Coche negro, caballos blancos
Por Ernesto Schoo
Ediciones Diotima. 200 páginas
Ernesto Schoo (1925-2013) fue uno de los grandes periodistas culturales argentinos de la segunda mitad del siglo XX, un fino crítico de arte y literatura, y un lector delicado y de erudición apabullante.
Esa vocación por las letras se expresó también en una obra literaria tardía, trazada en paralelo al exigente ejercicio del periodismo en varios de los principales diarios y revistas del país. Ahora, diez años después de su muerte, vuelve a circular su único libro de cuentos, Coche negro, caballos blancos. Es una buena oportunidad para reencontrarse con su voz de escritor.
Los quince textos reunidos en este volumen con prólogo de Cristina Piña van desde escritos de juventud de la década de 1950 hasta relatos trabajados a fines de los años ‘80.
Sus tramas son históricas (especialmente en los primeros), realistas o fantásticas. Las guerras de la Independencia, el revés ambiguo de algunas personalidades patrias, la amenaza constante de la enfermedad y la muerte, el hechizo y los tormentos del arte, las desavenencias de pareja, la violencia guerrillera y los exiliados argentinos de los años ‘70 fueron algunos de los temas que movieron la pluma de Schoo en estas piezas breves.
En todas predomina el prosista clásico y elegante, de vocabulario refinado y frases estampadas en un español impecable, que mucho recuerda al de Manuel Mujica Lainez y al de su maestro, Enrique Larreta.
He aquí un ejemplo tomado de “El prócer”, escrito en 1956: “En esa batalla hubo, como en todas, clamores, lamentos, olor a pólvora; humo y lodo, verdaderas cortinas de lodo que alzaban las caballerías que en él chapoteaban; revuelo de espadas y vastas efusiones de sangre, que se hacía chirle al mezclarse con la tierra acuosa”.
Al igual que en toda recopilación el nivel del conjunto es desaparejo. Asombra la calidad de los cuentos iniciales, que Schoo escribió entre los 25 y los 30 años, como el citado en el párrafo anterior o “En la isla”, que recibió un prestigioso premio en 1956. Los relatos fantásticos (“El mensaje”, “Coche negro, caballos blancos”, “Museo de la catedral”), en general posteriores, figuran entre los más logrados.
Uno de ellos es “En la luz de Vermeer” (de 1980), en el que el tema de los “desaparecidos” de índole política adquiere un significado estremecedor y sobrenatural que se resuelve en las últimas líneas. Schoo salda en él parte de su admitida deuda con Henry James, uno de los escritores que más admiraba, y de paso se permite exhibir, una vez más, su vasta cultura pictórica.