Las elecciones se acercan y el futuro se oscurece para el kirchnerismo. La segunda ola lo encontró con la población sin vacunar y la economía postrada. La inflación de marzo, que se hará pública a mediados de la semana próxima, superará el 4%, sobre lo que el Presidente ya fue alertado.
Pandemia y descalabro económico se retroalimentan por lo que nadie quiere repetir el encierro del año pasado. Por eso el Presidente anunció en soledad desde Olivos las medidas restrictivas a la circulación.
Esa imagen valió más que mil palabras. Los anuncios conjuntos con Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof hoy parecen estampas de un pasado remoto.
Por esa misma razón Kicillof, para justificar medidas que rechaza el grueso de los bonaerenses, se salió de tono y calificó de "tsunami" la nueva ola de contagios y muertes. Un alarmismo insólito en quien se supone que debe llevar tranquilidad a la población.
Reaccionó de esa manera cuando se enteró de que ni el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, ni los de Córdoba y Santa Fe (estos últimos en manos peronistas) estaban dispuestos a avalar una cuarentena dura. Sin embargo no debió sorprenderse; cuando el Gobierno fracasa la respuesta obligada es tomar distancia.
¿Cómo respondió el kirchnerismo? Como su gestión es de difícil defensa decidió no hacer oficialismo, sino oposición de la oposición. Ocupar todo el espacio político.
De allí las críticas ya rituales a Mauricio Macri como si siguiera en el poder y no hiciese 15 meses que Alberto Fernández ocupa la Casa Rosada.
De allí también la situación hilarante que se vivió en el Senado el jueves último durante la aprobación de la suba del mínimo no imponible del Impuesto a las Ganancias. Todos los oradores kirchneristas criticaron la gestión de Macri e ignoraron la de Fernández de quien nadie se hace cargo. En primer lugar, su promotora, CFK, que lo puso en la presidencia y ha desaparecido de escena como, dicho sea de paso, ocurre cada vez que se produce algún desastre.
La decisión del peronismo de desentenderse de su propio gobierno le quita cualquier posible racionalidad al debate. Ahí es donde ingresa la furia verbal. Genera además una sensación de desgobierno y de falta de rumbo y extiende el pesimismo en la sociedad. La situación tiene no obstante un atenuante: cualquier presidente fuera de sí agrediendo a los opositores sería un problema grave para una democracia, pero aquí ya nadie lo toma en serio.
La estrategia de aislar a Fernández no es gratuita para el peronismo. Lo anarquiza y consolida el fracaso. El proyecto aprobado por el Senado apuntaba a ganar apoyo electoral en un sector de clase media de altos ingresos, pero pasó prácticamente inadvertido entre escándalos y malas noticias.
Su promotor, Sergio Massa, había conseguido una excepcional rebaja del Impuesto a las Ganancias de un gobierno con una voracidad fiscal histórica, pero apenas pudo capitalizarlo. También intentó operar una ley de lemas para las legislativas que compaginara los intereses de La Cámpora con los de los gobernadores, pero la iniciativa naufragó antes de tocar el agua. No se sabe quién maneja la estrategia electoral del Frente de Todos, pero da la sensación de estar perdido.
No todas las noticias, sin embargo, son malas para el kirchnerismo. Las encuestas cuantitativas muestran un fuerte rechazo al Gobierno (ver Visto y Oído), pero las cualitativas detectan que no es aprovechado por la oposición.
El enojo por la mala gestión, según expertos en analizar "focus groups" en el Gran Buenos Aires, derivaría así en una suerte de condena global a toda la clase política sin distinción entre gobernantes y opositores. La percepción general sería que la agenda de los políticos es distinta de la de "la gente". De los políticos como un todo, no de los que gobiernan como sucedía entre 2015 y 2019.
El fenómeno no es nuevo. Forma parte de la actitud benévola de una amplia mayoría de votantes para con los gobiernos peronistas con los que se identifica, aunque no todos se animen a reconocerlo ante los encuestadores.
Hoy esos votantes se distinguen porque practican el discurso antigrieta y de igualación de Mauricio Macri con Cristina Kirchner, pero terminan votándola a ella o a quien ella bendiga. Hay un fuerte sentimiento de angustia, miedo e incertidumbre por las crisis económica y sanitaria pero el rechazo a Macri o a cualquier antipopulista es inmodificable.
En suma, los que votaron al peronismo hace menos de dos años no están dispuestos a revertir el voto. Ante la falta de una opción populista medianamente decorosa su conducta en el cuarto oscuro es una incógnita sólo a medias. Apenas una minoría parece dispuesta a virar hacia la oposición. Como Beatriz Sarlo, reconocen haberse equivocado, pero admitir lo obvio no debe ser confundido con estar dispuesto a rectificarse.