Mientras se escribe esta columna se está desarrollando una de las jornadas más decisivas del nuevo gobierno. Se comenzó a tratar en la Cámara baja el Proyecto titulado “Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los argentinos”, popularmente denominada “Ley ómnibus” porque consiste en un paquete de medidas centradas en cambios estructurales que serán votadas en conjunto. Originalmente con 664 artículos que, en su paso por las reuniones de comisiones, se le quitaron aproximadamente un veinte por ciento.
Todo habla de la necesidad de horas de diálogo y negociación que prometen ser largas e intensas. Viene bien una reflexión sobre lo que debiera ser y lo que de hecho será; medir las distancias y evaluar, para sacar conclusiones que puedan ser provechosas.
NEGOCIAR Y ACEPTAR
A veces la negociación política tiene un halo oscuro. Han sido tantas las veces que se negoció “entre gallos y medias noches” y a espaldas del pueblo que la negociación política se hace sinónimo de ”rosca”. Sin embargo, es un proceso entre partes que es lícitamente necesario entre los que buscan llegar a un acuerdo que sea aceptable para ambas. Claro, sería deseable que sea, sobre todo, favorable para los intereses de sus representados, aunque no siempre sea así.
Para negociar es necesario que haya equivalencia de fuerzas. Cuando una parte es muy poderosa respecto de la otra, lo más probable es que una se someta y claudique, porque en la negociación siempre hay un ida y vuelta: algo a cambio de otra cosa y de ese intercambio ambos deberían quedar conformes.
Aunque, del otro también es posible la aceptación de cambios reconociendo que la propuesta es mejor que la propia. Allí no es claudicación, es simplemente rendición a la verdad. Eso habla bien de la parte que logra darse cuenta de que no siempre es necesario “ganar la pulseada” para salir beneficiado.
DIÁLOGO Y VERDAD
Obviamente, para negociar es necesario entrar en diálogo. Dialogar no es solamente hablar, ni monologar alternadamente. A veces escuchamos en las Cámaras soliloquios reiterados en los que no hay real escucha ni posibilidad de complementación. Solo una parodia democrática, porque dialogar es hablar y escuchar. Y también escucharse. El diálogo necesita un clima, cierta calma, apertura y una actitud dispuesta. Más de una vez ha sido una verdadera lástima y un desperdicio de oportunidades.
Si nos remontamos al siglo V a.C., con su método filosófico -la mayéutica- Sócrates buscaba primero, la humildad y luego, la verdad de las cosas.
Así entendido, el diálogo sería una relación de, al menos, tres: dos o más partes y la verdad objetiva. Los que dialogan buscan la verdad en la realidad y juntos se disponen a descubrirla. Quitan los velos de lo que se oculta a simple vista y entre ambos corrigen sus miradas y se enriquecen. En el diálogo no debiera haber imposición ni uso de la fuerza. El motor es la sola potencia de la realidad que se va desnudando frente a los ojos de los dialogantes.
Esto, por su misma naturaleza, necesita un tiempo y un espacio acorde del que no siempre se dispone. Un intercambio sincero y profundo no es fácil y no siempre se está propenso y abierto, en actitud dialógica. Cuando se cuelan las malas intenciones, la mentira y los intereses espurios, no hay diálogo posible.
CONVENCER O DESTRUIR
Suele ocurrir, sobre todo en la arena política, que no se busca convencer al otro sobre las propias ideas o formas de ver un tema, si no de ganarle al adversario solamente porque no es del mismo espacio o porque el mandato recibido por la cúpula partidaria es atacar a todo el que no acepte las propuestas propias.
También ocurre que hay agrupaciones partidarias con las cuales es imposible llegar a puntos de acuerdo. Un claro ejemplo de esto es la izquierda. Su razón de ser es el conflicto, salvo cuando llegan a la toma del poder. De allí en más, ya no se discute nada y la disidencia es perseguida con cárcel o eliminada.
Nos pasa también en la vida cotidiana. En una discusión muchas veces se pierde la noción de si queremos lograr que el otro acepte y vea que nuestro punto de vista es mejor, o si lo que queremos es ganarle la pulseada. Cuando esto sucede, sería muy oportuno tomarse un respiro para enfriar la mente y tener un momento para reflexionar. Tener en claro esto, nos ayudaría mucho en la vida.
OPORTUNIDAD Y PRUDENCIA
Si bien son innegables las ventajas generales del diálogo, no siempre es posible ni beneficioso. Hay momentos para el diálogo y otros para el silencio.
Mientras continúa la larga jornada de debate legislativo recordamos las palabras de Groucho Marx “Es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente”.
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