En un caso, el final estaba casi cantado: el Teatro Luisa Vehil, fundado en 1988 por la actriz Luisa D’Amico en el barrio de Balvanera, hace ya tiempo que venía demorando un destino que finalmente resultó inexorable. Los descendientes de la artista se propusieron recuperar el terreno de Hipólito Yrigoyen 3131 para ponerlo en venta y la asociación civil que administra la sala, presidida por el actor, director y docente Rubén Hernández Miranda, no consiguió reunir el dinero necesario para poder comprarlo. Esta tarde hubo un brindis y abrazo de despedida a un espacio que había sido declarado De Interés Cultural para la ciudad de Buenos Aires.
Pero a esta triste confirmación para el mundo teatrero se sumó durante el fin de semana el sorpresivo anuncio del cierre de otra sala, Gargantúa, un faro cultural del barrio de Chacarita, con 25 años de historia y un presente pujante que no permitía imaginar este adiós apresurado.
La actriz Alejandra Sierra, actual directora del teatro fundado en junio de 1999 por el también actor Ricardo Aráuz, atiende el llamado de La Prensa con la serenidad propia de quien ha hecho todo lo posible para evitar la caída definitiva del telón de un espacio del que forma parte desde sus inicios. “Lamentablemente, yo no soy la dueña del inmueble sino que lo alquilo, y la propietaria ha tomado la decisión de vender. Hemos hecho todo lo posible para poder quedarnos pero no hubo manera. El teatro se va a demoler para levantar un edificio. Incluso le ofrecimos seguir hasta que la operación de venta se cierre y se aprueben los planos, pero no prosperó la idea. La dueña está muy firme en su decisión: quiere vender para que se demuela y se construya una torre”.
-¿No hay chance de que ustedes compren la propiedad con ayuda de particulares o de algún organismo del Estado?
-Yo hablé con la inmobiliaria, les consulté, y piden 700.000 dólares. Es muuuy difícil.
En el teatro Gargantúa Julio Sosa cantó por primera vez en Buenos Aires en junio de 1949.
LOS INICIOS
El solar de Av. Jorge Newbery 3563, donde Julio Sosa cantó por primera vez en Buenos Aires en junio de 1949, supo ser un bar bohemio que alternó nombres como Cacheda y Los Andes (así se llamaba cuando se dio a conocer el Varón del Tango). Sin embargo, cuando Ricardo Aráuz lo compró llevaba un tiempo abandonado, luego de albergar una ferretería.
“Yo estoy desde el día uno”, cuenta Alejandra Sierra con indisimulable orgullo. La primera obra que se ofreció en Gargantúa fue ‘Crimen y castigo’, de Fiódor Dostoyevski, con Alejandra Darín y Alex Benn dirigidos por el propio Aráuz. Sierra fungió como mano derecha del propietario desde entonces hasta su fallecimiento en 2017. “Cuando él murió, su viuda me ofreció continuar con el espacio como directora y pasé a ser inquilina”.
El Teatro Gargantúa ocupa unos 250 metros cuadrados y su sala está habilitada para recibir hasta ochenta espectadores. Inicialmente, la capacidad era menor porque existían dos columnas ubicadas en el centro del espacio, pero posteriormente pudieron retirarlas para alcanzar el aforo actual. Tanto se utiliza en formato de café-concert, con pequeñas mesas donde se puede tomar y comer algo durante las funciones, como con butacas tradicionales.
-¿Han evaluado mudarse a otro inmueble?
-Un poco esa es nuestra idea. Tenemos el equipamiento, los muebles, los telones: todo eso lo podríamos llevar a otro sitio. Estoy en la búsqueda de un galpón, un local comercial, algún espacio que nos sirva. Lo ideal sería mantenernos en la zona, que nos gusta mucho y a la que el público está acostumbrado.
-¿Pensaron en solicitar apoyo económico del Estado para lograrlo?
-Dos años después de la apertura nosotros empezamos a recibir los subsidios que otorgan el Instituto Nacional del Teatro y Proteatro (que depende de la Ciudad). Pero ahora, dadas las circunstancias, me gustaría volver a hablar con ellos. Dentro de las ayudas económicas que otorgan no hay nada específico que se adapte a una mudanza, pero quizás nos pueden ayudar de otra manera, buscando un inmueble u otorgándonos un espacio que tengan en desuso.
