La cultura en plural
Por Michel de Certeau
Ediciones Godot. 222 páginas
Para comprender el pensamiento complejo de Michel de Certeau es necesario, quizás, conocer su formación intelectual. El pensador francés (1925-1986) fue un sacerdote jesuita especializado en los místicos del siglo XVII. Y en 1968, a partir del Mayo francés, adoptó la fuerte influencia de las teoría de Freud y Lacan, tanto que con este último colaboró en la fundación de la Escuela Freudiana de París.
En este ensayo publicado por primera vez en 1974 y reeditado ahora en nuestro país, el filósofo nacido en la ciudad de Chambéry aborda las diferentes características y la relación que existe entre la producción cultural de los poderosos y el hombre común en la sociedad.
Vigente y actual, la postura de De Certeau parte de la base que el sistema está orientado cada vez más a proporcionar los elementos necesarios a hombres que “quieren tener algo” y cada vez menos a hombres que “quieren ser algo”. Estamos, reflexiona, ante una sociedad productivista que funciona entre la capacidad de crear un conjunto de bienes de consumo (productos) y las necesidades para satisfacer (publicidad) a los compradores eventuales.
Y, en esta construcción sociológica, pone el papel del poder como principio articulador de los vínculos entre sociedad y cultura. La relación, de los consumidores, y la política (distribución de poderes) se define en términos culturales (comunicación, ocio, hábitat).
Existe, según explica De Certeau “una clase privilegiada que inscribe su poder en la educación y en la cultura. Donde una máquina de escribir, un papel y tiempo libre representan el pequeño mundo que circunscribiría, por ejemplo, el lugar donde puede nacer el arte”. Lamentablemente, parecería que la posibilidad de crear no empieza más que a partir de cierto nivel social. Sin embargo, en contraposición a esta realidad parcial, advierte sobre la existencia de la capacidad de la gente común, los más débiles en la escala social, de crear su propia cultura y cambiar las representaciones “autorizadas” y “aceptadas” de la sociedad en la que viven.
“La vivienda, el vestido, la artesanía, la cocina, los miles de actividades urbanas o rurales, familiares o amistosas, las múltiples formas de trabajo profesional son también campos donde la creación brota de todas partes. Lo cotidiano está salpicado de maravillas igual que el mundo de los escritores o artistas”, desarrolla. Y, al respecto, argumenta que las expresiones culturales para ser consideradas como tales, deben convertirse en una operación que incluya tres características esenciales: hacer algo con algo, hacer algo con alguien, y cambiar la realidad cotidiana y modificar el estilo de vida hasta arriesgar la existencia misma.
A esta clase de cultura la denomina plural, ubica su origen en “la mayoría silenciosa” y la define como el conjunto de operaciones que producen los débiles sobre los productos de los poderosos. “Es muy probable -establece- que este tipo de operaciones alimenten a la cultura popular”.
En conclusión, propone De Certeau que la cultura debe ser solamente análoga a la sabiduría que Don Juan, el brujo yaqui del libro de Carlos Castaneda Una realidad aparte, definía como el “arte del desatino controlado”. Es decir, que, frente a una sociedad productivista, el hombre debe realizar cualquier acción (o sea cultura) sabiendo que posiblemente no termine teniendo algún peso o “éxito o aprobación cultural” a corto plazo. Adaptarse a la sociedad, pero no convertirse en un autómata o esclavo de sus mandatos consumistas.