La presentación del licenciado Javier Milei en el Luna Park no se trató de un acto de gobierno. No corresponde entonces analizar su entrega como una acción presidencial.
Tampoco fue un recital rockero, como pareció por momentos y amaron creer otros, que de todos modos este columnista no estaría en capacidad de comentar.
Ni tampoco fue un acto político, porque declaradamente no estaba organizado formalmente por un partido ni tenía características partidarias. Fue entonces simplemente la presentación de un libro, y así se debe analizar, que es lo que hará esta columna.
El libro presentado, Capitalismo, Socialismo y la trampa neoclásica (©2024 Grupo Planeta S.A.I.C.) consiste en la reproducción de algunos discursos del autor, que se intenta hilvanar con una narración de su conversión a la Escuela Austríaca de economía, y dentro de ella a una excepcionalidad como el libertarismo o anarcocapitalismo representado por Murray Rothbard, un economista que no representa la línea principal y fundamental de esa escuela de pensamiento.
Luego se desarrolla un análisis sobre las diferentes concepciones económicas y sus contrasentidos, según la teoría del economista, que tiende a adjudicar a Rothbard teorías y concepciones que pertenecen más bien al amplio aporte de la llamada Escuela Austríaca.
Milei reitera lo que ha explicado en varias oportunidades: su conversión a esa escuela, (no se puede precisar si se refiere a la concepción austríaca o al anarcocapitalismo, que son diferentes conceptos) se produce como una suerte de revelación, como la que iluminara a San Pablo en su caída en el camino a Damasco. Hay alguna diferencia temporal entre sus afirmaciones previas de que ello ocurrió hace dos o tres años y su confesión en el texto de que ese hecho se produjo en 2007. De todos modos, se trata de un buen recurso para anular el pasado, como sostenía Borges sobre el efecto de la Confesión en el cristianismo.
Es posible, como en toda opinión, acordar con el tratadista en ciertos puntos, como el fatal efecto de Keynes y sobre todo de sus seguidores que culminan en cierto modo con la llamada escuela neoclásica -uno de cuyos baluartes es la Teoría Monetaria Moderna, una sandez sin pies ni cabeza- con efectos nefastos desde la posguerra, que culminó en vida del matemático británico con el default del Reino Unido, del que Argentina fuera una de las principales víctimas, y que en la actualidad ha saturado al mundo de falsa moneda, con efectos impredecibles que aún se intentan ocultar, ¿tal vez con una guerra global?
Bienvenido entonces su abandono del keynesianismo, que, como bien dice Milei, es hoy una herramienta del progresismo neomarxista. Algo más difícil de entender es la inclusión de Bernanke como figura tras la depresión de 1929, seguramente en un párrafo confuso de la obra.
Tampoco es posible respaldar su afirmación de que Malthus “era abortero”, tal vez un exceso dialéctico que exagera lo volcado en su libro en aras de defender alguna posición política al respecto. Malthus sostenía que mientras la población crecía exponencial o geométricamente, la producción de alimentos crecía matemáticamente, lo que presagiaba una hambruna generalizada.
El clérigo, economista y académico proponía como solución algún sistema de control de natalidad, pero que apenas se limitaba a retrasar la edad de contraer matrimonio, un criterio casi inocente si se propusiera hoy. NI siquiera llegó a imaginar la aplicación del sistema de Ogino-Knaus, aprobado por la Iglesia Católica hace varias décadas. El aborto como práctica inducida no era una opción en el siglo XVIII. Ni el preservativo siquiera. Lo de “abortero” es una licencia poética, sin duda.
El autor desperdicia, en cambio una reflexión posible sobre la teoría malthusiana: si bien el enunciado sostenía que se produciría una fatal escasez de alimentos (desvirtuada y solucionada por los avances de la tecnología agrícola que tanto desprecian la agenda 2030 sociocomunista y el iluminismo de Soros y Gates) hoy existen otras escaseces que amenazan a la población creciente, entre ellas la escasez de trabajo, un mal que aparece como insoluble y que empeora con la tecnología, paradojalmente. Malthus se equivocó sólo en uno de los postulados de su predicción.
