Lo importante ocurrió en febrero. La ministra de la Corte Suprema, Elena Highton de Nolasco, había presentado un amparo para no ser jubilada después de cumplir los 75 años. El gobierno de Mauricio Macri resolvió no apelar, el amparo quedó firme y Highton siguió. Macri hizo eso, según trascendidos, por recomendación de uno de los jueces recientemente incorporados al tribunal.
El consejo demostró ser acertado. La permanencia de Highton y su cercanía con los dos nuevos ministros, Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz, terminó cambiando la relación de fuerzas en el tribunal, hasta entonces controlado por su presidente, Ricardo Lorenzetti. A la hora de votar por la aplicación de la ley más benigna a un condenado por delitos de lesa humanidad, Highton quedó de un lado y Lorenzetti, del otro. Del perdedor.
Hábil negociador, Lorenzetti había conseguido hasta ese momento orientar a la Corte en la dirección de sus planes. Aunque estaba enfrentado con Cristina Fernández, consiguió en 2015 su tercera reelección consecutiva mediante un jugada inesperada, el adelantamiento de la votación. Tenía entonces tres aliados sobre cinco miembros de la Corte: Highton, Juan Carlos Maqueda y Carlos Fayt. Hoy le queda uno solo: Maqueda.
Fayt y Raúl Zaffaroni renunciaron y fueron reemplazados por Rosatti y Rosenkrantz. Highton parece haber cambiado de vereda. Hay una nueva mayoría que no le obedece y que no acepta fallos por unanimidad forzada. Le partieron el tribunal y lo dejaron en minoría.
En este punto hay que recordar el hecho de que la Corte presidida por Lorenzetti le dio un duro golpe al gobierno de Mauricio Macri el año pasado al anular el aumento de la tarifa de gas. No sólo fue un golpe al gobierno sino a la gobernabilidad. Que la tarifa del gas la fijase la Corte significó un fuerte pérdida de poder real para el presidente. Por eso en la Casa Rosada nadie derramó una lágrima por Lorenzetti.
Hubo algunas críticas de compromiso al fallo para cubrir las apariencias y no mucho más.
En cuanto al fondo de la cuestión, el fallo parece reflejar una tendencia. En abril otro fallo, del que tampoco participó Lorenzetti, le otorgó la prisión domiciliaria a un condenado por delitos de lesa humanidad de 85 años con la salud muy deteriorada.
Poco antes, en febrero, la Corte también había puesto límites a los fallos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Estableció que no podrán revocar fallos del máximo tribunal argentino. La decisión es clave porque le cierra esa vía al kirchnerismo en el caso Milagro Sala.
También significa una restricción para la aplicación de criterios de "corrección política" en casos de derechos humanos.
La sintonía de Lorenzetti con el kirchnerismo en esta materia quedó ratificada cuando la ex presidenta Cristina Fernández, condenó con las siguientes palabras la aplicación del dos por uno: "En mi gobierno no se habría dado". Lo que, dicho sea de paso, confirmó una vez más que la cuestión de la represión ilegal no es ni fue nunca sólo una cuestión jurídica sino también política y social.
Y es en este último terreno donde parece percibirse un cambio incipiente de época. Un cambio que comenzó a insinuarse con el cuestionamiento de la cifra de 30 mil desaparecidos. Siempre atenta a los vientos que soplan Estela de Carlotto denunció alarmada: "Nos quieren borrar".
A lo que hay que sumar la iniciativa de la Iglesia para buscar una "reconciliación" entre los dos bandos en pugna hace cuatro décadas que no pudo haber sido puesta en marcha sin indicación expresa del Vaticano. El desprestigio sufrido por los "organismos", en especial las "Madres" con la causa Sueños Compartidos, tampoco es ajeno a los cuestionamientos que ahora deben soportar todos los que gozaron de poder y fondos públicos abundantes con CFK. Los que se indignaron cuando el presidente habló del "curro" de los derechos humanos y prefirieron denostarlo pensando que sus mandantes kirchneristas estarían siempre en el poder.
En síntesis, el uso político de los derechos humanos parece haber alcanzado un límite y el espíritu de época que lo hizo posible parece retroceder. Así como pasó la época de "los argentinos somos derechos humanos", y la de los "dos demonios", pasará la de la juventud idealista y los militares "genocidas". Imposible evitarlo.