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Cuando Monzón fue Gardel

"Tranquila piba. Si no llegamos, yo sé de esto". Las palabras de Miguel Cozzolino no calmaron a Nucha, la mujer que iba en el asiento trasero del imponente Ford Fairlane azul rumbo al Sanatorio Agote para dar a luz a su primer hijo. Cozzolino era un pintoresco peluquero italiano de la localidad de Mariano Acosta, en el oeste del conurbano bonaerense, cuyo auto servía de remís para bodas, cumpleaños de 15 y madres primerizas. Hugo, el padre de la criatura, viajaba desde Caballito, donde se encontraba la antigua planta de Nobleza Piccardo, para acompañar el parto. Era el sábado 7 de noviembre de 1970. El pibe decidió demorarse unas horas y nació el 8. "¿Cómo lo va a llamar papá?", le preguntaron al flamante padre. "Carlos", contestó. "¿Cómo Monzón?", inquirieron. "No, como Gardel", replicó. La duda que le plantearon al progenitor de quien escribe estas líneas tenía una lógica inapelable: por esas horas todos hablaban del boxeador santafesino que acababa de ganar el título mundial de los medianos al noquear al italiano Nino Benvenuti. Hoy se cumplen 50 años de esa epopeya del deporte argentino.

“Monzón, campeón mundial”. El título, sin estridencias, acompañado por una foto del árbitro Rudolf Drust contándole hasta diez a un Benvenuti hundido en la lona del Pallazzo dello Sports, de Roma, ocupaba el extremo inferior derecho de la tapa de la edición de La Prensa del domingo 8. Palabras más, palabras menos, todos los diarios de la Argentina daban testimonio de la victoria del santafesino contra el famoso italiano que reinaba en la categoría mediano. A nuestro país había llegado la transmisión con el relato siempre preciso de Ulises Barrera. Monzón era el hombre del día.

La consagración, sorpresiva para los europeos que no conocían a ese morocho flaco, alto y de brazos largos que tenía una derecha mortífera.

La consagración, sorpresiva para los europeos que no conocían a ese morocho flaco, alto y de brazos largos que tenía una derecha mortífera y un instinto feroz a la hora de subir al ring, sacudió al mundo del boxeo. Pese a que Escopeta, como lo había bautizado el periodista Julio Juan Cantero, era desde 1966 campeón argentino y a partir de 1967 monarca sudamericano de los medianos y hasta número uno del ranking de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) desde el ´69, nadie sabía mucho de él.

Es más, Benvenuti, el niño mimado de los italianos, escogió a Monzón para la defensa del cetro que había recuperado en marzo de 1968 contra el estadounidense Emile Griffith, quien se lo había arrebatado seis meses antes. Griffith encabezaba el escalafón del Consejo Mundial de Boxeo (CMB), pero el campeón, dueño del título de ambas entidades, prefirió un combate aparentemente menos exigente antes de su tercer duelo con el norteamericano.

A Juan Carlos Lectoure, Tito, un personaje fundamental en la historia del deporte y del espectáculo nacional desde su rol de promotor y dueño del mítico Luna Park, le tomó varios años conseguir una oportunidad para el santafesino. Cuando le confirmaron el combate, el 1º de julio del ´70, se reunió con Monzón y con Amílcar Brusa, su sabio entrenador y maestro. Entre los tres, junto con el sparring José Menno, pusieron manos a las obra y empezaron a preparar el asalto a la corona. Conocían el talento de Benvenuti, su capacidad para el contragolpe y también su propensión a ensuciar las peleas en el cuerpo a cuerpo.  Estaban listos para contrarrestar todo eso y además confiaban en los poderosos puños del argentino. Escopeta llevaba 50 victorias consecutivas cuando se puso cara a cara con el campeón.

 El campeón prefirió un combate aparentemente menos exigente antes de su tercer duelo con el el estadounidense Emile Griffith.

LA OPORTUNIDAD DE SU VIDA

“En él vi el símbolo de mi futuro, de mi vida, de la vida de los míos… Tenía que ganarle para vivir, para iniciar el camino que regresara a la felicidad de pibe que había perdido sin darme cuenta. En los días previos me metí en la cabeza que Benvenuti era un hijo de puta que no merecía vivir, al que tenía que matarlo en el ring. Si él ganaba, yo moría y era mi última chance”, escribió el propio Monzón en un número especial por el 65º aniversario de la revista El Gráfico.

La ceremonia del pesaje ya le había dado una señal al italiano de lo que significaba la contienda para su rival. Simpático, se acercó a saludar a Monzón con una palmadita en la cola. “Giré la cintura, le clavé los ojos y bajó la mano. Esa mañana Benvenuti tomó conciencia de que el hombre con el que iba a pelear no era un adversario, sino un enemigo salvaje y despiadado. Exactamente eso pensaba yo: despedazarlo hasta que no pudiera seguir peleando más”, contó el argentino.

