En el censo mandado levantar en Buenos Aires en 1869, encontramos viviendo en la calle Esmeralda Nro. 34 a Francisco Colognato, italiano, de 56 años, de profesión “cirujano – pedicuro”, de estado civil viudo, que compartía ese domicilio con sus hijas Elisa de 17 años y Elvira de 8, la primera de ellas nacida en Italia. Como su nombre no figura en ningún diccionario biográfico hemos seguido nuestras indagaciones, en el Archivo de la basílica de Nuestra Señora de la Merced, encontramos el acta de bautismo de Elvira el 8 de abril de 1863, que en realidad en la pila le habían puesto los nombres de Virginia Ángela Elvira, tenía un año y medio; su madre era Aurelia Barachi. Don Francisco había nacido en 1813 y su mujer en 1862.
Sobre Aurelia Barachi encontramos un curioso antecedente en El Comercio del Plata de Buenos Aires del 16 de diciembre de 1859 donde se dan los alumnos que rindieron exámenes en la Facultad de Medicina ese año, donde ella es la primera que aprobó por unanimidad en la carera de Parteras.
Por algún aviso publicitario sabemos que además de ofrecer sus servicios de pedicuría y de profesor de flebotomía, en realidad una manera muy pomposa de decir de sangrador; anunciaba “el empleo de nuevas y ricas sanguijuelas hamburguesas”. Tenía en los primeros tiempos su domicilio en la calle San Martín 147, donde de acuerdo a los anuncios ejercía su profesión.
En el Museo Histórico Nacional se encuentra este impreso salid de la Imprenta de El Nacional, que resulta de mucho interés y que es de fines de 1867 o comienzos de 1868, que dice:
VINAGRE DE LOS CUATRO LADRONES
PREPARADO POR EL PROFESOR FRANCISCO COLOGNATO
AL RESPETABLE PÚBLICO
“Para preservarse del cólera morbus y de cualquier enfermedad sea atmosférica o contagiosa, el humilde servidor del pueblo Francisco Colognato aconseja hacer uso diariamente de un vinagre desinfectante llamado en Europa y con especialidad en Milán VINAGRE DE LOS CUATRO LADRONES; y para que esté al alcance de todos y pueda cada uno preparárselo por si mismo, doy abajo la receta”.
“El modo de usarlo es tomar por la mañana en ayunas, una cucharadita de café, si está el estómago indispuesto, y al lavarse echar un poco en el agua lo mismo que se echa al agua de olor, enjugarse la boca con ella después de lavado y bien secado manos y cara echar un poco en la palma de la mano refregándola una mano con otra y así húmeda pasarlas por la cara y dejarlas secar por si”.
“Es conveniente también llevar un frasquito en el bolsillo, para olerlo y mojar con él los dedos pasándolo por los labios y la extremidad inferior de la nariz, en cualquier paraje que se encontrase en donde hubiese alguna exhalación desagradable”.
Teniendo este sistema conservarán la salud y el flagelo que nos está amenazando desaparecerá”.
A continuación publica la “Historia de este milagroso vinagre” que apareció cuando el cardenal Borromeo, llevado a los altares como San Carlos de Borromeo era arzobispo de Milán ministerio que ejerció desde 1564 hasta su muerte en 1584. En agosto de 1576 estalló en esa ciudad una peste conocida con el nombre de la ciudad, que duró hasta enero de 1578; en la que el santo arzobispo se desprendió de sus bienes, y atendía a los enfermos, durmiendo apenas dos horas por día. Las casas estaban cerradas con muertos adentro, cuatro hombres sin temor alguno, se introducían en ellas “y no sólo robaban las alhajas de mayor valor que había en ellas, sino que esas sacrílegas manos, profanaban cadáveres sacándoles el dinero y las alhajas que ellos encontraban”. Aprehendidos fueron condenados a muerte, pero ellos pidieron salvar la vida “descubriendo el secreto con que se habían librado de la peste”, la justicia decidió aplazar la sentencia obligándolos a manifestar el secreto, y si la población se salvaba les sería perdonada la vida. “Efectivamente lo hicieron y la autoridad la repartió a toda la población y en poco tiempo desapareció completamente la peste y estos individuos consiguieron la libertad”.
Prosigue el impreso de Colognato:
“Damos en seguida la receta que descubrieron aquellos cuatro hombres a la autoridad de Milán en aquella época. Ajo pelado y limpio: 1 onza; Cebolla de cabeza limpia: 1 onza; Calvo de olor: ½ onza; Flor de alucena: 1 onza; Romero: ½ onza; Alcanfor: 1 onza; Todo esto se pone en un mortero de mármol y se pisa hasta que sea reducido como una masa, después se le agrega aguardiente de España: 6 onzas; Poniéndose después en un botellón agregándole vinagre puro de vino, que sea blanco, o tinto poco importa, no siendo absolutamente de yema 36 onzas. Se tapa herméticamente el botellón dejando todo en infusión por cinco días y si es posible al sol, revolviéndole diariamente dos o tres veces, y después se pasa a un lienzo o a un cedazo exprimiéndolo fuertemente para que salga todo el jugo de esta fusión, y se guarda en botellas o frasquitos para usarse como está arriba dicho. Así se preservarán del cólera o de toda clase de peste contagiosa o atmosférica. Con la certeza que tengo de este antiguo hecho histórico, y seguro que es el mejor preservativo contra toda epidemia y lo pongo a conocimiento del público a quien tanto debe este humilde servidor. Francisco Colognato”.
Hasta aquí muy interesante el documento. Sin embargo alguna leyenda instala el episodio no en Milán, sino en Francia, más puntualmente en Marsella o Toulouse en el siglo XIV, con motivo de la epidemia de peste bubónica. La receta fue publicada en 1910 en un libro sobre Aromaterapia, escrito por René-Maurice Gattefossé, copiada de la escrita en los muros de Marsella y que desde 1937 estaba en el Museo de París. También en la obra “The Scientific American Cyclopedia of Receipts, Notes ans Queries” fue reproducida en 1901.
Pero a don Francisco Colognato, el documento que glosamos le da la primacía en difundirlo en aquel Buenos Aires de 1867-1868 cuando la epidemia del cólera como el covid en estos días, acaba con numerosas vidas.