“El mundo tal como lo conocemos cambiará para siempre”. Excluyendo los temas sanitarios, esta frase debe ser la más mencionada - desde que se tomaron las primeras medidas contra la pandemia - por ilustrados y legos de todos los países, de todas las disciplinas y de todas las tendencias. Seguramente es consecuencia de la necesidad que tiene el ser humano en la tragedia de confiar en que habrá un después. Y a creer que ese después se parecerá a lo él cree que es mejor.
Para poder analizar el aserto inicial, habrá que dejar claro que el mundo viene cambiando para siempre desde sus orígenes, aún antes de la presencia de la raza humana, como bien lo podría atestiguar cualquier dinosaurio vivo, si se diera el caso, y aún sin que mediaren pandemias, guerras y catástrofes.
También se deberán tomar en cuenta las tendencias, desarrollos, tecnologías y prácticas que están disponibles hoy, y que simplemente han mostrado sus ventajas o han roto prejuicios con motivo del aislamiento. No era necesaria una pandemia para disparar el avasallante futuro del ecommerce, que sólo es concebido como futuro por quienes se quedaron atrás en el lado de la demanda, o de quienes se quedaron en la comodidad de un agónico pasado del lado de la oferta.
Tampoco la educación a distancia en todos sus formatos es una novedad. Sólo que ahora las grandes universidades y colegios del mundo no tendrán más remedio que dejar ir el negocio del campus, y concentrar el conocimiento en sus redes propias, igual que deberán otorgar diplomas y títulos sin diferenciar entre los cursos on line o presenciales. Y lo mismo ocurrirá con las autoridades educativas de todos los países, que deberán refrendar esos títulos y confiar en la seriedad de las instituciones que los otorguen.
No es diferente el concepto de la medicina a distancia, que ya se usa en muchas partes del mundo, y que ahora simplemente ha vencido la reticencia de los pacientes a su utilización. O las apps bancarias, o las de repartidores, o la reconversión de restaurantes, que habrán de encontrar la forma de agregar a su glamur presencial otros mecanismos de glamur agregado con deliveries sofisticados.
Este listado se puede agrandar hasta el infinito. Desde el trabajo at home hasta las sesiones de terapia, desde los programas de radio que reemplazan el estudio por una reunión virtual de los integrantes del programa, cada uno en su casa. Casi todos los cambios que se “profetizan” ya han ocurrido y vienen ocurriendo todos los días. Sólo que algunos los han conocido recién ahora.
Pero hay otros cambios que sí ocurrirán. Por ejemplo, la flexibilización laboral, tan resistida por los sindicatos, ocurrirá casi sin necesidad de leyes que la convaliden. El empleo que se demolió con motivo del aislamiento global no volverá nunca a su nivel previo. Cualquier recuperación será parcial y pasará por reconversiones y reemplazos masivos, y muchas veces por cambios en los niveles y formatos de remuneraciones y modalidades laborales.
Esto irá a la par de la reconversión de procesos y sistemas, que no volverán a ser como eran, o que no volverán a existir, directamente. La televisión abierta terminará de morir, y el cable tendrá formatos mucho más parecidos a los de Netflix o Prime, o en su defecto desaparecerá.
Estos cambios elementales en los hábitos de consumo, que no han sido provocados por el virus, sino apenas acelerados, serán acompañados por cambios macro que tienen también que ver con situaciones preexistentes agravadas por los experimentos sociales como las cuarentenas y las medidas para contrarrestar sus efectos. La diarrea de emisión monetaria, seguida por dádivas y subsidios al voleo, por ejemplo, son recursos imprescindible para no provocar una guerra civil o una ola de saqueos y motines en cada país; pero requieren una acción paulatina, proporcional cuando ocurra la retirada del COVID-19 y de sentido contrario, que resultará fundamental para no provocar una hiperinflación global o peor, una estanflación mundial.
En ese punto, el sueño de los distribucionistas europeos rentados, de los demócratas filocomunistas como Sanders, Warren y Ocasio-Cortez, o de los gramscistas de la patria grande bolivariana puede hacerse añicos. Esos sectores, que venían abogando por un salario universal pagado a todos los habitantes por el hecho de nacer, (curiosamente endosado por billonarios americanos demagogos) creen ver en el reparto de hoy de subsidios a todos los que lo piden, desempleados, marginales, factores de la economía negra, una convalidación y un comienzo de la práctica de pagar por existir, que supuestamente compensaría los efectos de la tecnología y la robótica sobre el empleo.
Entonces cuando hablan del mundo-que-cambiará-para-siempre tratan de vender el salario universal. Olvidan que Argentina ya lo aplicó con su miríada de AUH, planes y jubilaciones sin aportes, con el resultado fatal conocido. Igual que otros países. Esto es porque paralelamente esperan que el nuevo mundo-que-cambiará-para-siempre incluya el impuesto a la riqueza, a la herencia, al patrimonio o todos juntos, impuestos que serán repartidos seguramente por un simposio de sabios infalibles locales, regionales o globales, como todo engendro socioprogresista.
