Desde el regreso a las clases presenciales en la Argentina, los niños se han visto obligados a llevar tapabocas a partir de primer grado de primaria, tal como lo estableció el “Protocolo marco y lineamientos federales para el retorno a clases presenciales en la educación obligatoria y en los institutos superiores” elaborado por el Ministerio de Educación de la Nación. En algunos establecimientos han impuesto su uso incluso a niños de nivel inicial. Sin embargo, los beneficios reales de esta medida aún son un misterio. Nadie se ha ocupado de investigar en nuestro país de qué modo el hecho de obligar a los niños a cubrir su boca y nariz, dificultándoles la respiración y la comunicación, se traduce en una ventaja en términos de prevención del covid-19.
Ya en octubre de 2020 un artículo publicado en la revista Nature daba cuenta de que “los datos recogidos en todo el mundo sugieren cada vez más que las escuelas no son focos de infecciones por coronavirus” y que, “a pesar de los temores, las infecciones por covid-19 no aumentaron cuando las escuelas y las guarderías volvieron a abrir sus puertas tras el cierre de la pandemia”.
"Los investigadores sospechan que una de las razones por las que las escuelas no se han convertido en focos de covid-19 es que los niños -especialmente los menores de 12-14 años- son menos susceptibles a la infección que los adultos, según un metaanálisis de estudios de prevalencia. Y una vez infectados, los niños pequeños, incluidos los de 0 a 5 años, tienen menos probabilidades de transmitir el virus a otros”, se explica en la misma publicación.
La Sociedad Argentina de Pediatría -que se ha desprestigiado con su accionar ante la actual “pandemia”- admite que las máscaras “podrían dificultar la inhalación y la exhalación para los niños”, al referirse a los menores de dos años, y explica que ese grupo etario “tiene vías respiratorias más pequeñas, tiene que trabajar más para absorber oxígeno a través de una máscara y puede reinhalar el dióxido de carbono espirado”. Algo que el sentido común indica que también les sucede a los niños de más de dos años que tienen vías respiratorias más pequeñas que los adultos.
Las inquietudes que despierta esta arbitraria imposición en niños fueron muy bien evaluadas por el doctor Vinay Prasad, hematólogo, oncólogo y profesor asociado de epidemiología y bioestadística en la Universidad de California San Francisco.
En una columna titulada “Los inconvenientes de enmascarar a los jóvenes estudiantes son reales”, y publicada en “The Atlantic”, Prasad pone de manifiesto que “los posibles daños educativos de las políticas de uso obligatorio de barbijos están mucho más firmemente establecidos, al menos en este momento, que sus posibles beneficios para detener la propagación del covid-19 en las escuelas”.
En ese sentido, afirma que para justificar el uso continuado de barbijos en los niños en edad escolar -sin fecha de finalización a la vista- tenemos que demostrar que los barbijos benefician a los niños, y a qué edades.
Y en la misma línea subraya que los estados y las comunidades que implementan políticas de uso de barbijos en escuelas sólo por una cuestión de “seguridad” deberían reconocer que ser demasiado precavidos tiene un costo, mientras que los beneficios son inciertos.
El catedrático también hace hincapié en que los niños -que incluso en medio del preocupante aumento de la variante Delta presentan tasas mucho más bajas que los adultos de cuadros graves de covid-19 - tienen necesidades y vulnerabilidades diferentes a las de los adultos.
"La primera infancia es un periodo crucial en el que los seres humanos desarrollan sus habilidades culturales, lingüísticas y sociales, incluida la capacidad de detectar las emociones en los rostros de otras personas. Las interacciones sociales con los amigos, los padres y los cuidadores son fundamentales para fomentar el crecimiento y el bienestar de los niños”, enfatiza.
Por eso, Prasad evalúa que “la cuestión a la que se enfrentan los educadores y los padres es si una política de uso obligatorio de barbijo hace que la escuela sea más segura que una política de uso opcional de uso de barbijo, y si la diferencia es suficiente para justificar la imposición a los niños”.
"No existe consenso científico sobre la conveniencia de imponer el uso de barbijo a los niños en edad escolar”, insiste.
MEDIDAS SIN EXITO
Una recomendación sanitaria que tenga poco en cuenta la forma de actuar de los seres humanos y lo que necesitan es poco probable que tenga éxito, advierte el epidemiólogo, quien cita como ejemplo: “Una dieta que le dijera que comiera sólo dos zanahorias al día daría lugar, en teoría, a una drástica pérdida de peso. En la práctica, este régimen podría privarle de los nutrientes que su cuerpo necesita. Además, las dietas demasiado estrictas no suelen dar lugar a ninguna pérdida de peso, porque nadie puede cumplirlas. Del mismo modo, los mandatos de barbijos pueden ser difíciles de seguir para los niños pequeños y les privan de los estímulos que necesitan”.
Los beneficios de la exigencia de barbijos en las escuelas pueden parecer evidentes -tienen que ayudar a contener el coronavirus, ¿no?, escribe Prasad, quien menciona el caso de España, donde los barbijos se utilizan en niños de 6 años en adelante. “Los autores de un estudio realizado allí examinaron el riesgo de propagación del virus a todas las edades. Si los barbijos proporcionaran un gran beneficio, la tasa de transmisión entre los niños de 5 años sería muy superior a la de los niños de 6 años. Los resultados no muestran eso. Por el contrario, muestran que los índices de transmisión, que eran bajos entre los niños más pequeños, aumentaban de forma constante con la edad, en lugar de disminuir bruscamente en el caso de los niños mayores sujetos al requisito de cubrirse la cara”, detalla el experto, para luego agregar: “Esto sugiere que enmascarar a los niños en la escuela no proporciona un beneficio importante y podría no proporcionar ninguno en absoluto”.
Si hay algo por lo que se ha caracterizado la actual situación es la imposición de medidas arbitrarias y sin suficiente evidencia científica que las avale. La de los barbijos es una más. Si los adultos quieren seguir caminando por las calles con sus barbijos con la errada idea de que así están protegidos, aunque ya no sea requisito para circular libremente, allá ellos. Pero es imperdonable hacerles este daño a los niños por los caprichos e ignorancia de los adultos.
"Antes de limitar la cantidad de contacto humano cara a cara que los niños experimentan durante muchas de sus horas de vigilia, los responsables políticos deberían ser muy conscientes de lo que los niños podrían perder”, expresa Prasad.
El catedrático lamenta que ha sido difícil evaluar sistemáticamente las desventajas de los requisitos de barbijos para los niños en las escuelas porque, hasta esta pandemia, nunca se habían impuesto políticas de cobertura facial a tantos niños durante un periodo de tiempo tan largo. “No se pueden realizar estudios longitudinales sobre los resultados a largo plazo, porque no hay niños de generaciones anteriores que estudiar”, precisa.
A modo de conclusión el epidemiólogo afirma que casi 18 meses después, se debe responder a los niños y a sus padres el interrogante adecuadamente: ¿Los beneficios de enmascarar a los niños en la escuela superan los inconvenientes? “La respuesta honesta en 2021 sigue siendo que no lo sabemos con seguridad”, finaliza.