Los Juegos Olímpicos de la era moderna nacieron en 1896, producto del sueño del francés Pierre Fredy, barón de Coubertin. Este aristócrata pretendía recuperar la gloria de las competencias celebradas en la antigua Grecia. El primer capítulo de la nueva etapa solo contó con hombres y recién en París 1900 aparecieron en escena 22 damas. En 2024, rige la paridad de género: hay 5.520 participantes masculinos y otros tantos femeninos. A lo largo de la historia, las mujeres argentinas tuvieron un protagonismo especial. Han sido, sin dudas, las diosas del Olimpo.
La nadadora Jeannette Campbell fue la primera embajadora de las deportistas argentinas. Lo hizo en Berlín, en 1936. Pero no solo se la puede ver como una pionera en la materia, sino que además logró subirse al podio, dado que obtuvo la medalla plateada en la prueba de 100 metros estilo libre. “Las medallas y los títulos se igualan, y los récords, con el paso del tiempo, se superan. Pero nadie me quitará el hecho de haber sido la primera”, dijo alguna vez esta mujer que llegó a suelo alemán como la única representante de su género en una delegación de 55 integrantes.
Así como Campbell les abrió la puerta de los Juegos a las mujeres de estas latitudes, la judoca Paula Pareto y la regatista Cecilia Carranza Saroli son las únicas que se colgaron del cuello una medalla dorada. La Peque, que había ganado el bronce en Beijing 2008, se bañó en oro en Río de Janeiro 2016. En esa misma edición de la cita olímpica se consagró Carranza Saroli, quien, junto con una figura colosal como Santiago Lange, se impuso en la categoría Nacra 17 mixta del yachting.
Jeannette Campbell fue la primera representante femenina en los Juegos.
Es mentira que la historia la escriben solo los que ganan. Por eso el deporte argentino es rico en hazañas de mujeres que no alcanzaron un primer puesto. Hubo muchas que tuvieron como recompensa una presea de plata o de bronce. Ellas lograron que ese elemento de la tabla periódica que se presenta como un metal de transición y que esa aleación de cobre y estaño sean el vivo testimonio de inolvidables jornadas en el derrotero olímpico.
La intención es hacer un rápido repaso de las representantes albicelestes que pueden jactarse de haber subido al podio en los Juegos. Se trata de un desfile de estrellas de un fulgor deslumbrante que escribieron algunas de las páginas más importantes de Argentina en esa cita que desde 1896 congrega a los máximos exponentes del deporte universal.
Este ejercicio adquiere una fuerza significativa porque Eugenia Bosco se adueñó de una medalla de bronce en una labor compartida con Mateo Majdalani. Ambos le aportaron la segunda presea a la delegación argentina con el tercer puesto en la exitosísima categoría Nacra 17 mixta. Y se hace aún más relevante porque Las Leonas, el Seleccionado femenino de hockey sobre césped, sumaron otra proeza olímpica con el bronce que les otorgó la victoria de hoy sobre Bélgica. Esos halagos completan la obra que inició El Maligno José Torres con el oro en BMX.
PAULA PARETO
La Peque es un ejemplo de superación y amor propio. Una pequeña gigante que constituye uno de los principales emblemas del deporte argentino. Consiguió un título mundial -también un subcampeonato y un tercer puesto- en la categoría de hasta 48 kilos. Pareto también festejó en el ámbito panamericano. En Beijing 2008 se llevó la medalla de bronce y en Río 2016 tuvo su mayor éxito con el oro, luego de imponerse en la final a la surcoreana Jeong Bo-Kyeong.
Pareto, una pequeña gigante del deporte argentino.
Con un carisma arrollador, condujo al tatami a varias niñas que encontraron en ella una fuente de inspiración. En 2014 se recibió de traumatóloga en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Se retiró de la actividad luego de conseguir un diploma olímpico por el séptimo puesto en Tokio 2020. “Perdón por no poder hacerlos tan felices como en Río, pero lo di todo, hasta la última gota. La tristeza que siento es también gracias a tantas alegrías, así que vale”, se disculpó con una humildad inaudita para una de las mayores figuras del deporte nacional.
