Opinión
Con perdón de la palabra

El Club Evaristo

Los casos aquí presentados son rigurosamente históricos, no así los comentarios y debates a que dan lugar entre los miembros del Club Evaristo, que tampoco son reales aunque algunos se parezcan un poco a amigos míos. El propósito que me llevó a escribir las páginas que siguen consistió en suscitar interés por nuestra historia: celebraría haberlo logrado.­

­­El restaurant Asturias se encuentra en la calle Tacuarí, esquina Alsina. Ocupa la planta baja de un edificio decimonónico bien construido, de estilo italianizante, cuya pintura se ha ido destiñendo pero conserva un color ocre bastante uniforme. A la altura del primero de sus tres pisos exhibe un balcón corrido con baranda de fierro. Corona el conjunto una balaustrada de pilastrines panzones transitada por palomas.­

La puerta del restaurant está en la ochava, es giratoria y en los vidrios de sus cuatro hojas se lee el nombre del establecimiento, biselado. Para hacerla girar es preciso empujar una chapa de bronce donde dice push. Barras, también de bronce, cruzan horizontalmente las ventanas apaisadas que dan a la calle y de ellas penden cortinas caladas que alcanzan hasta el zócalo. Junto a la puerta luce un paragüero con espejo, esterillado. El piso de tablas paralelas recuerda la cubierta de un barco. Y hay un gato barcino llamado Firpo, al que se le permite circular por el local. ­

Las mesas tienen manteles blancos inmaculados y cuentan con sillas vienesas. En cuanto a las paredes, están cubiertas por boisserie de madera corriente, interrumpida por espejos donde la gente joven se mira de reojo. Al fondo, superado el sector Familias, aparece un comedor más pequeño, con una sola mesa para doce comensales, adornado por una lámina enmarcada que muestra al Plus Ultra y su tripulación. Allí, el último viernes de cada mes, se dan cita los miembros del Club Evaristo.­

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POR CASUALIDAD­

­Como tantas cosas importantes, el club nació medio por casualidad. Cuenta con diez miembros, a los cuales cabe sumar un socio honorario que es Avelino, el rotundo asturiano dueño del restaurant, quien se ha hecho acreedor a tal distinción por varias razones: por reservar a los integrantes del club el discreto recinto donde se reúnen periódicamente; por elaborar para esa oportunidad un puchero glorioso; y por aportar sus escuetas opiniones a los debates que sostienen Los Evaristos, como él los llama.­

La presidencia del club es rotativa y aquel que la ocupa lo hace durante seis meses. Para evitar votaciones incordiosas, la primera ronda de presidentes se cumplió conforme al orden alfabético de sus apellidos. Secretario permanente es Salustiano Pérez, hijo de un pontevedrés y una genovesa, poseedor de una florida letra caligráfica que utiliza para confeccionar las actas donde consta lo tratado en cada reunión. Con esas actas, reunidas, se pensó editar un libro que jamás llegó a la imprenta. Y que tal vez haya sido finalmente reemplazado por éste. ­

¿Cuáles son los intereses comunes que vinculan a Los Evaristos? Podrían mencionarse al menos tres. El primero es de carácter geográfico: todos  trabajan en las inmediaciones del restaurant Asturias. El segundo es  su afición por la Historia Argentina, que conocen bastante bien. Y el tercero es su carácter de lectores infatigables de cuentos y novelas policiales, que incluyen desde Los Crímenes de la Calle Morgue, de Allan Poe, hasta las selecciones de Ellery Queen, pasando por Conan Doyle, Maurice Leblanc, Gaston Leroux, Gilbert Chesterton, Michael Burt, Agatha Christie y Raymond Chandler. E incluyendo al padre Castellani, a Borges y Bioy, a María Angélica Bosco, a Marco Denevi, a Pérez Zelaschi. ­

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LOS INTEGRANTES­

­Pasemos revista ahora a los integrantes del club, excluido Avelino que es socio honorario. El primer presidente fue Andrés Alvarado, despachante de Aduana con oficinas en Bolívar al 600 y ducho en lograr el ingreso de mercaderías sin acudir al torpe expediente de la coima. Es un hombre grande, entrecano, de rostro encendido por la intemperie portuaria. El segundo fue Norberto Cueto, gerente de una firma dedicada a la venta de artículos dedicados al uso rural, tales como bebederos para hacienda, rollos de alambre, encerados, faroles a kerosén y escopetas de dos caños. Viste con saco y corbata pero usa botas bajo el pantalón. El tercero, Jorge Fabiani, abogado, que siempre lleva trajes grises y se peina con gomina. El cuarto es su socio Eduardo Ferro, flaco hasta lo indecible. El quinto, Mariano Gallardo, cronista hípico en La Prensa durante largos años y, más tarde, en una revista de turf. El sexto, Claus Kleiner, dueño de una imprenta en San Telmo. El séptimo, Alberto Medrano, abogado de edad mediana que actúa como procurador para el estudio Fabiani/Ferro. El octavo, Bob O'Connor, importador. El noveno, Salustiano Pérez. Y el décimo Matías Zapiola, descendiente del general, con campo cerca de Mercedes y escritorio en la avenida Belgrano.

