Ciencia y Salud

El Síndrome de los hermanos Collyer o la acumulación compulsiva

Homer y Langley Collyer eran miembros de una distinguida familia de Nueva York cuyos ancestros se remontaban a los primeros colonos ingleses llegados a tierras americanas en el Mayflower. Eran hijos del ginecólogo Herman Livingstone Collyer y su esposa Susie, una excantante de ópera que también era su prima. En 1909, la familia compró una mansión en la Quinta Avenida, ubicada en lo que hoy es el barrio de Harlem -un ghetto de personas de color, aunque entonces era una de las zonas más exclusivas de la ciudad-. 
El Dr. Collyer mostraba un carácter excéntrico y practicaba algunas actividades poco comunes, como la de ir a su consulta en el Bellevue Hospital en canoa, remando por el Rio Hudson.
Homer Lusk nació en 1881, mientras su hermano Langley Wakem lo hizo cuatro años más tarde. Ambos recibieron una esmerada educación; Langley llegó a destacarse como concertista de piano y tocó en el Carnegie Hall. Ambos ingresaron a la Universidad de Columbia; Langley se recibió de ingeniero y Homer, de abogado. Jamás se casaron y ambos continuaron viviendo en la mansión familiar y gracias a la herencia recibida podrían haber vivido con cierta holgura, aunque eligieron una forma más “austera” de vida...
Homer continuó su práctica como abogado, y Langley se convirtió en vendedor de pianos. Hacia 1933, Homer perdió la visión por hemorragias retinales, y Langley abandonó su trabajo para atender a su hermano. El vecindario, que hasta entonces era de una clase media acomodada, comenzó a deteriorarse socialmente después de la Gran Depresión hasta convertirse en un barrio de personas de color con un creciente índice de delincuencia y violencia. Esto empujó a los hermanos a una vida de reclusión que empeoró cuando en el Harlem se corrió el rumor de que en la casa había mucho dinero y objetos de valor. 
Después de algunos intentos de robo, Langley utilizó todas las habilidades aprendidas en su carrera de ingeniero para poner trampas y convertir a la casa en un castillo inexpugnable. Nunca se imaginó que él sería víctima de su propio ingenio...
Entonces empezaron a crear un complejo laberinto de paredes de periódicos acumulados para tener zonas de seguridad y otras que conducían a trampas para atrapar a los amigos de lo ajeno.
Langley pasaba la mayor parte del tiempo creando nuevas trampas para atraer ladrones y otros inventos como una aspiradora para pianos y un Ford T adaptado como generador de electricidad.
También se dedicó a cuidar a su hermano leyendo libros de su enorme biblioteca en voz alta, tocando sonatas al piano y administrándole a Homer una dieta a base de jugo de naranja, pan negro y manteca de maní ya que creía que estos nutrientes le devolverían la visión. 
Sin embargo, el cuadro clínico de Homer empeoró por trastornos reumáticos, pero no buscaron  el consejo de un profesional: “Somos hijos de un médico y tenemos una biblioteca de 15.000 libros de textos en casa… ya sabemos mucho de medicina”. Distintas ideas de persecución jalonaron su creciente paranoia.
Langley solo salía de su casa después de la medianoche para comprar comida, y solo lo indispensable. A pesar que contaban con medios, se hicieron cada día más tacaños, dejaron de pagar los impuestos y los servicios y la casa comenzó a deteriorarse.
En 1938, fueron noticia en los medios porque trascendió que no quisieron vender su mansión, a pesar de haber recibido una excelente oferta. Un año después, cuando le removieron el medidor de gas por falta de pago, Langley enfrentó a la policía violentamente (¿cómo podrían vivir sin gas cuando en el invierno neoyorquino es habitual los -20°C?). 
En la oportunidad fueron visitado por un periodista del New York Tribunal que quedó asombrado por la cantidad de periódicos acumulados. Cuando le preguntó a Langley por qué los guardaba, él contentó: “Para que Homer pueda leerlos cuando recupere la visión”.
Los Collyer continuaron viviendo en este atesoramiento de basura hasta que en marzo de 1947, un llamado anónimo advirtió a la policía sobre el olor nauseabundo que emanaba del edificio. Además, hacía días que nadie entraba ni salía de la casa. El oficial que fue a visitar la residencia Collyer no pudo acceder a la misma por lo que convocó a un equipo de siete personas para derribar la puerta, cosa que lograron con  muchísima dificultad ya que estaba obstaculizada por toneladas de basura. 
La policía debió literalmente excavar entre papeles, cajas, paraguas, carritos de bebés y todo tipo de objetos, durante cinco horas hasta encontrar el cadáver de Homer, en estado de descomposición. Según el examen médico llevaba muerto más de 10 horas.


La policía sospechó que la llamada anónima era de Langley, y esperaron que éste apareciese, pero no lo hizo. Se lo empezó a buscar por todo el país, mientras en la casa de los Collyer encontraban miles de libros, guías telefónicas, un piano Steinway y hasta un equipo de Rayos X. En una semana la policía retiró 84 toneladas de basura… y en el medio de esa inmundicia encontraron el cuerpo de Langley muerto entre bolsas de papel con pan, periódicos y cajas metálicas. Su cadáver había sido parcialmente comido por las ratas. Se cree que Langley estaba yendo a alimentar a su hermano cuando accidentalmente cayó en una de esas trampas cazabobos que había diseñado para atrapar ladrones o aquellos que pudieran quebrar su privacidad. Langley murió asfixiado.
Al final de un mes, la policía retiró 120 toneladas de objetos, 25.000 libros, ocho gatos, un Ford T, catorce pianos y un clavicordio entres otros objetos exóticos que fueron rematados.
La silla donde encontraron a  Homer  fue exhibida en el Dime Museum y finalmente vendida en 1956 a un coleccionista (hay de todo y para todos en la viña del Señor).
La historia de los Collyer inspiró libros, una película (Unstrung Heroes) y hasta un musical (The Dazzle), pero principalmente dio nombre a un síndrome de gente como Homer y Langley que tiende a acumular objetos hasta convertir sus casas en basurales. Fuera de los Estados Unidos estos  casos son  conocidos  como Síndrome de Diógenes, caracterizado por el abandono personal y social con aislamiento voluntario y la acumulación de distintos productos.
En realidad, el nombre Diógenes no es el más apropiado porque este filósofo griego oriundo de Sínope, maestro del cinismo clásico, predicaba la austeridad y la independencia de las necesidades materiales. Cuenta la historia que este vivía en un tonel y andaba por la vida casi desnudo y a aquellos que le tapaban el sol, como la vez que Alejandro Magno lo visitó, él pedía que se retirará “para no quitarle lo que no me puedes dar”.
Este síndrome se da en ancianos que viven solos y terminan guardando objetos “por si los necesitan en el futuro”. Muchos de ellos padecen cuadros depresivos o son obesos compulsivos y coleccionistas extravagantes o son dementes, pero rechazan la ayuda de familiares y amigos. Es más común entre las viudas.
“Cuando estoy entre locos, me hago el loco ...y la mayoría de los hombres están a un dedo de estar locos”, sostenía Diógenes. Así que, por favor, querido lector, deshágase de esas revistas que no ha de volver a leer, regale esa ropa que ya no le entra, venda esas cosas que está guardando “por las dudas” y nunca le quiten a los demás lo que no le puedan dar…