Hace tres años, en la capital japonesa, fue designada para llevar la bandera olímpica en la ceremonia inaugural de los Juegos. Se trataba, sin dudas, del mayor homenaje para una deportista que hizo del respeto por las valores olímpicos una forma de vida.
CECILIA CARRANZA SAROLI
Su carrera estuvo asociada durante mucho tiempo con la categoría Laser Radial del yachting. En esa especialidad, Carranza Saroli acumuló victorias en campeonatos nacionales, sudamericanos y panamericanos. Llegó a las competiciones olímpicas en Beijing 2008 y registró un 12º puesto. En 2014 se unió a un prócer de los Juegos como Santi Lange (medalla de bronce en 2004 y 2008 con Carlos Espínola en la clase Tornado) y juntos iniciaron un exitoso recorrido por los mares del mundo en embarcaciones de Nacra 17.
Santiago Lange y Cecilia Carranza Saroli, campeones olímpicos en Río 2016.
Fue segunda en el Mundial de Santander, España, en 2014 y dos años más tarde hizo posible el mayor éxito de su extensa carrera con la medalla dorada en la Nacra 17 mixta al lado de Lange. La consagración tuvo una veta heroica, pues meses antes de la medalla dorada en Río, su compañero debió ser sometido a una intervención quirúrgica en la que le extrajeron un pulmón. Luego de ser abanderado en Tokio 2020, el binomio se despidió en esa edición con un séptimo puesto.
JEANNETTE CAMPBELL
Si bien nació en Francia porque la casualidad llevó allí a sus padres de vacaciones en el momento en el que ella llegó al mundo, Campbell es bien argentina. De hecho, es uno de los máximos símbolos de la natación nacional. Además, fue la primera mujer que integró una delegación olímpica en tiempos en los que los hombres asumían casi en exclusividad la cuota de representación del talento local en los Juegos.
A los 20 años, compartió el viaje en el barco Cap Arcona con una comitiva que se completaba con 50 varones. Se entrenaba en la pileta de la cubierta y nadaba atada a una cuerda para simular el trabajo que habría hecho durante la puesta a punto en una piscina olímpica. Más allá del esfuerzo deportivo, también debió vencer la resistencia de la dirigencia deportiva, nada habituada a incluir mujeres en la representación argentina en los Juegos.
Su presencia en Berlín estaba más que justificada. A los 16 años ya era campeona argentina y dueña del récord nacional, a los 19 se consagró tricampeona sudamericana de 100 y 400 metros y de la posta 4x100, en todos los casos con las mejores marcas regionales. Y en las aguas de las piletas alemanas refrendó sus antecedentes con una desempeño brillante.
La marca de Campbell en 1936 se mantuvo como récord sudamericano hasta 1964.
Se impuso en su serie eliminatoria de los 100 metros libres con 1 minuto, 6 segundos y 8 décimas, un registro que no solo se transformaba como el mejor de Sudamérica, sino que le permitía igualar el récord olímpico. Al día siguiente, mejoró la marca de esta parte del continente con dos décimas menos.
En la final detuvo los cronógrafos en 1m 06s 4/100. Llegó segunda, a solo cinco centésimas de la holandesa Hendrika Mastenbroek. Su tiempo se mantuvo como el más destacado en Sudamérica hasta 1964. En cambio, su medalla plateada es eterna.
NOEMÍ SIMONETTO
Doce años después del fabuloso desempeño de Campbell, Noemí Simonetto viajó a Londres 1948. A los 22 años, era una de las 11 mujeres en la numerosa delegación de 242 deportistas, la más nutrida de Argentina de todos los tiempos. Se trataba de una atleta en el sentido más literal del término: tenía notables condiciones para las pruebas de velocidad y para los saltos. Esa condición le aseguró éxitos tanto en los 100 metros llanos, en la posta 4x100 y en salto en largo y en alto.
Basta un dato para ratificar sus excepcionales dotes: a los 19 años era dueña del récord mundial de 80 metros con vallas. Tanto es así que en Londres participó en esa prueba y alcanzó las semifinales. También fue parte de los 100 metros, pero no superó la ronda inicial. Su momento olímpico se dio en el salto en largo. En esa especialidad llegó tan lejos que se instaló en el segundo escalón del podio.
