El mundo ha comenzado el proceso de detonar la más terrible de sus armas de destrucción masivas. Se equivoca, dead wrong. La nota no se refiere a la invasión rusa a Ucrania, con toda la indignación que eso provoca, ni a las sanciones que ha decretado Biden, que no pasará a la historia como Churchill, aunque puede salvarse por la indignación en las elecciones de medio término. La nota se refiere a la inflación. No, tampoco se refiere a la inflación local –como creerá el lector argentino– pese a lo dramática, injusta y funcional a un sistema político discapacitado y corrupto que es, sino a la inflación global. O sea, a la inflación del dólar y sus monedas subordinadas, el euro, la libra y otras similares.
Es superfluo aclarar que la inflación viene devaluando el dólar desde hace medio siglo, en su última reencarnación. Empezó cuando el presidente Nixon, al romper los acuerdos de Breton Woods, rompió también la promesa norteamericana de respaldar al dólar con oro, una convertibilidad que había permitido reorganizar la economía de Occidente y sus aliados, luego de la segunda guerra. Desesperado porque por primera vez en 80 años Estados Unidos tenía déficit comercial y sus otrora enemigos lo estaban expulsando de su lugar de privilegio en la economía universal, unilateralmente entonces, rompió sin asco los pactos que habían mantenido ordenada la economía y las finanzas mundiales, a lo cowboy, es decir sin consensuar con nadie ni negociar nada con nadie.
Casualmente, quienes más han estudiado los ciclos productivos y las innovaciones, sostienen que fue en 1975 que Norteamérica culminó su siglo de oro de creación, invenciones y crecimiento, que lo llevó a ser la potencia económica excluyente hasta hace poco, y también la potencia geopolítica y bélica dominante en los últimos 80 años, para no retomar nunca más esa línea y empezar su decadencia.
No sólo Nixon incumplió las promesas pasadas con esa grave decisión unipersonal, sino que tanto él como su país incumplieron a partir de ese momento las promesas para el futuro, que suponían que el dólar y el sistema financiero y comercial de Estados Unidos, obrarían como refugio de seguridad, reserva de valor honestidad, seriedad y rigurosidad de procedimientos, bajo una ortodoxia económica capitalista, ética y prudente, conducta que además se encargaría de hacer respetar y cumplir por todos los participantes internos y externos. Un garante y un referente de la seriedad monetaria, financiera y económica de la sociedad mundial. Un líder del World Order. El dólar como sustituto del oro. El dólar como patrón de valor.
No hace falta volver a detallar aquí la política emisionista de la Fed que, salvo honrosas excepciones, la de Paul Volcker en los 80 y la de Alan Greenspan en su primer mandato durante George Bush padre, se manejó con conceptos permisivos keynesianos inflacionarios y licuadores de deuda y delito. En las últimas décadas era común el dicho de que EEUU estaba emitiendo en demasía y creando una inflación dormida, que el público comentaba de distintas maneras: “Mienten con la inflación”, “la ocultan”, “la exportan” y similares. Las enseñanzas de Milton Friedman primaron durante algunos años, pero el keynesianismo irresponsable es más afín a los burócratas políticos, porque cuadra con su necesidad de mostrarle a sus votantes que son capaces de modificar su suerte económica, algo que la economía clásica y seria no garantiza, por supuesto. La astrología no forma parte de esta disciplina, que en definitiva apenas estudia la acción humana.
La globalización que cobró fuerzas con Clinton, un fenómeno único de libertad comercial, de integración y de acercamiento universal, fue la herramienta colosal que aumentó los PBI y bajó drásticamente la pobreza al aumentar oportunidades, comunicación, riqueza y globalizar el conocimiento, pero puso en evidencia que Estados Unidos había perdido su vocación de competir, había abandonado en buena parte su espíritu de nación nueva y pujante y se había convertido en una sociedad conservadora, de enorme resistencia al cambio con mucho menos capacidad de adaptación que otras naciones. El disconformismo que movilizó a los seguidores de Trump lo mostró claramente, las tendencias proteccionistas que aparecieron entonces también, y como se ve ahora, constituyeron una política de estado, ya que Biden las está inmortalizando. Con el “compre americano”, por ejemplo. La libertad apenas duró un cuarto de siglo.
