Opinión
Con perdón de la palabra

El Club Evaristo (Parte XX): el caso del tesoro de Sobremonte

Buenos Aires se preparaba para festejar las fiestas, ambigua denominación que engloba algo tan digno de ser celebrado como la conmemoración del nacimiento de Jesucristo o el simple cambio de almanaque que supone pasar de un año a otro. Incluido en el gozoso conjunto el hecho de tratarse del período en que, por lo general, la gente se dispone a disfrutar sus vacaciones. Circunstancias todas que, conjugadas, confieren al último tramo del año el aire alegre que lo caracteriza. Sin perjuicio de que existan algunas personas que se ponen tristes por las fiestas.
No era ese al caso de los miembros del Club Evaristo, que encararon la última sesión del año con el ánimo retozón que florece en diciembre. Sólo Cueto faltó aquella noche, pues había comenzado sus vacaciones en Quequén.
A quien le tocó hablar fue a Fabiani y trajo a consideración el caso del tesoro del Virrey Rafael de Sobremonte, que encaja perfectamente dentro de las normas que encuadran los asuntos a tratar en las reuniones del club.
–Queridos amigos –principió Fabiani–, las versiones que existen respecto al caso que voy a tratar difieren bastante entre sí, incluso en aspectos importantes. Y, después de considerar varias de ellas, he optado por presentarles la que me parece más razonable, elaborada en base a los datos existentes, algunos de los cuales preferí dejar de lado por resultar contradictorios o discordantes. Comenzaré por describir someramente el contexto en que se sitúa la cuestión.
”Cuando Matías se refirió aquí a los misteriosos túneles que cruzan bajo la ciudad, mencionó que una de las posibles explicaciones sobre su finalidad es que se vincularan con razones defensivas, tanto de ataques venidos de tierra como provenientes del río. Pues bien, dichos ataques fueron, en efecto, una preocupación constante para los porteños. Especialmente los venidos del río pues, con el transcurso del tiempo, los que pudieran realizar los indios pasaron a ser muy poco probables. Finalmente, el temor a un ataque efectuado desde el río se transformó en realidad. Con una variación respecto a las previsiones. Pues no estuvo a cargo de piratas, ni de Portugal, ni de la nación británica, según lo esperado. Pues lo llevaron a cabo dos sujetos que formalmente no eran piratas, ni fueron comisionados por su país para ello. Aunque la empresa la acometieron en nombre de Inglaterra y ésta validó la acción”.
”Ocurrió en efecto que el comodoro sir Home Riggs Popham se hallaba con la flota a su cargo en Ciudad del Cabo, enterándose casualmente, a través del capitán norteamericano de un barco negrero, el Elizabeth, de que había llegado a Buenos Aires, para ser embarcada hacia Europa por el Atlántico, una enorme cantidad de plata en barras y amonedada, correspondiente a la recaudación de la corona española en la zona del Pacífico y de una remesa que efectuaría la Compañía de Filipinas.
”Inglaterra estaba en guerra con España desde 1804, de manera que Popham se sintió justificado para atacar Buenos Aires y apoderarse del tesoro, del que le correspondería un apreciable porcentaje por haberlo capturado. Asoció en la empresa al brigadier William Carr Beresford y zarpó hacia el Río de la Plata con una escuadra de 6 corbetas, 2 bergantines y una fragata de 32 cañones, en la que viajaban tropas que incluían al famoso regimiento 71 de escoceses, al mando del coronel Pack. De la expedición participaba un pasajero francés que decía saber dónde se hallaría el tesoro, depositado transitoriamente en Buenos Aires”.
”Gobernaba en ésta el virrey Rafael de Sobremonte y Núñez del Castillo, Angulo, Bullón y Ramírez de Arellano, marqués de Sobremonte, un andaluz nacido en Sevilla que, la noche de San Juan, el 24 de junio de 1806, asistía a una función de teatro en la Casa de Comedias, donde representaban El sí de las niñas, de Moratín. Estaba en su palco cuando un mensajero le avisó que buques de guerra ingleses navegaban frente a Ensenada”.
”Corresponde intercalar aquí algunas informaciones tendientes a justificar la actuación de Sobremonte en las Invasiones Inglesas, tan criticada entonces que le costaría el cargo. Y tan criticada todavía que se la considera una cobardía. Por eso es oportuno señalar lo siguiente:
”1º - Que Sobremonte cumplió una disposición dictada por el virrey Vértiz para casos como el que se le había presentado. Se establecía en ella que, si Buenos Aires era atacada por una fuerza exterior, el virrey debía ponerse a salvo para que no peligrara la autoridad, y trasladarse a Córdoba con los caudales públicos, estableciendo allí la capital del virreinato a fin de organizar la defensa desde una posición segura. Esto es lo que hizo Sobremonte”.