Noemí Simonetto hizo historia en Londres 1948.
Simonetto parecía encaminarse hacia la medalla dorada, pues con un salto de 5,60 metros se mantenía en la primera posición. En la última ronda, la húngara Olga Gyarmati la superó por nueve centímetros y se adjudicó la prueba. Paradojas del destino, desde 1945, la representante de Independiente de Avellaneda tenía el mejor registro de Sudamérica con 5,75, con el cual habría sido la vencedora en la capital británica.
GABRIELA SABATINI
Gaby fue la mejor tenista argentina de la historia. Solo con mencionar que Gabriela Sabatini es la única ganadora de un torneo de Grand Slam -el Abierto de los Estados Unidos en 1990- bastaría para justificar esa apreciación. Pero, por si fuera poco, se mantuvo entre las más destacadas del circuito femenino en tiempos en los que estaban en su esplendor dos estrellas de una supremacía inmensa como la alemana Steffi Graf y la serbia Monica Seles. Llegó a ubicarse tercera en el ranking en 1989. Una elegida.
Además, Sabatini tenía una técnica excelsa, lo que hacía que sus partidos adquirieran un plano aún más importantes. Jugaba como los dioses. Y llevó ese juego a Seúl 1988. Aparecía como la tercera favorita al oro, detrás de Graf y de la estadounidense Chris Evert, una leyenda del tenis que dominó ese deporte durante muchos años en una etapa en la que mantuvo una rivalidad histórica con la checa Martina Navratilova. Es cierto, la norteamericana estaba en el final de su carrera, pero atesoraba 18 títulos de Grand Slam.
Gabriela Sabatini no pudo con Steffi Graf en la final por el oro en Seúl 1988.
Sabatini debutó en la segunda ronda con un triunfo por 6-1 y 6-0 sobre la yugoslava Sabrina Goles. Luego dio cuenta de la alemana Sylvia Hanika por 1-6, 6-4 y 6-2. En los cuartos de final derrotó a la soviética Natasha Zvereva por 6-4 y 6-3 y la búlgara Manuela Maleeva fue su víctima en las semifinales por un doble 6-1.
En la final se encontró con Graf, su gran adversaria de la época. Con la alemana se midió 40 veces y solo pudo doblegarla en 11. Una de ellas fue, justamente, en la definición del US Open de 1990, en la que ganó 6-2 y 7-6 (4). Dos años antes había caído a manos de la alemana en esa misma instancia del último Grand Slam de la temporada y en 1991 en Wimbledon. Gaby tampoco pudo con la por entonces líder del ranking mundial en Seúl, donde perdió 6-3 y 6-3. Es cierto, la plata no tiene un valor tan alto como el del oro, pero la medalla de Sabatini brillaba casi tanto como lo hacía la argentina en los courts.
LAS LEONAS
El hockey femenino tiene en Las Leonas a una marca registrada. Desde su bautismo triunfal con el nombre de ese felino tan distintivo en Sídney 2000, se ganaron un lugar en el corazón de los argentinos. El Seleccionado dio precisamente en esa edición de los Juegos su primer rugido triunfal con una medalla plateada que, en realidad, si se la miraba bien parecía de oro.
El juego, la mística y el ejemplo de ese grupo de jugadoras dirigidas por Sergio Cachito Vigil provocó un fenómeno popular tal vez solo comparable al que causó Guillermo Vilas en el tenis en los años ´70 o el Seleccionado masculino de vóley en los ´80. De un día para el otro, la Selección femenina tuvo nombre propio: Las Leonas. Con solo pronunciar esas dos palabras, bastaba y sobraba para comprender que se estaba ante un equipo formada por jugadoras con hambre de gloria.
Las Leonas nacieron en 2000 para marcar a fuego el hockey femenino.
Las integrantes de aquella primera generación eran Mariela Antoniska, Paola Vukojicic, Magdalena Aicega, Inés Arrondo, María Paz Ferrari, Mercedes Margalot, Cecilia Rognoni, Luciana Aymar, Anabel Gambero, María de la Paz Hernández, Jorgelina Rimoldi, Ayelén Stepnik, Soledad García, Laura Maiztegui, Karina Masotta y Vanina Oneto.
