Opinión
Con perdón de la palabra
El Club Evaristo (Parte XVII): el caso de Juan Duarte
Por cuanto un tío abuelo suyo había sido amigo de Raúl Pizarro Miguens, juez que intervino en la causa seguida con motivo de la muerte de Juan Duarte, Mariano Gallardo se ofreció para presentar el caso. Que hizo mucho ruido en su época, discutiéndose aún si se trató de un suicidio o un asesinato.
Consumido el vermut introductorio y agotadas las aceitunas que le hicieron compañía, los socios del Club Evaristo se acomodaron en el comedorcito que les tenían asignado para escuchar a Mariano.
–Aunque ustedes conozcan seguramente al personaje –dijo para empezar–, les recordaré de entrada quién fue Juancito Duarte, her mano de Evita y una especie de Isidoro Cañones cuya vida terminó trágicamente.
”Nació en Los Toldos, provincia de Buenos Aires, y era el único varón de los cinco hijos ilegítimos que tuvo su padre, Juan Duarte, con su madre Juana Ibarguren. Carlos Ibarguren hijo, un hombre encantador a quien tuve el gusto de conocer en sus últimos años, estudioso de la Historia Argentina, buscó afanosamente el vínculo que podría haber unido a su familia con la de Evita pero no pudo establecerlo”.
“En cuanto a Juan Duarte, padre de ésta, tuvo dos familias: una legítima, en Chvilcoy, y otra ilegítima, en Los Toldos, formada por Juana y su descendencia natural. Al morir Duarte, su familia ilegítima se fue a vivir a Junín, quedando a cargo de Juancito sostenerla. Cosa que hizo como vendedor de jabones Guereño. Por ese entones Juancito, a quien también llamaban Pebete, se hizo de un auto convertible que le regaló el mayor Alberto Arrieta, novio de su hermana Elisa”.
”En 1934, traído por el cantor Agustín Magaldi, Juancito llegó a Buenos Aires dispuesto a hacer fortuna. Poco después se vino Eva, cinco años menor que él, con intención de abrirse camino como actriz. Los hermanos eran muy unidos y, por entonces, Evita, todavía morocha, empezó a obtener papeles secundarios en películas y piezas de teatro”.
EL FESTIVAL
”Con motivo de un festival organizado en el Luna Park, a fin de reunir fondos para las víctimas del terremoto que destruyó San Juan, en 1944, Evita se las arregló para que la pusieran en primera fila, al lado de Perón. Con el que se casó al año siguiente. Logrando que lo nombrara secretario privado a Juancito”.
”Con su cuñado en el poder, Juan Duarte empieza a llevar una vida de derroche y desenfreno. Hombre de la noche, tenía un palco permanente en el Tabaris, se hace empresario de cine comprando parte de las acciones de Argentina Sono Film y crea el Fondo de Fomento Cinematográfico con dineros públicos. Sostiene un romance a tres puntas con Elina Colomer y Fanny Navarro, siendo señalado por los opositores como cara visible de la corrupción del régimen”.
”Evita, su protectora, víctima de cáncer, muere el 26 de junio de 1952. Juancito se queda sin amparo y muy afectado. Enfermo de sífilis marcha a Europa, donde los médicos le dicen que su afección es incurable”.
”Ante reiteradas denuncias de negociados, Perón se ve precisado a iniciar una investigación, que queda a cargo del general León Justo Bengoa. Juancito ha caído en desgracia. Y todos lo vinculan con las palabras que pronuncia Perón por radio, diciendo que los culpables que ponga en descubierto la investigación en marcha irán presos, aunque entre ellos se cuente su propio padre. Tres días después, el 9 de abril de 1953, Juancito apareció muerto de un tiro en la cabeza.
”Oficialmente se anunció que había sido un suicidio. La oposición sostuvo que era un asesinato. En el funeral, Juana Ibarguren gritaba: ¡Asesinos, me han matado a mi hijo!”.
CIRCUNSTANCIAS CRITICAS
”Para apoyar a Perón en las circunstancias críticas por las que atraviesa su gobierno, la CGT organiza una concentración en Plaza de Mayo, donde estallan varias bombas que dejan un saldo de 6 muertos y 95 heridos. Enfurecida, la multitud quema varios locales de partidos opositores y la sede del Jockey Club”.
”En la causa tramitada por Pizarro Miguens se estableció que la muerte de Juan Duarte había sido un suicidio. Aunque muchos siguieron opinando que se trató de un asesinato”.
”Dejó una carta manuscrita, dirigida a Perón, donde, entre otras cosas, decía: He sido honesto y nadie podrá provar [sic] lo contrario. Me alejo de este mundo azqueado [sic] por la canalla, pero feliz y seguro de que su pueblo no dejará de quererlo... Perdón por la letra, perdón por todo. Cuando el juez le llevó la carta a Perón, éste dijo: ‘A ese muchacho lo perdieron el dinero fácil y las mujeres. Tenía sífilis’”.