En cuanto al estado civil de cada cual, Avelino es casado con cuatro hijos;  Alvarado, casado con seis hijos, al igual que Cueto; Fabiani, casado con tres hijos y cinco nietos; Ferro, casado sin hijos; Gallardo, viudo y vuelto a casar; Kleiner soltero galanteador; Medrano espera su primer hijo; O'Connor, separado, con posibilidades de volver a unirse con su mujer; Pérez, solterón; y Zapiola, casado y padre de familia numerosa.

Respecto a sus ideas políticas, Avelino se declara partidario de Franco y se refiere despectivamente a casi todo lo ocurrido en España después de la muerte del caudillo. Cueto tiene ascendencia radical antipersonalista y admira el gobierno de Alvear. Fabiani, liberal, acérrimo antiperonista. Ferro, peronista de viejo cuño. A Gallardo el interés por la Guerra de Malvinas lo acercó al nacionalismo y critica a todos los políticos por igual. Kleiner es medio socialista. Medrano, enrolado en el revisionismo histórico, está convencido de que todo tiempo pasado fue mejor. O'Connor es radical yrigoyenista. Pérez, moderadamente anarquista. Y Zapiola un conservador con simpatías por el ex gobernador bonaerense Manuel Fresco.  ­

Las relaciones entre ellos nacieron por variadas razones: frecuentar los mismos negocios, amistad previa, incorporación al club a propuesta de alguno de sus integrantes, aficiones compartidas. ­

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LA CENA MENSUAL­

­La cena mensual preludia con un Cinzano acompañado por aceitunas, galletitas y dados de queso, acondicionados en sus respectivos triolets, pasados de moda. Ya en el comedorcito, se empieza a comer temprano para no demorar el comienzo de la ceremonia central de la velada. Que consiste en el desarrollo de un caso con ribetes policiales de la historia argentina, que uno de los socios debe exponer circunstanciadamente, luego de haberle sido asignado en la reunión anterior, a su propuesta o elegido por los contertulios. ­

Presentado el asunto y condimentado por la información recogida a su respecto, tiene lugar un debate seguido por algo así como una conclusión, adoptada por mayoría, cuando es posible lograrla. La cual no pretende establecer la verdad histórica sino un desenlace razonable de la cuestión. O sea coherente aunque no necesariamente verídico. Por otra parte, el orden de los casos no es cronológico sino que pueden corresponder a épocas diversas, sucesivas o no. De manera que, por ejemplo, el misterioso robo de las manos de Perón, en 1987, podría haberse tratado antes que la enigmática muerte del general Lavalle, en 1841. ­

También, estatutariamente, las sesiones no pueden extenderse más allá de las tres de la mañana pues, aunque al día siguiente no se trabaje, Los Evaristos son personas normales que no admiten levantarse a mediodía. Además, tales sesiones no se han llevado a cabo con una continuidad impecable pues, por un motivo u otro, varias veces sufrieron interrupciones forzosas. Sin contar con que, de vez en cuando, las cenas son reemplazadas por almuerzos en los que participan las familias de los socios y donde no se habla de crímenes. Es por eso que el número de sesiones resulta menor que el que correspondería, teniendo en cuenta el tiempo transcurrido desde la fundación del club.   ­

Finalmente ¿por qué Evaristo? Pues, por la sencilla razón de que los socios, al elegir ese nombre para la entidad, quisieron rendir homenaje al mítico comisario Evaristo Meneses, aquel gran jefe de Robos y Hurtos entre 1957 y 1962, nacido, paradójicamente, en el pequeño pueblo de Cuatreros, próximo a Bahía Blanca, en 1907, y que murió sin un peso en 1992. El de la mano pesada que detuvo a Jorge Villarino, a Lacho Pardo, al Loco Prieto, a Pérez Griz. Aquel que decía: ``Hay que enseñar a disparar lo menos posible. Pero, si es necesario, no hay que errar''. Y que, ya retirado, se dedicó a pintar paisajes camperos que recordaban su pago natal. ­

Cada sesión del club se cierra con un brindis en memoria del comisario, a cuyo efecto Avelino aporta la bebida como atención de la casa.­