Confunden sus reclamos con tendencia. Su ignorancia con cambios inexorables. Esta columna ha afirmado que el coronavirus no tiene el efecto de cambiar las consecuencias de la estupidez económica. Un impuesto para crear salarios universales significativos hará desaparecer la riqueza en poco tiempo, por falta de incentivos para generarla y porque simplemente la riqueza se agotará prontamente, dejando al cadáver empresario exangüe e inservible. Y del otro lado, anulará el estímulo y la dignidad de trabajar, lo que también destruye riqueza. En poco tiempo, nadie pagará el impuesto a una riqueza inexistente, y nadie tendrá cómo cobrar su salario por existir. Ni tampoco tendrá empleo, si aún tuviera ganas de trabajar. Entonces, en ese aspecto, ese mundo-que ya no-volverá-a-ser-como-el-de-hoy durará dos años, y volverá a ser como el de hoy.
Ese colectivo de mentes estrechas anhela que también en la etapa posvirus desaparezca la globalización, enemiga de todos los gerontes sindicales, los empresarios escondidos en los monopolios locales, los corruptos que lucran con, del y en connivencia con el estado y otros especímenes. La depresión que sucederá tras la estrategia de tierra aislada para combatir el flagelo obligará no repetir la estupidez proteccionista de la depresión del 30, y hasta Trump ya está enfrentado a tener que retrotraer las restricciones de su guerra con China, para defender el empleo y el costo de vida. Será un proteccionismo de corto plazo, etapa en la que vencerán los países con libertad comercial, no los que se encierren.
Y por supuesto, lo que ese mismo colectivo espera es que lo que siga sea un sistema estatista, con pocas libertades, mayor intervención de los gobiernos y mayor poder de intromisión de las burocracias internacionales en los temas locales, supraconstitucionales, FMI, OMS, OCDE, G20, CIDH, BID, BM, GAFI, y otras siglas carísimas por lo que cuesta su burocracia y más cara por lo que hacen sus burocracias. Ese estatismo en sus versiones locales y supranacionales seguirá, por supuesto, su lucha por hacer el bien con dinero ajeno y repartir felicidad, pero su límite será siempre la irremediable incapacidad del estado para generar riqueza. Aunque se aferren al concepto de que el-mundo-cambiará-hacia-el-estatismo. Probablemente en lo que sí haya cambios, es en la pérdida de libertades y derechos de los ciudadanos, ahora que los gobiernos han aprendido las virtudes del miedo para pasar por encima de todas las leyes y constituciones.
En lo socioeconómico, habrá cambios en la importancia relativa de las naciones. Las que liberen su comercio, recompongan su sanidad económica, empujen el crecimiento y la inversión apostando a la creatividad e iniciativa privada, liderarán el mundo. Las que lleguen tarde a esa carrera serán mediocres o pobres.
Por eso algunos gobiernos están empezando ahora a pensar y actuar para el futuro, aún al precio del posible daño colateral sanitario. Las acciones de Trump, Bolsonaro o Johnson no deberían interpretarse como meros actos de estupidez o ignorancia. Tal vez sí de hipocresía. (Sin abrir opinión sobre los aspectos éticos, morales y humanos) Viene a la memoria cuando en la Segunda Guerra Mundial Gran Bretaña interfiere la máquina de códigos Enigma de los Nazis. Se enteran así de que será bombardeada la ciudad de Coventry. La disyuntiva era evacuar la ciudad para salvar a todos, lo que implicaba hacerle saber a Hitler de que sus códigos habían sido descifrados. Churchill decide no hacer nada y permitir el bombardeo, con las muertes consiguientes. Hoy se alza un monumento a los héroes de Coventry. Mártires, más bien.
Los futuros líderes globales serán quienes mejor manejen la socioeconomía luego del virus, empezando ya. Ellos dictarán el Nuevo Orden mundial del que habla Kissinger ahora. Eso incluye los remedios a las cuarentenas, los remedios para los efectos de los remedios a las cuarentenas y el despegue violento hacia una recuperación vigorosa y a un crecimiento inusitado a partir de allí. En rigor el tiempo futuro está mal usado en este párrafo. Ese proceso ya empezó. Es muy difícil imaginar que semejante epopeya pueda llevarse a cabo mediante el estatismo y la cerrazón a la libertad de comercio. Y a cualquier otra libertad, de paso. Por lo menos en democracia. Hasta la tan criticada China estuvo y está sujeta a esas reglas, pese a su nefasto régimen.
El Coronavirus pasará. La acción humana resucitará las economías y las sociedades y vencerá al miedo. Ese es el futuro y el después. Felices Pascuas.