Cartas a Kevin
Por Stephen Dixon
Eterna Cadencia. 216 páginas
Una larga broma, una tomadura de pelo desarrollada a lo largo de 200 páginas es Cartas a Kevin, uno de los últimos libros que publicó en vida el singular escritor estadounidense Stephen Dixon (1936-2019).
La premisa de esta historia disparatada es harto elemental: el protagonista, Rudy Foy, vive en Nueva York y quiere comunicarse con su amigo Kevin Wafer, quien reside en Palo Alto, California. Es decir en el otro extremo del extenso continente norteamericano.
Como no tiene teléfono, Rudy procura sin éxito que algún vecino llame a Kevin por él. No lo consigue, y su posterior intento de llamar desde una cabina telefónica degenera en la primera de las escenas desopilantes que van marcando el avance de lo que podría llamarse trama.
Frustrada la comunicación telefónica, Rudy apelará a un recurso más antiguo y confiable: escribirle cartas a Kevin en una máquina de escribir portátil de la que no se desprende ni a sol ni a sombra. En total escribirá y despachará dieciséis, que son los capítulos del libro.
Para mejor entender el núcleo del argumento conviene aclarar que la novela transcurre décadas atrás. Aunque no hay una datación precisa, podría pensarse que sucede a fines de los años ‘70 o comienzos de los ‘80, ya que hay alguna mención a las primeras computadoras. Pero no más que eso. De ahí que en sus páginas no existan teléfonos celulares, ni el correo electrónico, el fax, los mensajes de texto o el whatsapp, medios todos que podrían haber resuelto en un instante el conflicto que acosa al protagonista.
Se ha sugerido que los problemas ridículos que afronta Rudy constituyen una reflexión irónica sobre la actual era de la hipercomunicación. Es posible, aunque más certero sería decir que el humor del libro, guiado por el absurdo y el sinsentido, resulta alérgico a ese tipo de intenciones.
El “nonsense” de escritores ingleses como Lewis Carroll y las alucinadas postergaciones kafkianas asoman detrás de los desvaríos de Rudy y los obstáculos repetidos y crecientes que debe enfrentar. Las bromas delirantes que propone el autor son esencialmente verbales: juegos de palabras, distorsión de significados y abuso y manipulación de la literalidad y los lugares comunes del idioma inglés hasta extremos impensados.
Si mucho de eso sobrevive en castellano es por mérito del traductor, Ariel Dilon, que con buen criterio parece haber consumado una tarea de adaptación -más que de traducción- en los pasajes en que Dixon se entrega con mayor enjundia a la parodia lingüística y las posibilidades literarias del absurdo.
Cartas a Kevin, que está ilustrado con dibujos caricaturescos del propio autor, es un libro divertido que en sus primeras páginas sorprende y agrada pero que, al igual que otros de su estilo, empieza a agotar variantes a medida que su atmósfera de completa irrealidad se va haciendo cada vez menos soportable.