La permanencia en los primeros planos de ese plantel que casi siempre tuvo como máxima referente a la genial Luciana Aymar alcanzó dos veces la cima del universo del hockey con los títulos mundiales de 2002 y 2010. Y tuvo continuidad en la cita olímpica con otra medalla plateada en Londres 2012 y tres de bronce: en Atenas 2004, Beijing 2008 y París 2024.
Londres 2012 se estremeció con los plateados rugidos del Seleccionado femenino.
En Londres la plata fue para Laura Del Colle, Florencia Mutio, Mariela Scarone, Silvina D´Elía, Noel Barrionuevo, Florencia Habif, Daniela Sruoga, Josefina Sruoga, Rosario Luchetti, Sofía Maccari, Luciana Aymar, Carla Rebecchi, Delfina Merino, Macarena Rodríguez, Rocío Sánchez Moccia y Martina Cavallero.
El bronce premió la labor de Las Leonas en 2004.
El bronce en Atenas lo aseguraron Antoniska, Vukojicic, Aicega, Arrondo, Claudia Burkart, Margalot, Rognoni, Aymar, Mariana González Oliva, Maripi Hernández, Mariné Russo, Stepnik, Marina Di Giácomo, Sole García, Alejandra Gulla y Oneto. Al escalón más bajo del podio en 2008 treparon Vukojicic, Belén Succi, Aicega, Barrionuevo, Giselle Kañevsky, Margalot, Mariana Rossi, Aymar, Burkart, Mariana González Oliva, Maripi Hernández, Russo, Sole García, Gulla, Luchetti y Rebecchi.
En 2008 el hockey femenino se subió otra vez al escalón más bajo del podio.
Hace un rato, en este París 2024 que se acerca a su fin, le tocó el turno a una camada que encarna la renovación. La capitana Sánchez Moccia y Agustina Albertario alzan la voz de la experiencia en un grupo que vive sus primeras gestas y que incluye a Cristina Cosentino, Juana Castellaro, Agustina Gorzelany, Valentina Raposo, Agostina Alonso, Victoria Sauze, Sofia Toccalino, Sofia Cairo, Pilar Campoy, Eugenia Trinchinetti, María José Granatto, Julieta Jankunas, Zoe Díaz y Lara Casas.
La medalla de hoy en París 2024.
SERENA AMATO
Tres de las alegrías del deporte argentino en Sídney 2000 viajaron impulsadas por los buenos vientos. Llegaron a través al yachting: Espínola -otra insignia del olimpismo nacional- fue plata en la categoría Mistral, Javier Conte y Juan de la Fuente se quedaron con el bronce en la Clase 470 y Serena Amato ascendió al escalón más bajo del podio en la Clase Europa. La regatista revalidó en las aguas australianas los excelentes pergaminos que jalonaron su carrera.
Su presentación en Atlanta 1996 le había deparado un diploma olímpico por un séptimo puesto. Su colección de halagos en la Clase Europa era inmensa, tanto en competiciones locales como internacionales. Y en Sídney se ubicó en el primer puesto de la general, pero cuando parecía que se divisaba el oro en el horizonte, la campeona panamericana en Winnipeg 1999 terminó con el bronce en su poder.
Serena Amato sorprendió con su tercer puesto en Sídney 2000.
La tarea de Amato resultó tan buena como sorpresiva. No aparecía entre las candidatas a estar en el podio, pero se encomendó a los buenos vientos y, con menos medios económicos que sus competidoras, hizo un esfuerzo sin descanso para terminar detrás de la británica Shirley Robertson y la holandesa Margriet Matthysse. La gran favorita era la danesa Kristine Roug, medalla dorada en 1996 y tres veces campeona del mundo, pero la argentina, que apuntaba a otro diploma, instaló su nombre en un lugar reservado solo para las elegidas.
GEORGINA BARDACH
Exactamente 68 años después del fundacional segundo puesto de Campbell en Berlín 1936, una nadadora argentina volvió a tocar el borde una pileta con la certeza de que cada patada y cada brazada la habían conducido a los primeros planos de una acontecimiento único como es un Juego Olímpico.