Sin embargo, el dólar seguía siendo hasta hace poco el patrón monetario, la moneda de reserva de valor y de ahorro, el cartabón único. Pero eso se debía ya no a su poderío económico, sino a su accionar de gendarme del mundo, de vigía y rector del orden mundial. Como habrá escuchado decir alguna vez la lectora, “Estados Unidos cobra sus deudas con la Fuerza Aérea”, o conceptos similares.
Pero en 2000 George Bush hijo sorprende al mundo cuando decide, como antes hizo Nixon con la moneda, dejar de ser el custodio del Orden Mundial, el gendarme global. A partir de ese momento, el dólar está solo, en manos de una Reserva Federal que todo lo cree resolver con emisión, es decir, que todo lo patea para más adelante, empeorado. Y lo mismo ocurre con los aspectos estratégicos, geopolíticos y bélicos, con una sucesión de parches, tratados complacientes, tibiezas, guerras mal empezadas y peor terminadas, una suerte de renuncia a las responsabilidades que implica ser la primera potencia.
En los últimos veinte años, como una sinusoide enloquecida, los acontecimientos de precipitaron. A todos los hechos que esta columna ha descripto varias veces, y que se postergaron para que se esfumaran en el futuro, se suman vacíos de regulación mezclados con actos delictivos impunes de los que la Fed fue la principal responsable, si bien con la anuencia de los gobiernos de turno, porque el Banco Central americano tampoco cumple ya la premisa que su propio país predicó tantas veces, de independencia. Todo el mundo financiero, y todo el mundo, sin aditamentos, esperaba la crisis y la pérdida de valor tras las burbujas emisionistas y el permiso a endeudarse sin límites, a no pagar dividendos, a recomprar acciones, a usar al FMI como una herramienta política y la emisión como la salvación mágica para los amigos y para no pagar el precio de la inutilidad de gestión de políticos ideologizados, fanatizados y, sobre todo, inútiles y poco serios. Nada de lo que pasa es ninguna novedad.
La aparición –y el éxito- de China, fue respondido por Estados Unidos con distintos grados de acusaciones, sanciones, medidas y prohibiciones proteccionistas, que indudablemente tenían que tener un efecto. La decadencia económica era y es evidente. A eso se agrega la decadencia en la política exterior. Un buen ejemplo es el poderío nuclear. La ecuación de poder ha cambiado. Hoy países de menor importancia, India, Irán, la propia Rusia, Pakistan, fueron encontrando el camino propicio, para no sospechar nada peor, para armarse y constituir una amenaza mortal para la humanidad. Eso es un elemento paralizante, que transforma cualquier enfrentamiento, por delirante que fuera, como el de Rusia ahora, a ser combatido por terceros, por miedo a la retaliación. Una guerra de escritorio y sanciones, que nadie sabrá a quién perjudican más y quién las pagará. O sí.
En ese escenario, cuando ya Trump había bajado arriesgadamente la tasa de interés a cero, se produce la mortal pandemia decretada por la dudosa OMS, o por el dudoso jefe de la OMS. Entre las mil soluciones propuestas por el raro personaje a cargo del antro, perdón, de la Orga, estuvo el aislamiento mundial. Ese aislamiento obligó, parte por lógica, parte porque fue multiplicado y fomentado exageradamente por el FMI, a una emisión que, montada sobre la emisión acumulada, garantiza la inflación universal por muchos años. Y no del aparentemente 7%, sino una inflación de dos dígitos, y siempre considerados antes de la invasión rusa. Como el aislamiento pandémico, la guerra también justifica la inflación adicional y final que, supuestamente, permitirá derrotar a los odiados rusos.
