Cultura
EL RINCON DEL HISTORIADOR

El abrazo de Maipú

Por Miguel José Ruffo y María Inés Rodríguez Aguilar

Bernardo O’Higgins, herido en Cancha Rayada, no participó de la batalla de Maipú, del 5 de abril de 1818. Al no saber lo qué acontece y preocupado por el resultado de las acciones, resuelve presentarse en el campo de la lucha, cuando la batalla prácticamente había terminado con el triunfo del general José de San Martín.

“En ese instante -dice Bartolomé Mitre- oyéronse grandes aclamaciones en el campo. Era O’Higgins que llegaba. El Director, al saber que la batalla iba a empeñarse, devorado por la fiebre causada por su herida, monta a caballo, y al frente de una guarnición de Santiago se dirige al teatro de la acció, pero al llegar a la loma, tuvo la evidencia del triunfo.

Adelántose a gran galope con su Estado Mayor, y encuentra a San Martín a inmediaciones de la puntilla sudoeste del triángulo, en momento en que disponía el último ataque sobre la posición de Espejo: le echa al cuello desde su caballo su brazo izquierdo y exclama: ‘¡Gloria al salvador de Chile!’. El general vencedor, señalando las vendas ensangrentadas del brazo derecho del Director, prorrumpe: ‘Chile no olvidará jamás su sacrificio presentándose en el campo de batalla con su gloriosa herida abierta’. Y reunidos ambos adelantándose para completar la victoria. Eran las cinco de la tarde y el sol declinaba en el horizonte.”

Esta es la instancia elegida por el pintor chileno Pedro Subercaseaux para evocar la batalla de Maipú al cumplirse los 90 años de la misma (1818-1908). El artista recuerda en sus Memorias: “Todos los sábados corregía uno de los profesores los bocetos que se presentaban sobre… por lo que habiendo hecho yo un apunte al óleo, que representaba el abrazo de O’Higgins y San Martín en Maipú, lo llevé al concurso. Más tarde me sirvió de base para el cuadro que fue premiado en Buenos Aires en 1910, y que cada año sale reproducido con ocasión de las Fiestas Patrias, tanto en Chile como en Argentina”.

Y más adelante recordaba: “A O’Higgins y a San Martín me parecía conocerlos personalmente y veía las hazañas de ambos como si actuaran ante mis ojos”.

Subercaseaux compuso el abrazo de Maipú como si estuviese construyendo un espacio donde habría de desarrollarse una fiesta.

“Configura así con sus pinceles una sucesión de gestos nobles, de actitudes definitivas, una atmósfera de héroes, en fin un espectáculo que únicamente pueden ser episodios patrióticos”, reflexiona Hugo Parpagnoli.

Gestos nobles, atmósfera de héroes, decíamos; en efecto, porque esta pintura responde a un tiempo heroico, a un tiempo de hombres nobles en sus ideales, ideales de caballeros, que son presentados en la plenitud del combate heroico, al estilo de los griegos o de los caballeros medievales, ya que se habían lanzado al combate para construir una nueva nación, libre e independiente.

San Martín y O’Higgins combatieron gallardamente con sus caballos. Existe, en la representación una asociación entre nobleza, valentía, heroicidad y la simbiosis guerrero-caballo.

Así, tenemos, a San Martín y O’Higgins en sus cabalgaduras, el blanco del caballo sanmartiniano, el gesto del abrazo como conducta noble y valiente, la heroicidad de un pueblo que ha luchado por su libertad, denotado en los soldados que acompañan el abrazo de los Libertadores; al sacrificio heroico de aquellos se debió, en gran parte, el triunfo de Maipú.

LA SIMBIOSIS

Decíamos la simbiosis guerrero-caballo. Ricardo Rojas lo expresa claramente: “San Martín… pertenece a la progenie de los santos armados… caballeros de lo divino… cuyo misticismo épico no se había realizado plenamente en la historia antes del caso sanmartiniano”.

Esta es la esencia de la relación entre el guerrero y el caballo, esencia presente en la imagen: en es ese primer plano, del abrazo desde las cabalgaduras de San Martín y O’Higgins; en los oficiales de caballería que se aproximan al motivo central; en las banderas que flamean al son de la victoria; en los infantes que admiran el triunfo de los caballeros.

El tema del abrazo entre San Martín y O’Higgins interesaba al primer director y fundador del Museo Histórico Nacional, Adolfo P. Carranza, como lo revela un contrato firmado por éste y el pintor José Bouchet, para trasladar al lienzo su boceto este tema.

Lamentablemente, no llegó a convertirse en una gran pintura de historia; pero el contrato revela que a principios del siglo XX, alejada la posibilidad de una guerra entre la Argentina y Chile por los Pactos de Mayo, hubo una proyección hacia el pasado, para encontrar en la amistad entre San Martín y O’Higgins, un antecedente de la paz encontrada entre ambas naciones hermanas.