Opinión
Mirador político

Confianza y credibilidad

El gobierno de Javier Milei representa un fenómeno desconcertante para quienes intentan descifrarlo con los instrumentos de análisis usados con otros gobiernos. Se ha afirmado, por ejemplo, que la confianza que genera es baja. Para hacerlo se usa como referencia el conocido Índice de Confianza en el Gobierno (ICG) que publica regularamente la Universidad Di Tella y que goza de un bien ganado prestigio académico. Según ese índice, en los primeros meses de gestión, Milei despertó menos confianza que la de Néstor Kirchner, Mauricio Macri y hasta que la de Alberto Fernández.

Sin embargo, ese dato parece difícil de conciliar con un dólar que está controlado, porque cada vez menos agentes económicos quieren cambiar sus pesos por la divisa norteamericana. No hay, ni hubo corrida. Milei dijo que no iba a devaluar y no lo hizo. Ergo, los que apostaron al dólar, llevándolo a $1.500, perdieron.

Otra señal de confianza en el Gobierno es la de la toma de créditos. No alcanza con bajar la inflación, hay que dar seguridad de que la política económica no cambiará para que los usuarios del sistema financiero hagan esa apuesta.

Para resumir: no hay prueba mayor de la confianza en un gobierno que la de las decisiones económicas que se toman desde el propio bolsillo.

La confianza es hija de la credibilidad. Un rasgo llamativo del actual Presidente es que lo que dice, lo hace. Por lo menos hasta ahora. Dijo que no iba a devaluar, llovieron las presiones corporativas de siempre, pero no devaluó.

Le exigieron que levantase el cepo desde todos los sectores, pero no lo hizo. Prometió vetar los aumentos de gastos carentes de financiamiento genuino y lo hizo. Con Macri o sin Macri, con el apoyo de los radicales “dialoguistas” o sin su apoyo. Lo que lo impulsa es una lógica fiscal irreductible. Eso es lo que cree hoy el grueso de la sociedad que le retiró la confianza hace rato a los demás políticos.

Ahora enfrenta el desafío de una oposición multiforme que quiere voltearle en Diputados el veto al aumento del gasto universitario. Es una cuestión salarial, que nada tiene que ver con la autonomía universitaria, ni con la libertad de cátedra, ni con la gratuidad de la educación. Mauricio Macri denunció el uso político de los fondos que manejan los que controlan las casas de altos estudios y abrió la puerta a un debate en el que la dirigencia política (los Lousteau, lo Yaccobitis) tienen un notorio problema de credibilidad. Tratan de enmascararlo detrás de consignas “progrepopulistas” que la prensa reproduce sin el menor espíritu crítico.

Pero en el Congreso la credibilidad no cuenta, lo que cuentan son los votos, y ahí el que tiene el problema es Milei. Debe remontar una oposición mayoritaria una y otra vez. Como un Sísifo de estos días empuja una y otra vez la piedra del superávit fiscal, consigue hacerla subir la montaña y la oposición vuelve a empujar para desbarrancarla.

Hasta ahora Milei hace bien su trabajo como prueban los números de la macro, pero la inflación tiene defensores entre los políticos tan determinados como él y que si el Estado dejara de financiarlos tendrían que cambiar de oficio. Ese es el problema.