Pese a su profesión de fe de la Escuela Austríaca, Milei muestra una cierta preferencia por las ecuaciones y las fórmulas matemáticas y modelos. Justamente una herramienta utilizada por los seguidores de Karl Menger sólo para representar de un modo conciso el comportamiento de los factores. A diferencia de la economía matematicista, finalmente neoclásica, (recuérdense las ecuaciones de Keynes) que intenta más bien predecir, adivinar el comportamiento de la población, o mediante trasposiciones llega a conclusiones siempre fallidas. (Y que si no se cumplen producen burócratas enojados que intentan imponer el resultado de sus ecuaciones “infalibles” dictatorialmente, diría Hayek)
Tal vez no dedicó el mismo tiempo proporcional de lectura -que asegura dedicó a Rothbard - a La Acción Humana de von Mises, que considera a la economía como una ciencia social, y como tal inmanejable e impredecible. El concepto rescatado por el autor sobre que el mercado es un proceso se resume mejor si se entiende que el mercado es sencillamente el resultado de esa acción humana colectiva, desordenada y no forzada, ejercida en libertad.
Justamente al intentar explicar que hay monopolios buenos y monopolios malos, la obra trastabilla en consistencia. “No hay tal cosa como fallos del mercado” –afirma. Y luego agrega que si una empresa que fabrica celulares los hace tan buenos y baratos que desplaza y hace quebrar a toda su competencia, eso es bueno para el consumidor. Mientras que si es el Estado el que garantiza el monopolio, es siempre malo. Para luego concluir –con razón– que cuando el Estado mete la mano para resolver los “fallos de mercado” crea problemas mayores que los existentes.
También aquí el trabajo pierde alguna oportunidad de explicar mejor algunos conceptos. El mercado no es un fenómeno instantáneo. Si un fabricante de celulares logra crear uno mejor y más barato, para seguir con el ejemplo, seguramente quebrará a toda su competencia. Y eso es bueno para el consumidor. Pero si luego ese fabricante aprovechando que ha quedado como único vendedor aumenta sus precios para abusar del consumidor, otros interesados saldrán a competirle tentados por el precio. Y eso los hará tender a vender al costo marginal, teoría central de la oferta y demanda.
Pero tal cosa no ocurrirá instantáneamente, como en un partido de truco, para usar las analogías coloquiales a las que apela el escritor. Entonces la sociedad ansiosa de soluciones exprés milagrosas esperará que el Estado resuelva el bache, y los políticos complacientes lo intentarán hacer, con los resultados catastróficos conocidos. Y lo que no cubre ese planteo teórico del expositor, es el caso de alguien que baja el precio deliberadamente para hacer quebrar a sus competidores y cuando ello ocurre, sube el precio al ser el único oferente del mercado. Dumping, que le dicen. Eso es un delito legal, y un delito en cuanto rompe la competencia. Lo mismo que el cartel de precios. Y la competencia, que no se menciona protagónicamente, es la base y el alma de la mano invisible, del mercado, de la economía austríaca, del bienestar y de la movilidad social.
En cuanto a los monopolios estatales, empezando por los consagrados por ser ese monstruo que se llama “empresa del Estado” o “Sociedad Anónima del Estado”, son siempre malos, como todos sus derivados. Desde las licitaciones amañadas de la causa de los Cuadernos, donde hay un semicírculo rojo, a las concesiones que otorgan esos entes, que son también monopólicas (ver Vaca Muerta o Cerro Dragón, o los casos de los dos monopolios de Tierra del Fuego y similares, otorgados por el Estado, como dice Milei, o el escandaloso monopolio Clarín-Telecom-Fibertel-Arnet-Cablevisión-Flow-Personal, todos intocables.
Tal vez debería hacerse llegar una copia de este capítulo del libro al presidente de la Nación, para que incorporase estos temas a su inseparable agenda, algo que parece no haber hecho.
El libro, dedicado anecdóticamente a los cinco perros hijo del autor, tiene una tendencia general hacia el name dropping, a la cita de autores que supuestamente respaldan o justifican el contenido, aunque ello no siempre ocurre, pero que brinda un toque de erudición. Una costumbre que suele presentarse en algunos exégetas liberales del medio. Hay también una tendencia a mezclar libertarismo con liberalismo, que no necesariamente responde a los conceptos ortodoxos de filosofía política y economía, lo que es riesgoso para la prédica de la teoría liberal, que puede tener que soportar y padecer las consecuencias de un eventual fallido intento libertario, sea lo que fuere que el término significase.
La presentación, en la que se repitieron a veces textualmente párrafos de la obra, salpicados con algunas referencias a la actualidad, estuvo en consonancia con el estilo y tono del trabajo, a veces demasiado coloquial.
El autor, que declara ser especialista en crecimiento, no ha logrado enhebrar una teoría orgánica que implique un cambio de fondo en el pensamiento económico, ni que implique una propuesta de acción orgánica para lograr el giro de 180 grados que reclama para el país. Esto no es irrelevante si se repara en el subtítulo del libro: de la teoría económica a la acción política.