Opinión
UNA MIRADA DIFERENTE

¿Cuánto valdrá el dólar dentro de un mes?

Este columnista tuvo oportunidad, hace 40 años, de concurrir a una disertación del Doctor Roberto Alemann, prestigioso abogado, economista, periodista, docente, diplomático, sociólogo y auténtico defensor desde siempre de las ideas liberales. La charla estaba destinada a ejecutivos de primer nivel de grandes empresas nacionales y extranjeras. Sus palabras eran siempre esperadas por los sectores decisionales empresarios por la calidad de su pensamiento y sus análisis.

Al cabo de una hora y media de una entrega altamente técnica y con reflexiones importantísimas de gran valor para quien quisiera entender y operar en el país, se abrió el capítulo de preguntas. Del fondo de la sala surgió la primera: - Doctor, ¿cuánto cree que valdrá el dólar a fin de mayo?

La penosa y precaria pregunta, como primera reacción a una exposición que invitaba a un análisis profundo y serio, para no decir patriótico, encerraba en sí misma varias definiciones. Por un lado, la condición especuladora de nuestras grandes empresas, siempre pivoteando en la coyuntura, siempre inmediatista; por otro, las falencias técnicas de sus ejecutivos, que ni siquiera habían entendido el contenido de lo tratado. 

También las consecuencias de tantos años de estatismo, que había acostumbrado u obligado a las empresas a conseguir alguna prebenda o rebusque como fuente principal de ganancias y las había encorsetado en un pensamiento limitado y corto de miras, al igual que a sus CEO.

Y al mismo tiempo, mostraba en lo específico el efecto mortal de intentar controlar o garantizar de algún modo el tipo de cambio, o para decirlo desde  lo conceptual, de creer que los dólares, siempre generados por los privados, son propiedad del Estado, quién se arroga en consecuencia la potestad de determinar quién puede poseerlos, atesorarlos, ahorrarlos, venderlos comprarlos, cuándo, cuánto y a qué precio, considerar delito cualquier intento de disposición libre por parte de sus dueños, cobrar impuestos por su compraventa aún dentro de esas pautas arbitrarias, crear tipos de cambio diferenciados para la misma clase de operaciones y demás arbitrariedades y barbaridades. 

Es obvio, como lo era entonces y desde hace casi un siglo, que no existe la posibilidad ni la viabilidad de operar una empresa en el país bajo esas condiciones aleatorias, ni de llevar adelante ningún negocio de largo plazo sin entrar en algún formato de corrupción, prebenda o robo, como lo mostró con tanto dramatismo la Causa de los Cuadernos, convenientemente sepultada ahora con el beneplácito multipartidario y multiempresario. 

Por eso a los empresarios que atendían a la conferencia de Alemann no les interesaba otra cosa que el valor que la lotería estatal y/o el mercado negro fijarían para el dólar al fin del mes siguiente. Igual que hoy, igual que siempre. El tema no es obtener beneficios vendiendo determinados productos o servicios. El tema es ganar muchos dólares como sea y luego ingeniarse para transferirlos al exterior. 

La respuesta obligada

La lógica inversa de los políticos ha hecho creer que ese accionar es un delito, cuando en realidad ese proceder está incentivado y hasta obligado por el sistema de tipo de cambio administrado o como se le quiera apodar. La ignorancia deliberada o no de todo el sistema es la respuesta obligada a la continua confiscación del Estado de los dólares privados. El mayor control de precios que se puede imaginar. La mayor dictadura económica que se puede concebir. La más efectiva herramienta de proteccionismo, prebenda y coima.

Esa confiscación tiene otro efecto de mediano plazo: como para guardar las apariencias de libertad económica hay que tener un mercado funcionando, al fijar el tipo de cambio los gobiernos se condenan a mantenerlo en caso de que alguien intente comprar o vender cantidades importantes o a valores distintos en los mercados paralelos o negros. Ese mecanismo se compone de dos grandes recursos. 