Alejandra Sierra, directora de Gargantúa.
TRANSFORMACION
Gargantúa no tiene personal en relación de dependencia, sino freelance, que trabaja más o menos horas semanales dependiendo de la cantidad de funciones programadas. “Pero algunas personas hace ya tiempo que están con nosotros y estamos todos haciendo fuerza para poder seguir porque de eso dependen parte de sus ingresos”, admite la responsable del lugar.
“En 25 años hemos pasado de todo. El teatro se transformó mucho, hemos invertido bastante dinero para tenerlo cada vez mejor. Muchos de los subsidios se utilizaron para avanzar en esas mejoras. Después de la pandemia tuvimos que hacer el sistema de ventilación mecánica. Lo bueno es que ahora que me toca salir a buscar otro lugar ya sé qué es lo que necesito, qué me van a pedir para darme la nueva habilitación. Por ejemplo: no en todos los barrios te habilitan un espacio cultural independiente. Entonces está la cuestión geográfica, y también lo de la ventilación, la salida antipánico, los baños. Por eso pienso que no va a ser inmediato que podamos abrir de nuevo”.
-En un año en el que se habló tanto de los ataques a la cultura, que se anuncie el cierre de un teatro independiente inevitablemente se asocia a esa situación. ¿Tuvo que ver?
-En este caso puntual es más por una decisión personal de la propietaria. Porque si bien es un año raro a nivel cultural y económico, nosotros tuvimos trabajo, nunca paramos, no dejamos de tener obras programadas. Y eso no sucede en todos los teatros independientes. A nosotros nos bajó un poco la actividad, pero no tanto como a otras salas; tuvimos esa suerte.
Si el eje de la negociación con la dueña fuese económico, entiende Alejandra, “el precio del alquiler se podría charlar y buscar un acuerdo. Pero acá el tema va por otro lado”. En la actualidad, la sala le abona a la viuda de Aráuz una mensualidad que supera por poco el millón de pesos.
AUSENCIA
Todos los diciembres son meses de mucha actividad en Gargantúa. Cuando bajen la persiana el lunes 23 habrán realizado 35 funciones, mayormente muestras de escuelas de actuación, canto y danza. “Es un colchón que nosotros teníamos para sobrevivir en enero y febrero, en los que cae mucho el teatro”. En meses más normales el promedio es de cinco funciones semanales.
“Dentro de todo lo que se está viviendo, nosotros veníamos trabajando bien. Quizás con menos espectadores que en otros tiempos en los que la sala estaba siempre llena, pero la cantidad de obras se mantuvo. Y además nosotros tenemos mucha actividad durante el día: productoras que hacen acá sus castings, gente que dicta talleres, ensayos de obras que después se dan en otros espacios. Es mucho el movimiento”.
-En estos 25 años, ¿cuál fue el mejor momento de Gargantúa?
-Nombrar una sola obra o artista sería injusto. Pero la presencia de Carlos Belloso, que hizo sus unipersonales acá desde muy poquito tiempo después de la apertura, fue un plus. Polka (la productora de Adrián Suar) estaba a una cuadra, vino un día a ver una banda y nos eligió para hacer ‘¡Pará fanático!’. A partir de ahí se quedó muchísimos años llenando todas las funciones con distintas obras. Fue un impulso enorme para la sala. Ahora que se enteró del cierre está impactado, no lo puede creer.
El Teatro Luisa Vehil cuenta con dos salas para 40 y 110 espectadores.
Como en el caso del Luisa Vehil, la despedida de Gargantúa (que tomó su nombre de ‘Gargantúa y Pantagruel’, novela que inspiró al dueño al encarar el proyecto) será con un brindis entre amigos, el próximo sábado desde las 23.
-¿Qué cree que pierde el barrio con este final?
-Gargantúa es un lugar de pertenencia. Ahora que se conoció la noticia me estoy dando cuenta de lo que representa para mucha gente, algo que estando acá todos los días quizás una no comprende. Tener el barcito adelante hacía que los vecinos pasaran y se quedaran a tomar algo, veían la cartelera, quizás se interesaban por alguna obra. En esta cuadra, en este punto del barrio, Gargantúa era una referencia para muchos. Son lugares que se pierden, lamentablemente; se va a sentir su ausencia.