”2º - Que también llevó a la práctica la prescripción de organizar la defensa pues, en Córdoba, levantó una fuerza de 3.000 hombres que marchaba hacia Buenos Aires cuando Liniers derrotó a los ingleses”.
”3º - Que salió bien parado en el juicio de residencia que, como a todo dignatario que concluía su mandato, se le siguió en España, donde continuó su brillante carrera”.
LA FUGA
”Ocupada Buenos Aires por los ingleses y enterados éstos de la huida del virrey con el tesoro, despacharon una partida para capturarlos. A todo esto, las carretas que transportaban los caudales apenas podían avanzar por el mal estado de los caminos en invierno. Debido a lo cual y sabiendo que los ingleses vendrían tras ellos, Sobremonte dispuso desviarse y ocultar el tesoro, parte enterrándolo y parte arrojándolo al fondo de una laguna, próxima a la villa de Luján”.
”Parecería que existió algún tipo de delación que permitió a los británicos ponerse tras la pista del tesoro. Por un lado, comerciantes de Buenos Aires, a quienes aquéllos les habían quitado sus barcos y lanchas, requirieron a Sobremonte que entregara en cambio el tesoro real. Por otro, algunos baqueanos habrían contribuido a encontrar el tesoro, siguiendo las huellas que las carretas dejaran en el barro. En cualquier caso, lo cierto es que los ingleses lo hallaron.
”Consistía el mismo en barras de plata fundida y cajones de plata sellada (amonedada, supongo). Pero lo que encontraron los ingleses no fue todo el tesoro. Porque una parte importante de él no apareció nunca. O apareció y pasó a poder de alguien que no sabemos quién fue, dando lugar a búsquedas y versiones variadas sobre su paradero
”.
”Para concluir diré que, el 17 de septiembre de 1806, el tesoro llegó a Inglaterra y fue transportado desde el puerto hasta Londres en ocho carros, cuyos flancos lucían una leyenda donde se informaba que aquel era el botín tomado a España en Buenos Aires, tres meses antes. Curiosamente, cuando esa caravana llegaba a Londres, Buenos Aires ya había sido reconquistada por Liniers”.
DOS PUNTOS PARA DISCUTIR
”Quedarían dos puntos para discutir: de qué modo llegaron los ingleses hasta el tesoro y qué pudo ocurrir con la parte faltante del mismo”.
–Si esos aspectos no fueron aclarados en su momento, es difícil que lo hagamos nosotros más de dos siglos después. Y sin que en el ínterin se haya producido algún descubrimiento que contribuya a despejar las incógnitas –manifestó Kleiner.
–Está bien, pero al menos podemos formular un pálpito –agregó Gallardo.
–Y el mío es que efectivamente hubo alguna delación, que los delatores se callaron parte de lo que sabían y que después rescataron en beneficio propio lo que quedó del tesoro.
–Por ahí puede andar la cosa –apoyó Medrano–. Y les voy a contar una historia complementaria, como hizo Gallardo la vez pasada, cuando contó la de Fito Barrio, relacionándola con la de Benigno Villanueva.
Autorizado, relató Medrano: –Según supe casualmente, a mediados de 1938 se presentó en el Departamento Defraudaciones y Estafas, de la Policía Federal, un sujeto llamado Viernes Scardulla declarando que había descubierto el tesoro de Sobremonte cerca de Pergamino. El asunto tuvo repercusión pública, el diario Crítica recogió la noticia, y hasta el Senado de la Nación consideró la conveniencia de tomar medidas para evitar que el tesoro saliera del país. Pero la policía terminó por establecer que Scardulla era un cuentero de Venado Tuerto que, finalmente, terminó preso.
–Bueno, volvamos a lo nuestro –dijo Ferro–. ¿Hubo una delación que permitió a los ingleses hallar el tesoro? ¿Y quién o quiénes se quedaron con la parte que los ingleses no descubrieron?
–Ya lo dije –respondió Gallardo–. Creo que hubo delación. Y que no estamos en condiciones de saber quiénes fueron los delatores. Que, naturalmente, se quedaron con la parte que no se llevaron los ingleses. Es poco lo que se puede agregar a esto.
–Yo cerraría así la sesión –concluyó Ferro.