“La carta no fue objeto de una pericia caligráfica y se publicó en los diarios con las faltas de ortografía corregidas”.
”Una vecina dijo que, la noche en que murió Juancito, vio un coche estacionado frente a su casa, del que varios hombres sacaron un cuerpo inerte y lo introdujeron en el edificio. Con esto dejo cerrada la primera parte del caso. SEGUNDA PARTE
–¿Por qué primera parte? ¿Tiene una segunda? –se interesó O’Connor.
–Sí. Porque dos años y pico después sobrevino la Revolución Libertadora y se reabrió el asunto, ya que a los revolucionarios les interesaba demostrar que la muerte de Juan había sido un crimen del gobierno peronista. –Explicá la segunda parte.
–Aparece aquí un personaje estrafalario que, aunque actúa nominalmente para una Comisión Investigadora de las muchas que funcionaron después de la revolución, en realidad se propuso demostrar por su cuenta que Juan Duarte había sido asesinado y desarrolló una actividad siniestra con ese objeto. Se llamaba Próspero Germán Fernández Albariño y se hacía llamar Capitán Gandhi.
“Hizo desenterrar el cuerpo de Juancito, le cortó la cabeza para ana lizar el orificio del balazo, la tenía sobre su escritorio y andaba con ella por todas partes, metida en una bolsa”.
”En un momento dado, el almirante Rojas citó a Fanny Navarro para que complicase a Perón en la muerte de Juan Duarte y ella se negó. Citada después por el Capitán Gandhi, éste la volvió a interrogar. Y, durante el interrogatorio, sacó repentinamente la cabeza de la bolsa y se la mostró. Tal fue la impresión de la actriz que cayó desmayada, agravándose en adelante ciertos desequilibrios emocionales que padecía”.
”En el último tramo del gobierno de Aramburu y Rojas fue designado el juez Jorge Franklin Kent para revisar lo actuado por Pizarro Miguens, llegando a la misma conclusión que éste o sea que Juan Duarte se había suicidado. Ahora son ustedes los que deben discutirlo. Yo he cumplido mi parte”.
–Vos te ofreciste para presentar este caso porque un tío abuelo tuyo fue amigo del juez Pizarro Miguens. De manera que interesa tu opinión sobre el juez y sobre el caso –dijo Alvarado.
–Ya que les interesa, les diré que mi pariente tenía la mejor opinión del juez. Lo consideraba un caballero y no dudaba de su rectitud. Agrego que formó una familia excelente. De modo que yo doy por cierto que ese hombre intachable resolvió correctamente el asunto que se le sometió. Y si esa es mi opinión sobre el juez, va de suyo cuál es mi opinión sobre el caso: suicidio.
–¿Y cómo encaja con tu opinión el testimonio de esa mujer que dijo haber visto que introducían en la casa de Duarte un hombre muerto, desvanecido o borracho, en horas de la madrugada? –insistió Alvarado.
Aquí intervino Ferro y señaló:
–Soy abogado y he aprendido por experiencia con qué cuidado hay que tomar los dichos de un testigo. A veces ven una cosa por otra, a veces se confunden, a veces son interesados. Y, cuando se trata de un asunto sonado, de los que salen en los diarios, es bastante frecuente que digan cosas por el sólo afán de obtener notoriedad. De manera que opino que hay que tomar su declaración con cuidado. Sobre todo si no influyó en la decisión de un juez honesto.
–Está bien –terció Fabiani–. Pero Perón tenía mucho interés en sacarlo a Duarte de circulación. Era su secretario privado, era su cuñado y sus manejos lo involucraban. Sobre todo si se estaba realizando una investigación vinculada con la corrupción del régimen.
Yo pienso que a Duarte lo mataron, como pensó mucha gente entonces.
–Hay que hacer un distingo, sin embargo –señaló Kleiner–.
Existe también una situación intermedia entre el suicidio y el asesinato. Es el suicidio inducido, donde se ha forzado al muerto a actuar por propia mano.
–Es cierto –dijo Medrano. –Pero aquí hay también una carta de por medio.
–A la cual le hicieron correcciones antes de publicarla.
–Lo que no demuestra que toda fuera falsa.
–Aunque no fue analizada por peritos.
–Cosa que tampoco demuestra su falsedad.
–Ni su autenticidad.
–Resumiendo –remató Zapiola–, que estamos ante una muerte que le vino muy bien a Perón, sin que eso indique que se trató de un homicidio. Que las circunstancias en que ocurrió sirven para apuntalar tanto la hipótesis del asesinato como la del suicidio. Sin descartar el suicidio inducido. Dado que cualquiera de las posibilidades es verosímil, voto a favor del suicidio, siguiendo lo resuelto por dos jueces cuya honestidad nadie ha puesto en duda.
Esa fue la opinión que se impuso, por estrecho margen. Fabiani votó a favor del asesinato, con participación personal de Perón en el mismo.
Como el caso había resultado sumamente truculento, esa noche no hubo brindis y todos se volvieron rápidamente a casa.