El carismático Benvenuti se había concentrado en Trani, a orillas del mar Adriático. Periodistas, personalidades del deporte, el espectáculo y la política desfilaban por allí. Era un acontecimiento social que el campeón defendiera el título en su tierra. La puesta a punto final del argentino estaba desprovista de ese glamour casi cinematográfico. Encerrado en un secreto casi infranqueable, recibía visitas de presuntos periodistas encabezados por Alejandro Amaduzzi, pariente de Bruno, mánager de Benvenutti, en un intento por desentrañar el misterio que representaba el oponente del italiano.

Entonces aparecía la picardía para dar pistas falsas, para explicar que pese a que muchos pensaban que la derecha de Monzón era mortífera -lo cual era cierto-, en realidad pegaba más fuerte con la izquierda. O que las dudas respecto de su capacidad para defenderse que surgían en las prácticas tenían que ver con su decisión de entrenarse a media máquina para no desgastarse.  Incluso, según el testimonio del púgil argentino, en la misma noche de la pelea cometieron la travesura de hacer que Alfredo Capace, jefe de boleteros del Luna Park, “un tipo grandote y con unas manos enormes y fuertes como adoquines”, comenzara a darle golpes a la pared que separaba un vestuario del otro. Ante la sorpresa de los asistentes del monarca de los medianos por el ruido, Capace deslizó un inocente “Monzón está practicando algunos golpes…”.

LA PELEA

Monzón arrastraba desde hacía años dolores en su mano derecha. Las infiltraciones eran moneda corriente. Antes de subir al ring debieron aplicarle una inyección de novocaína. Juan Carlos Lorenzo, el Toto, en ese entonces técnico de Lazio, equipo de la Liga italiana de fútbol, se ocupó de conseguir el medicamento y los doctores encargados de administrarlo.

Nacido en la localidad de San Javier el 7 de agosto de 1942 y habiendo atravesado una vida extremadamente dura, Escopeta salió a pelear por su futuro.  Mientras el árbitro Drust les daba las instrucciones finales, Monzón, apretando el protector bucal con los dientes, musitó un “te mato gringo, te mato”. Benvenuti sonreía sin saber lo que le esperaba.

A partir del campanazo inicial el argentino castigó con dureza a Nino. Al cabo de tres asaltos, su rival ya estaba dolorido y cansado ante la sorpresa de los más de 18 mil espectadores del Palazzo dello Sports que no aguardaban una velada difícil para su compatriota. Desde el rincón, Brusa, Menno y el preparador físico Oscar Rubby Russo -Lectoure no pudo estar por culpa de un esguince sufrido en un partido de fútbol- le pedían que se calmara. Monzón no les hacía caso: pretendía ganar lo más rápido posible y castigando sin piedad al italiano.

Escopeta salió a pelear por su futuro.

El campeón se estremeció con una dura derecha del argentino en el 10º round y se salvó del nocaut en el 11º. Antes del 12º capítulo, el maestro Brusa le dijo: “Ese hombre está muerto, vaya y póngalo nocaut”. Monzón permitió que Benvenuti se le acercara, pero cuando éste intentó atacar se encontró con una furibunda réplica de su rival, que lo llevó de un extremo al otro del ring. El argentino lo encerró en un rincón y bajó las manos esperando que el italiano buscara defenderse a los golpes. De pronto, encontró el espacio justo para, sobre la mano izquierda del campeón, introducir el estiletazo de derecha que acabó con el afable Nino en la lona.

“Cuando vi que se caía me di cuenta de que no se levantaba más. Le podrían haber contado mil”, relató Monzón. Los colaboradores de Benvenuti se lanzaron al cuadrilátero tratando de detener la cuenta. Todo fue en vano. El argentino había ganado. Se estaba yendo con la satisfacción del deber cumplido, pero irrumpió Lectoure con su renguera a cuestas obligándolo a quedarse para que el árbitro le levantara la mano. Entonces sí, el argentino quedó ungido como nuevo campeón mediano de la AMB y el CMB, los dos títulos que expuso el italiano esa noche.

Y al día siguiente, los diarios reflejaron la gran victoria de un campeón que extendería su reinado por siete largos años y 14 defensas que constituyeron un récord batido recién en 2002 por el estadounidense Bernard Hopkins. Todos hablaban de Monzón. Incluso en el Sanatorio Agote, donde el 8 de noviembre, para sorpresa de muchos, Monzón perdió con Gardel.  En realidad, ese sábado en Roma había sido tan grande como el Zorzal Criollo.