Ese olorcito que tiene el teatro y que por suerte estamos recuperando. Se siente en la mezcla de butacas, cortinados, madera. Es inconfundible, habla de misterio, de nervios, de artistas con ganas de entregar todo, y con público dispuesto a participar de un rito. Lo sabía William Shakespeare, tal vez el padre del teatro occidental moderno, cuando hace más de cuatrocientos años representaba sus obras en el Globe Theatre, allí donde el pueblo iba a verse, también a perderse, o a encontrarse. Por estos días,
Shakespeare le hablaba a su época, a su pueblo. ¿Qué tiene que decirnos ahora, acá, en Buenos Aires? Según las palabras de los dos creadores involucrados en las puestas y adaptaciones porteñas, mucho. Muchísimo.
LAS TRAMAS
En Arte Facto (Sarandí 760), el teatro dirigido por Raúl Serrano -y que también fundó Moscoso-, cada sábado a las 20 un elenco de nueve actores pone toda la pasión necesaria para desempolvar el clásico. Tal vez falten los ropajes isabelinos pero allí están los sonidos del original, las frases célebres, los modos levemente aggiornados.
Se nota que Moscoso conoce la obra de memoria. En diálogo con
La propuesta entonces es reencontrarse con el texto shakesperiano con ciertos cambios para traerlo al presente, pero sin modificar esencialmente ni la trama ni los personajes. Se ven asesinatos, gritos desesperados, explicaciones sobre motivos y decisiones. Y a un Moscoso bien cómodo en un personaje que conoce a la perfección.
LUCES Y SHOW
Aunque también se vea claramente inspirada en `Ricardo III', la obra que se da los jueves a las 20 en el Teatro El Extranjero (Valentín Gómez 3378) parece estar a años luz del original. Y de la propuesta de Moscoso.
Tantas eran esas dificultades que los debates con Horacio Marassi, el protagonista, se multiplicaron. Stolkiner recuerda: ``El es de la vieja escuela del teatro independiente, en la que el proceso de búsqueda en el ensayo, el disfrute de ese proceso, es muy importante. Yo en cierto modo también voy por ahí. Y fue mucho amor y mucha pelea, pero a mí me gustaba trabajar con él porque entendía que algo de la textualidad de Liddell contrastaba con Marassi, que es un dulce de leche. Es un tipo muy sencillo y yo quería acercar ese personaje monstruoso a un rol más humano, que fuera un hombre común''.
Y así se lo ve a Marassi en escena. Muy concentrado en su texto, muy preciso. Por momentos, el espíritu de Ricardo se apodera de él, sobre todo cuando aparece esa idea de sacarle la careta a la construcción de las candidaturas políticas.
Al respecto, Stolkiner señala: ``A este pibe le hacían bullying, la familia lo rechazaba. En la obra, él quiere crear un mundo en manos de los seres deformes. Esa es su causa. Yo no lo justifico, pero sin dudas tiene sus dobleces.''
ADVERTENCIA
Lo cierto es que hay mucho de
En la obra, Ricardo utiliza los resortes de la democracia para llegar al poder. "También -señala Stolkiner- nos confronta con cómo nos acomodamos a ciertas circunstancias. Recordemos la década de 1990, por ejemplo. Podemos ver cómo a consciencia hipotecamos algo nuestro. Ahora también vemos personajes como Milei o Bolsonaro que seducen.
Entre los atractivos de `El año de Ricardo' resulta muy interesante la intervención de Magdalena Huberman, quien, con su bella voz y presencia, oficia de contraste con lo monstruoso, ofrece luz en esa oscuridad con cada una de las canciones que interpreta en vivo.
Hacia el final, precisamente desde una canción, se nos pregunta dónde está el amor. Seguramente muy lejos de Ricardo, aunque él lo esté buscando a su particular modo. De cualquier forma, qué mejor que un teatro, con sus aromas, maderas, butacas, y el espíritu de Shakespeare rondando, para intentar encontrarlo.