Opinión
El rincón del historiador

Doña Francisca, la propietaria

Desde la más tierna infancia los edificios del Cabildo de Buenos Aires y de la Casa de Tucumán, fueron motivo de ilustración de los cuadernos infantiles desde el jardín de infantes, visitados en cantidad el primero por los porteños y la gente de la provincia o las del interior que llega a nuestra Ciudad. La segunda sin duda es la Casa Histórica, que como nos enseñaron era de doña Francisca Bazán de Laguna, veamos cómo era esta casa y quien era esta señora.

La ciudad de San Miguel del Tucumán fundada por Diego de Villarroel en 1565, no alcanzaba los 6.000 habitantes, se la reconocía como “sepulcro de la tiranía'' al decir de una medalla acuñada para celebrar la batalla que librara Belgrano el 24 de setiembre de 1812, en el día de Nuestra Señora de la Merced.

El Cabildo local, con sus característicos arcos, rompía la monotonía de las casas de techos de tejas o de azoteas, cuando no de paja; las torres de las cuatro iglesias del radio urbano, la Matriz estaba a punto de derrumbarse y por ello las ceremonias religiosas de inauguración se celebraron en el convento de San Francisco, la Merced y Santo Domingo. Las calles sin empedrar, no hacía falta alejarse demasiado para encontrarse con baldíos donde la vegetación silvestre avanzaba, o las casas solariegas de amplios patios, corrales y gallineros.¬

No había edificio donde reunir el Congreso y tampoco eran demasiados los lugares para albergar a los diputados, sacerdotes, abogados; militares, hacendados de pobre hacienda; y proscriptos altoperuanos. En galeras de altas ruedas y frágil caja suspendida sobre sopandas oscilantes, o a lomo de mula o de a caballo; incluso agregados al lento convoy de las carretas. Con apenas una onza de oro guardada celosamente, y unos pocos pesos, reales o medio reales, contados y recontados para calcular, por su mengua sucesiva, si alcanzarían hasta la problemática remesa de nuevos fondos. 

No había viáticos, desarraigo, secretarios, asesores ni rumbosas comitivas. Ni otras prebendas inimaginables no sólo en aquellos tiempos heroicos, sino también para la imaginación aún fantasiosa de cualquiera de nosotros. Descendieron en los conventos y casas amigas y hospitalarias; recibidos con afecto y respeto; portadores de petacones de cuero, que guardaban junto a alguna ropa, la sotana, el uniforme o la levita de gala para las solemnidades; el tintero con pluma de ganso, unos papeles en blanco, los libros de leyes y algún otro predilecto, y las instrucciones de las provincias.

El Congreso como bien dice el Padre Furlong había de durar meses o años, por eso necesitaban contar con una importante sala para las reuniones, y porque no habitaciones donde vivir los diputados, al menos algunos de ellos. 

PROSAPIA

Doña Francisca Bazán de Laguna había nacido hacia 1740, hija de don Juan Antonio Bazán y Figueroa y de doña Petrona Esteves, y descendía del fundador de la Rioja don Juan Ramírez de Velazco y del conquistador Juan Gregorio Bazán. Había casado en 1762 con don Miguel de Laguna y fueron padres de fray Miguel Martín Laguna, cura y vicario de Trancas (1762-1829), Juan Venancio, Joaquín, Nicolás Valerio (1772-1838) y Gertrudis (1766-1802), casada con Pedro Antonia de Zavalía de la que llega descendencia hasta nuestros días. Mujer muy entrada en años, el historiador tucumano Roberto Zavalía Matienzo, dice que estaba mentalmente enferma, que no fue ella sino su hijo Nicolás quien ofreció la casa, mudándose ella a una residencia contigua. Lo cierto es que la propiedad fue facilitada incondicionalmente.

Tenía 29 metros de frente por 69 metros de fondo, en la calle llamada de la Matriz por estar sobre la del costado de esa iglesia (hoy Congreso 151), de una sola planta, con suportón de madera de dos hojas, con dos columnas torsas que descansan sobre un pedestal de ladrillo y a los lados las dos ventanas enrejadas, zaguán, con habitaciones, locales para comercios y un amplio primer patio que se corta por un ancho paso al segundo, en donde había dos amplios ambientes, uno destinado a la sala y el más grande al comedor. Así esos ámbitos, con el permiso de los propietarios se hizo uno solo, de la mano rápida de algún alarife local de unos 15.40 m. de largo por 5.40 de ancho, cuyas paredes son de casi un metro; fueron la Sala de la Jura

La propiedad siguió en poder de la familia Zavalía, en sus distintas ramas hasta el año 1874 en que fue adquirida por el Gobierno Nacional. En mayo de 1861 doña Gertrudis de Zavalía, elevó una nota a las autoridades pidiendo la exención del pago de la contribución directa, señalando de algún modo por primera vez su valor patrimonial al llamarlo: ”Santuario que, si bien yace olvidado por la Nación a causa de las perturbaciones políticas, a  cargo de una familia decaída de su antigua fortuna, que lo conserva intacto con religioso respeto. me refiero a la casa monumental de nuestra propiedad donde se juró la Independencia. La conservamos en la misma forma que tuvo en aquella época memorable de la historia argentina, esperando que la Nación recoja bajo su amparo, y consagre a la veneración de las generaciones venideras ese recinto glorioso''.

Fue Tiburcio Padilla diputado nacional por Tucumán, quien presentó en 1868 un proyecto de ley para la expropiación de la casa por parte del Estado y conservación de la misma, destinándolo a oficinas públicas. El general Mitre que acababa de bajar de la presidencia lo sostuvo y defendió cuando dijo: “Indudablemente, no hay deber más sagrado para los pueblos, que esa religión de los recuerdos grandes de la Patria. Recordar la memoria de sus grandes hombres, de los objetos que le pertenecieron, de las habitaciones durante sus vidas, de aquellos lugares en que pasaron las grandes escenas de la historia contemporánea y antigua, ha sido siempre un deber moral que los pueblos han llenado siempre''. 

El 15 de setiembre de 1869 las dos cámaras aprobaron el proyecto, pero recién el 25 de abril de 1874 se hizo efectiva la compra al abonarse a doña Gertrudis Zavalía, representada por un tercero por "no tener vista" para firmar y a Amalia Zavalía la suma de 25.000 pesos.

Un decreto habló de su restauración en junio, pero pasaron seis años sin que nadie pusiera manos y la casa fue destinada a oficina de Correos y Telégrafos, cuando se comenzó la tarea se comenzó por alterar la fachada, con una fachada de tipo grecorromano, con una portada central con arco de medio punto, y seis ventanas a la calle, y dos leones acostados flanqueaban al arranque del frontis.

Pasaron muchos años, hasta 1940 en que tomó el estado de hoy conocemos, con otros intentos que merecen comentarse con mayor extensión; pero sin duda junto al Cabildo porteño, la Casa del Acuerdo de San Nicolás y el recinto de la Jura de la Constitución en Santa Fe, son lugares sagrados porque como lo dijo el tucumano Nicolás Avellaneda aquellos diputados: “Se emancipaban de su rey, tomando las precauciones para no emanciparse de Dios y de su culto''.