El primero es tener la suficiente cantidad de dólares disponibles como para venderle al mercado -al precio que caprichosamente ha determinado la fatal y arrogante burocracia– lo que es absolutamente estúpido porque mantener el tipo de cambio falso implica una victoria pírrica, porque el éxito en mantener el tipo de cambio fijado a dedo implica vender los dólares o las divisas que se tienen o se toman prestadas a un valor más barato que el del mercado, un accionar ridículo si no fuera trágico. 

El segundo método es vender dólares a futuro. O sea que el Banco Central incendiado vende seguros de cambio al valor determinado por la burocracia sabelotodo para disuadir el intento de comprar divisas y de ese modo demostrar que tiene fe en su política. 

Como todos saben, ambos sistemas estallan siempre, en Argentina y en el mundo, creando más déficit y más deuda, ya sea en pesos como en dólares. Y al mismo tiempo, creando muchos millonarios siempre amigos que no necesitan vender ningún bien ni servicio para obtener su ganancia. 

El seudosistema del cepo

Cuando esos sistemas se vuelven insostenibles por falta de crédito, entonces se dosifica a cuentagotas la compraventa de divisas, recurso in extremis que lleva siempre a la parálisis y la pobreza. El seudosistema se llama cepo. 

En ese cepo está atrapado todo el futuro de un país. De este país. Y también están atrapados los funcionarios y políticos, que no suelen encontrar el camino para salir de esa calesita, que siempre se detiene, que siempre requiere más préstamos para volver a empezar, que siempre frena el crecimiento y roba a quienes producen las divisas, pero dañan a toda la economía, ergo a la sociedad. 

Como recordarán algunos, porque el resto parece haberlo olvidado, Milei basó su campaña en la dolarización, que eliminaría la inflación y el cepo, que no hace falta demasiados estudios para comprender que son los dos factores que más golpean al crecimiento. 

La inflación está bajando con relación a los dos meses dramáticos del harto merecido final de Massa, aunque estará en los valores de 4-5% por un rato. Pese a que la dolarización ha muerto como idea. El cepo sigue como siempre, unido a un impuesto país que, como un gran logro, se prometió que bajaría de niveles mileístas a niveles massistas si se aprobaba la ley Bases, lo que no se ha cumplido hasta este momento.

Y levantar el cepo requiere para el Gobierno que se cumplan requisitos que nunca se explicitaron antes y que van sumándose día a día.  Claro que salir del cepo es fundamental para aspirar a crecer, aunque que ello no garantice crecer. Pero hay algo mucho más difícil que salir del cepo: salir del cepo con un tipo de cambio único y libre decidido por el mercado, como enseñan las escuelas clásicas de economía, entre ellas la escuela austríaca a la que Milei se convirtió hace tres años camino a Damasco, o a la Casa Rosada.

Lo que nos lleva a la charla de Alemann de hace 40 años. En otro cambio “programático” que nadie quiere notar, se está intentando que la salida del cepo sea hacia un mercado de paridad administrada, es decir controlada, el mismo sistema que ha traído al país hasta donde está ahora.
No basta con “salir del cepo” para impulsar las exportaciones, importaciones, el crecimiento, la inversión y el empleo. Hay que salir paralelamente del control de cambios e ir a un mercado libre. 

La cajoneada dolarización tenía el mismo efecto que un mercado libre. Tampoco su reemplazo de emergencia, el nuevo objetivo, la mal llamada competencia de monedas, es viable sin un mercado libre de cambios, a menos que se invente un nuevo mecanismo capaz de ganar un premio nobel. El Banco Central, cuyo incendio fue pregonado por el presidente como modo de evitar la emisión de pesos, también justificaría ese mismo procedimiento en lo que hace a su intervención como contraparte obligatoria en la compraventa de divisas. 

Para los que creen que el Gobierno está cumpliendo lo prometido en la campaña, esta columna tiene el triste deber de informarles que al menos en este aspecto, no lo está haciendo. 

Sin embargo, los lectores tienen la potestad suprema de desestimar estos comentarios y limitarse a preguntar como en aquella charla de hace 40 años: ¿A cuánto estará el dólar a fin de agosto? Hagan juego.