucionario en términos de trazar nuevas coordenadas internacionales y nacionales, tal como lo fue Carlos Menem. Los políticos argentinos del siglo XIX también lo fueron cuando se fundó el Estado Nacional y se crearon nuevas condiciones culturales y sociales que hicieron progresar enormemente al país, en relativamente muy poco tiempo.
Liquidar al kirchnerismo, arrancarlo de la actualidad política, no le va a ser fácil al presidente. Dispone de poco apoyo legislativo. Sólo puede intentarlo con mano dura y convicciones muy fuertes. Las tiene. Si no se hubiera plantado bien firme, hubiera podido modificar poco.
LA MISION
Como el expresidente Menem, el Gobierno comenzó la tarea de revertir al peronismo tradicional en histórico, muchos se han dado cuenta que es inaplicable a la realidad social vigente. Cuando asumió la presidencia se jugó por una política que modificará las bases de la situación vigente en Argentina, encaró un proyecto estructural que lleva a cambios duraderos.
La historia argentina le muestra que si su política no logra un éxito objetivo, en el corto plazo la percepción subjetiva de la gente que hoy lo apoya determinará un rechazo de quienes la propusieron y llevaron a cabo.
Muchos analistas políticos y periodistas confunden la personalidad de Milei con un futuro autoritario, sin pensar que sigue concentrándose en darle al Estado sólo las funciones indispensables para retirarlo de sectores de la sociedad civil.
Persiste la incomprensión: los aspectos autoritarios de la acción del presidente derivan de la naturaleza disruptiva de su política, la cual no comprende solo a la economía, sino también las ideas, la cultura. Si tiene éxito, aumentará la libertad y la individuación de las personas, lo contrario de lo que irresponsablemente se afirma.
Las victorias que ha logrado Milei fueron dentro de los mecanismos institucionales previstos por la ley. El buen camino no es hacer que el Estado funcione bien, como equivocadamente afirman algunos, el problema es otro, hay que reformarlo y achicarlo, dar un vuelco copernicano.
Si el peronismo kirchnerista no se carga con la nueva información cambiando sus ideas medulares, poco acordes con la realidad nacional, irán a una nueva derrota electoral. Aquellas ya no tienen porvenir para una práctica política duradera. Cualquier éxito que puedan tener será evidentemente efímero.
En cuanto al sufrimiento de los sectores más necesitados, de entre ellos los jubilados, ningún periodista explica porqué viven mucho peor que en generaciones pasadas. La razón es simple: los gobiernos anteriores nos hicieron vivir optando por soluciones políticas más atractivas, pero sin insistir en más competencia y productividad.
Tuvimos globalmente, el país que nos merecíamos: indiferente al mundo internacional. Milei está quebrando esta actitud empobrecedora de oposición a las mejores acciones de las grandes democracias, su política exterior es coherente con su política interior. Estamos, después de iniciarla Carlos Menem, en medio de la misma gran batalla cultural que abarca no sólo a los kirchneristas sino también a una buena parte de una oposición desorientada.
Milei se diferencia de Carlos Menem, un gran presidente, en que aquél, aunque heredero de las ideas peronistas, trató de terminar con peronismo y anti-peronismo, de pacificar al país. Era el reclamo de la sociedad argentina desde la vuelta a la democracia, harta de décadas de violencia.
Se parecen en que ambos vieron la necesidad de un cambio de timón, en creer que la igualdad no puede ser la aspiración posible sino la libertad individual, la que permite mayor desarrollo personal, libre iniciativa y respeto por la propiedad privada.
El empeño de Javier Milei, como fue el del expresidente Carlos Menem, tiende a lograr desarrollo económico, una economía estable, también un cambio en la mentalidad que permita una actitud favorable hacia el trabajo y el esfuerzo individual. Por ello, el núcleo de sus políticas es el mismo: reformar el Estado, privatizando y desregulando, dinamizando los mercados y vigorizando los recursos de la sociedad civil.
POLITICA
Si bien el rumbo de los dos presidentes es el mismo, hay una diferencia fundamental entre ambos: la personalidad. Menem era un político de raza, las veces que lo entrevisté no criticó a nadie, buscaba acuerdos, alianzas, todo lo que pudiera ayudar a conseguir su cometido, sin agitar el avispero. Sabía que en un clima de paz se puede gobernar con más tranquilidad, entendía que lograr acuerdos, sobretodo en política, es necesario.
Milei prefiere, casi siempre, la confrontación. Demuestra su poca experiencia política, le absorben tiempo y energía para arreglar los entuertos que muchas veces provoca sin necesidad. ¡Ojalá se dé cuenta! Mano firme para contener a una oposición de mala fe, como es la kirchnerista, casi todos lo deseamos, pero no que esté siempre encima del ring. Hay límites que una vez que se franquean no permiten el regreso.
Bien decía Ortega, la inteligencia no tiene que ser orgullosa, debe atender, cuidar las potencias irracionales. La idea no puede luchar frente a frente con el instinto. Tiene, poco a poco, que domesticarlo, conquistarlo, encantarlo, no como Hércules con los puños, sino como Orfeo quien representaba con su música el vigor y la elocuencia.
La realidad histórica no es magia, ni acercarnos a la verdad es sólo un sentimiento que nos fuerza a aceptar una proposición como verdad, aunque sea falsa. Los sentimientos, por su naturaleza misma, son ciegos de nacimiento. Nos acercamos a la verdad cuando podemos confrontar lo que ella dice con la realidad de la que se habla. Pero los hombres no adoptan ideas nuevas solo porque se les predique, es preciso que esas ideas y los sentimientos que las hacen vibrar se hallen en ellos preformados.
Sin esa predisposición radical, espontánea, de la gente, todo predicador lo hace en el desierto. Es como dice Ortega: los argentinos, en general, querían un cambio. Menem ayudó a incorporar las ideas liberales, hoy se aceptan mucho mejor las que hace una década costaba introducir en una conversación, sin ser abruptamente rechazadas.
El cambio cultural y político ha llegado a un nivel decoroso, como para crear las condiciones de un tratamiento exitoso. Es improbable que Javier Milei intente recuperar el peligroso populismo peronista, aunque nunca se puede descartar, más en un año electoral, que se incorporen algunos matices del mismo.
Volviendo al filósofo español, la vida está compuesta por un lado de fatalidad, pero del otro por la necesaria libertad de decidirnos frente a ella. Hay en si misma materia para un arte.
Nietzsche decía: “El artista es el hombre que danza encadenado”. El presente no es en sí mismo una desdicha sino una delicia que siente el cincel al encontrar la resistencia del mármol. Siempre hay una manera de salirle al paso: labremos, ya sea el destino favorable o adverso, una figura noble. Ojalá, quienes dirigen la política del país lo tengan siempre presente.