Pero antes de la guerra, ya la Fed estaba demorando mucho más allá de lo indicado no sólo la suba de tasas sino la finalización de la compra de bonos (emisión) que finalizó ayer. Y no sólo la finalización de la compra de bonos, sino la reventa organizada de esos bonos, o sea el retiro de la sobreemisión de 10 trillones de dólares que se produjo desde 2020 a hoy. La inflación de dos dígitos está garantizada y no por un año.
Y ahora, tras este introito, algunas consideraciones técnicas. Una inflación de 7, 8 o 10 por ciento anual en dólares, significa, para todos los individuos que tengan ahorros, que han sufrido un impuestazo al patrimonio de igual valor que les ha reducido sus tenencias en esa proporción. De ahí que cuando Janet Yellen o algún otro iluminado sostengan que la “inflación es provisoria” esa frase no tenga significado alguno. Usted ha perdido irrecuperablemente ese porcentaje de sus ahorros en dólares, cualquiera fuera el modo en que los conserves. Y también lo ha perdido el capitalismo y la inversión. De modo que cuanto más dure ese proceso, menos capital, menos inversión y menos empleo habrá. Eso no está en discusión, no es una teoría, ni tampoco media biblioteca piensa de un modo y la otra mitad de otro. Es la prueba de la evidencia empírica durante miles de años y ni un solo caso prueba lo contrario en toda la historia de la humanidad.
La Teoría Monetaria Moderna, esgrimida como falso decorado técnico para justificar barbaridades, no merece ni refutación porque no constituye per se una teoría, sino un conjunto de afirmaciones que siempre han estallado, y ahora también lo harán. Su teoría anexa de que “un país central que se endeuda en su propia moneda puede hacerlo sin tener consecuencias serias” no sólo es otra sandez que no deja de ser una afirmación de living y cognac, sino que cede cuando se la analiza en el tiempo, mucho más cuando se resigna la superioridad bélica y la superioridad tecnológica. Por supuesto que por un ratito semejante idea sirve, hasta que la gente se da cuenta, en cuyo caso le pasa lo mismo a una gran potencia que a Argentina, por ejemplo, tarde o temprano. O ahora.
Las guerras han servido, también a lo largo de la historia, para tapar estos errores de facilismo y confiscación, tanto hace 5.000 años como hace dos semanas, pasando por todas las guerras de los siglos XX y XXI, con la excusa de la patria, el miedo, el odio, la envidia, la indignación, y otras emociones violentas orwellianas. Habría que indignarse, por caso, por cuán sola dejaron la UE y EEUU a Ucrania, a la que ahora se procura compensar con un cheque. Merkel y todos los presidentes americanos, también merecerían sanciones por su falta de visión en estos años. Este párrafo es para que muchos se enojen con la columna. Hasta que la columna les recuerde que depender de la energía de un país inestable y no confiable, con armas atómicas a veces más dañinas que las propias y con un loco a cargo, no es un ejemplo de geopolítica inteligente.
Pero la inflación que empezó mucho antes de la agresión rusa no crecerá por la guerra. Cuando se emite desaforadamente, como ha sido el caso de los últimos 20 años, agravados desde 2008, no siempre se produce una inflación instantánea. Las personas pueden ahorrar, por ejemplo, o crear alguna demanda adicional sólo en ciertos rubros que generen algunos aumentos de precio. Pero si además se establece por decreto una tasa de interés scero o negativa, como se hizo a veces antes de la pandemia, las presiones inflacionarias aumentan rápidamente. Si a eso se agregan aumentos de precios en la energía, el transporte, la logística, los sueldos, ahí la emisión previa se consolida, se generaliza y se perpetúa. Mucho más si no se retira del mercado parte de la emisión destinada a compra de bonos. Los grandes diarios americanos y europeos están despotricando ahora porque los sueldos se han quedado atrás de la inflación. Con la larga experiencia argentina, imaginen los lectores lo que va a ocurrir cuando se intente aumentar esos sueldos para compensar la inflación, tanto en el sector público como privado: más inflación, más emisión, más gasto, más desempleo, menos ahorro, menos capital, menos inversión. Menos capitalismo. Más pobreza.
