En la reciente nota “Poder y locura” quedaron muchas preguntas, enviadas por diversos canales, que indicaban líneas de pensamiento que expresaron y siguen expresando las diferentes reacciones que experimentamos cuando aquellos con poder parecen haber pedido la cordura.
La palabra cordura es el sustantivo derivado de cuerdo cuyo origen etimológico proviene del latín cordis, corazón. Quien piensa y razona con cordura es quien puede no solo efectuar reflexiones racionales, sino aquellas ligadas al equilibrio y los principios y valores emocionales, del corazón. Estar cuerdo no es entonces solo un tema de una razón desprovista de emociones que ligamos simbólicamente al corazón, sino específicamente la cordura es ese equilibrio entre razón y emoción. ¿Cómo esperar “cordura” o cómo no dudar de ella, cuando esos modernos sacerdotes del templo de los dioses, los intermediarios con el poder real, es decir los dirigentes, los políticos, etcétera, empiezan a confundir representación del poder, con ser ellos mismos los dioses y que deciden de alguna manera muy concreta sobre nuestras vidas? Así decía en esa nota, en lugar de ocuparse de la desnutrición infantil y de su sufrimiento deciden por ejemplo una agenda de “igualdad menstrual” o proveer de fondos para intervenciones de cambio de sexo (si de sexo, no de género que es la construcción social).
El dilema sobre el enloquecimiento de los dioses, y su resolución, ha sido una constante en la humanidad, expresada desde la mitología, tan bien representada en el caso de la cultura greco romana por Hesíodo en su Teogonía. En el origen del mundo, los verdaderos dioses padecían de episodios de tal grado de locura que devoraban a su hijos por ejemplo, así en el caso de Urano, Cronos o Zeus (un linaje definitivamente complejo), su accionar debe ser detenido ya que esa locura obstruía nada más ni nada menos que la propia existencia de todo, del cosmos.
Los ejemplos de “locura” se repiten constantemente en todas las tradiciones míticas (Heracles, Hércules), inclusive teniendo en la mitología escandinava referencias muy concretas a lo que hoy serían cuadros clínicos psiquiátricos. En la historia la “locura” de los considerados representantes de los dioses en la tierra, los reyes absolutistas, también han presentado episodios con finales trágicos pero que implicaron cambios sociales definitivos.
Sin embargo, los mitos y la historia nos dejan un mensaje positivo y esperanzador: en la medida que podamos cambiar nuestra perspectiva, nuestra mirada, podremos pasar de ser víctimas de la locura de los dioses, a superarlos y superarnos naciendo como seres nuevos. El mensaje es que la única manera de superar ese dilema existencial, mítico, conceptual, es cambiando uno mismo. De hecho, Cronos y Zeus lo hicieron, y para ello aceptando la participación del principio femenino, Gaia, que implica una incorporación de un aspecto del ser, opuesto y complementario excluido hasta ese momento, lo que no vemos o hemos ignorado. En la historia el ejemplo frecuentemente escotomizado en la “Revolución francesa” refiere a un periodo mucho más diverso y amplio que los episodios violentos que a veces imaginamos aislados y centrales, como la toma de la Bastilla. En esto la sociedad del siglo XVIII en Francia, no difiere mucho de nuestra condición actual. La desigualdad social y económica, la incapacidad de financiar la deuda pública, entre otras cosas por el enorme gasto en el que incurrían los reyes, la depresión económica, el desempleo y altos precios de los alimentos fueron las causas del caos por emerger. Sumado a esto la intransigencia y el aislamiento de la realidad de los reyes, el último Luis XVI. La semejanza con lo actual nos muestra la enseñanza de la historia que solemos olvidar.
El cambio que vemos en lo mitos se daba con el sacrificio de los dioses, algo semejante a lo que vemos en la historia en el que la violencia es lo que rescatan casi exclusivamente los libros, pero por detrás había un cambio de modelo, de paradigma de la población que ya entendía que esos modelos eran perimidos e impracticables, además de crueles, injustos y si queremos volver al termino cordura, carentes de corazón, de compasión. Esos mismos mitos y la historia nos enseñan que en la medida que dejamos de esperar que el cambio sea de los otros, en los cuales aun sabiendo que han enloquecido, hemos delegado sea como hijos, súbitos o gobernados, y cambiamos nuestra mirada, nuestro modelo, la transformación es posible.
En la actualidad hablamos de resiliencia como la capacidad de volver a adaptarse de volver a un estado de equilibrio, frente a los diferentes factores adversos, estresantes, inclusive que nos cuestionan o hacen imaginar la pérdida de sentido de la existencia. Es decir, resiliencia no es la ausencia de inconvenientes, o el padecimiento de sus consecuencias, sino justamente por el contrario, en virtud de ellos la oportunidad para re-crearse. A veces se usa la idea de “vuelta al estado anterior”, pero sabemos que nunca se vuelve sino siempre se está yendo (diría Heráclito o Atahualpa Ayupanqui), no hay un lugar emocional psíquico al cual volver, y en esa destrucción de lo que antes sostenía, que dan los inconvenientes, las crisis, está la oportunidad del cambio. En realidad, lo inevitable es del cambio, en el cual nuestro padecimiento será dado si nos resistimos al mismo.
Es por eso que los sacerdotes de diferentes religiones y cultos necesitan un ritual que observemos escrupulosamente, repetido al infinito para adoctrinar, para no cambiar, y que será administrado solo por ellos, el pan y circo de los romanos o los pagos y subsidios que buscan fomentar la infantil dependencia. Uno de los problemas para el Antiguo régimen (Ancien Régime) como así se llamaba a la corte de Luis XVI, fue que la sociedad había empezado a crear un foco cultural en la ciudad, Paris, y ya el centro del pensamiento, del rito si se quiere, no era Versalles sino el plebeyo Paris. Pensar, abrir nuevas líneas de mirada, de pensamiento, movilizar es lo opuesto a la captación sectaria.
En resumen, la historia, los mitos, nos enseñan que el cambio es profundamente cultural y se da al construir sobre la destruido o corrupto, nuevos modelos, nuevos paradigmas y esa resiliencia es ya un fenómeno que al despertar y madurar, dejamos de esperar de los dioses paternales y asumimos cada uno su propia existencia cargando con ella.
Es cierto que salir del rito, del ritual, del pan y circo, de la dádiva política hoy, el salir de una zona de confort, de no cuestionamiento, busca ser evitado, pero también es una oportunidad única, que como decía Serrat en su canción “Hoy puede ser un gran día” no hay que dejar escapar.
Quizás en medios del caos, éste puede ser un gran día.