Señor director:
A las 10.33, del 29 de julio pasado, abordé en Zurich con mi mujer y mi hijo, el vagón N° 11, de Primera Clase, en el Tren Euro City 317, con asientos reservados bajo números 71, 75 y 76, con destino a Milán. Servicio gestionado por las empresas Ferrocarriles Federales Suizos (SBB CFF FFS) y Trenitalia.
El viaje se desarrolló con la precisión y la cortesía habitual suiza. Así, al aproximarse a la frontera se informó sobre el recambio de personal y el control de pasaportes. Trámite éste último, a cargo de una gentil funcionaria que nos dió la bienvenida.
Unos minutos después, con el tren detenido y sin aviso previo, se hizo presente un señor, quien presumimos se expresaba en italiano, idioma que no hablamos, exhibiendo unos carteles, con la cifra de 10.000 en grandes caracteres. Entendimos que aludía a la cantidad de dinero que se autorizaba a ingresar.
Aclaro que en adelante me referiré a él como «el presunto funcionario» entre comillas, ya que nunca se identificó, aunque exhibía una remera con la leyenda «Polizia di Finanza».
Nos sorprendieron sus maneras bruscas de dirigirse únicamente a nosotros, ignorando al resto del pasaje, que se tornaron agresivas al conocer que Buenos Aires era nuestro lugar de procedencia. Interrogó a mi hijo y a mi mujer sobre el dinero que llevaban; quienes por señas le indicaron que el suscripto, del otro lado del pasillo, lo tenía.
Sin presentarse, me preguntó con cuánto dinero contaba y le respondí, en nuestro idioma, que no lo sabía con exactitud pero que era inferior al permitido. Acto seguido me obligó a exhibir mi billetera y, delante del pasaje, contó los billetes. Tras lo cual, me volvió a preguntar si poseía más dinero. Le respondí que lo llevaba en una pequeña riñonera, pero me indicó que fuera al baño para mostrar su contenido, lo que era innecesario porque la llevaba a la vista.
Una vez en ese recinto, al proceder a sacármela, su contenido cayó al piso, junto a otros efectos personales. Inmediatamente golpeó la puerta urgiendo a que saliera.
Así, sin demoras, aparecí ante el resto del pasaje con mis pantalones a medio bajar y con la riñonera entre las piernas. Sin inmutarse, procedió a contar ese dinero que no alcanzaba ni de cerca la suma máxima autorizada.
Ante esa desilusión, el mencionado «presunto funcionario» me señaló que yo ocultaba más billetes en mis pantalones. Entonces, ya harto, los dejé caer totalmente y le mostré completamente vacía la riñonera. Todo ello con el pasaje como testigo.
Como remate y sin disculpa alguna, cerró la puerta con un golpe y desapareció sin interrogar al resto de los turistas que permanecían estupefactos ante la escena que se veían obligados a presenciar.
A continuación, el tren reinició su marcha, por primera vez, con demora. Habíamos llegado a Italia. Conductas como la reseñada no parecen ser inusuales, según los comentarios recogidos con posterioridad entre los nativos y residentes extranjeros en ese país.
Para más datos, la «Polizia di Finanza», que aparece en la web como «Guardia di Finanza», no es un organismo perdido en la maraña burocrática, sino que su jerarquía la da su dependencia directa del Ministro de Economía y Finanzas y ser parte integrante de las Fuerzas Armadas de la República de Italia.
Ello no obstante, el bochornoso episodio relatado permite sacar algunas conclusiones respecto a su funcionamiento, siempre, se entiende, que su protagonista estelar fuese un funcionario y no un farsante. Ellas son:
1.- Que el sistema de selección de su personal es por completo ineficiente.
2.- Que la supervisión de sus dependientes, de existir, no funciona.
3.- Que la capacitación que reciben sus integrantes es lamentable.
4.- Que no cuenta con ningún sistema de auditoría interna y externa que funcione.
5.- Que no respeta las normas de raigambre constitucional de su país ni las comunitarias respecto al trato que se debe a las personas.
6.- Que el «presunto funcionario» cuenta con un marco de impunidad muy amplio, o debo decir «patente de corso»; pues de otro modo no se puede justificar su proceder.
7.- Que esa «protección» sólo puede explicarse porque su jefe se lo permite, ya sea porque también él tuvo ese comportamiento; o, por lo menos, lo toleró. Y así el jefe de su jefe y el jefe del jefe de su jefe, sucesivamente, hasta el máximo responsable.
8.- Para peor, cabe preguntarse si «el presunto funcionario» se habría comportado igual con un turista estadounidense, alemán o suizo?
9.- Queda confirmado que el anonimato es un instrumento tras el que se esconde la falta de idoneidad del burócrata.
Lo expuesto, autoriza a concluir que la ineficiencia, por calificarla en manera benévola, de la «Polizia di Finanza», es estructural, endémica y de larga data.
Una prueba más, demostrativa de lo afirmado, lo constituye el hecho que nunca se haya tenido noticia en estas latitudes de la iniciación de investigación o siquiera sumario alguno ante las denuncias de transferencias irregulares de capitales de origen ilícito por personajes públicos locales, que fueron «invertidos» en la península o transitaron hacia terceros países y de los que la crónica periodística nacional y extranjera informaron con sumo detalle en su momento.
En resumen, la República de Italia, que presume pertenecer al Primer Mundo y, aunque más no sea por su larga tradición doctrinaria y académica en el campo del Derecho Administrativo, no puede permitirse contar con «un sistema» como el descripto ni con «presuntos funcionarios» de esta clase.
HUGO A. MÉNDEZ