Georgina Bardach tuvo una actuación espectacular en los 400 metros combinados de Atenas 2004.
En Atenas 2004, Georgina Bardach provocó el primer impacto para el deporte argentino con un fantástico tercer puerto en la final de 400 metros combinados. La cordobesa se lució con una descomunal remontada en una prueba en la que llegó a caer a un quinto puesto que parecía alejarla de cualquier posibilidad de medalla, pero que se cerró con una contundencia abrumadora. Escoltó a la ucraniana Yana Klachkova y a la estadounidense Kaitlin Sandero. Resultó tal la contundencia de la argentina que cerró su participación con una marca de 4 minutos, 37 segundos y 51 centésimas que todavía permanece como récord nacional.
EUGENIA BOSCO
Tras el reluciente oro de Carranza Saroli y Lange en 2016, no había margen para la duda: la clase Nacra 17 mixta navegaba sobre aguas triunfales para la Argentina. Bosco y Majdalani lo confirmaron hace pocas horas. La sampedrina llegó al yachting imitando los pasos de su hermano. Al principio, se decidió por competir en Optimist, 29er y F18. En 2017 armó la sociedad para la victoria con su actual compañero, quien tuvo un rol importante en el triunfo de la dupla nacional en 2016, ya que fue entrenador de Lange.
Mateo Majdalani y Eugenio Bosco comprobaron en Paris 2024 que el bronce tiene un dulce sabor a victoria.
Al principio, precisamente los campeones olímpicos estaban entre sus rivales más calificados y recién luego de Tokio 2020 quedaron como la principal tripulación de Nacra 17. Su primera vez en competencia fue en Panamericanos de 2019 en Lima, de donde regresaron con la medalla de plata. Dos años después, en Santiago, Chile, tuvieron éxito en la conquista del oro. Así, en París 2024, su primer Juego Olímpico, quedó claro que Bosco y Majdalani tenían todo para sobresalir. El bronce se antoja la mejor evidencia de ello.
PAOLA SUÁREZ Y PATRICIA TARABINI
También en la capital griega, el tenis argentino tuvo motivos para festejar de la mano de dos mujeres. Paola Suarez y Patricia Tarabini, dos de las mejores doblistas que haya dado este país, se apoderaron de la presea de bronce. Les ganaron a las japonesas Shinobu Asagoe y Ai Sugiyama por 6-3 y 6-3. En cierta medida, La Negra y Pato tomaron el relevo de lo que había hecho Sabatini en 1988.
Suárez fue una de las más destacadas especialistas del tenis femenino. Junto a la española Virginia Ruano Pascual ganaron cuatro veces Roland Garros, tres el US Open y una el Abierto de Australia. El único torneo de Grand Slam que les faltó fue Wimbledon. Durante años estuvieron al frente del ranking mundial. Eran una pareja que rozaba la perfección.
La alegría de Paola Suárez y Patricia Tarabini, una dupla de bronce.
Pato tuvo en Atenas el cierre perfecto para coronar una carrera en la que se destacó por su inmenso talento. Había estado en Barcelona 1992 y Atlanta 1996, pero recién en 2004, cuando intervino en dobles, obtuvo una retribución con forma de medalla. Ocho años antes, había logrado junto a Javier Frana el doble mixto de Roland Garros.
La dupla Suárez – Tarabini desembarcó en el partido decisivo por el bronce con la desilusión de haber sentido que se le había escapado como el agua entre los manos la oportunidad para buscar el título. El traspié contra las chinas Li Ting y Sun Tiantian por 2-6, 6-2 y 7-9 hizo añicos las esperanzas de un futuro dorado. No hubo otra alternativa que desalojar la mente de malos pensamiento y salir a vérselas con las japonesas.
El triunfo por un doble 6-3 sirvió para demostrar la diferencia entre las parejas. Suárez y Tarabini, en una sólida producción, sacaron rédito de los errores de sus rivales y en poco más de una hora se quedaron con la victoria. Con las coronas de laureles en sus cabezas y las medallas de bronce colgando del cuello sintieron que la misión estaba cumplida. Ellas, como sus predecesoras en la conquista de preseas, son para el deporte argentino las diosas del Olimpo.