(En los países más pequeños el problema puede ser peor. Argentina no es ejemplo. Un buen ejemplo es Uruguay. Un sistema serio, pero donde toda la economía está indexada por la inflación en pesos. Es decir que cada año todo sube 8% en moneda local. Pero para calcular la inflación en dólares hay que dividir por un tipo de cambio que tiende a bajar cuando las commodities suben. El resultado es una inflación garantizada en dólares mucho más alta. En poco tiempo corre el riesgo de perder exportaciones, y ser uno de los países más caros del mundo, y con menos empleo privado)
La guerra, o mejor las represalias y sanciones, pueden explicar un tramo de la inflación, pero ella ya estaba ahí, agazapada. Como un agravante, el mecanismo que se le ha ocurrido a la Fed para aumentar el empleo es garantizar un mínimo de inflación, teoría tampoco probada nunca, salvo en un cortísimo plazo. Al contrario. Cuando se usa la inflación para crear o sostener el nivel de empleo, el sistema se está condenando a tener una mayor inflación para mantener el nivel de empleo logrado. Eso dice la evidencia empírica. De modo que, por definición, el manejo de la Fed es inflacionario, y se agrava con la idea de querer parar la inflación tardíamente y con aumento de tasas del 0.25%. Nada sorprendente. Cualquier inflación se para sólo con el aumento de la propensión marginal al ahorro, o sea la disminución de la propensión marginal al consumo, o sea con recesión, a la que ningún burócrata político soporta ni mencionar siquiera.
Eso hace esperar una mayor inflación, bastante superior al 7.9 declarado para febrero de 2022, por la suma de todos los elementos de presión. Porque ni EEUU ni la UE pueden parar ni dejar de complacer a sus sindicatos y trabajadores, por la escasez provocada por las sanciones a Rusia, o porque perdido por perdido en cualquier momento Rusia deja de proveer combustible a Europa. Por eso la otrora gran potencia americana negocia con Maduro, como si las relaciones exteriores americanas las manejara Cristina Kirchner, el hada de la pedrea. Por eso la creatividad para la búsqueda de excusas será merecedora de varios Oscar. Pero las commodities no suben mayoritariamente ahora porque hay guerra. Suben porque el dólar se devalúa. Ya subían antes del martirio de Ucrania. Compare el valor del dólar contra el yuan, pese a todo.
Cuando se deje de usar la excusa de esta guerra, seguramente surgirán otras explicaciones, y otras, y otras, lo que hace temer una mayor presión inflacionaria, hasta naturalizarla como un fenómeno exógeno, lejos de las manos mágicas de cualquier gobierno, una buena manera de enfrentar el hecho de que, según varios analistas, en 2030 Estados Unidos tendrá sólo fondos para pagar los intereses de su deuda y los gastos de defensa, y el resto será todo déficit. La inflación satisface simultáneamente las necesidades de licuar las deudas contraídas y emitidas por gobiernos que las han tomado más allá de toda posibilidad de pago para complacer las demandas populistas, (o sea para coimear al votante) más las demandas empresarias, más los negocios de la burocracia, y al mismo tiempo, cumple con el sueño del Gran reseteo que preconiza el socialismo, o sea la trituración de los ahorros, el Coeficiente de Gini cero, que sólo se da en los casos de pobreza general y absoluta.
Cuando los gobiernos usan la inflación como herramienta para licuar sus errores y excesos, es como si los médicos usaran la muerte como herramienta para eliminar las enfermedades. Diez por ciento de inflación anual, como se pronostica ahora, es muy poco para lo que quieren Biden y la Fed. Y para lo mal que la manejan. La tarea será encontrar excusas.