Hacia la época en que yo cursaba la escuela primaria, solía oírse en la radio un tango que gozaba de bastante difusión, principalmente debido a que lo cantaba Edmundo Rivero (también otros intérpretes menores: Enrique Campos, Alfredo Belusi, Tino García…): Cómo querés que te quiera. Letra y música pertenecen a Héctor Marcó (1906-1987), quien, habiendo nacido Héctor Domingo Marcolongo, confirió ciudadanía catalana a su itálico apellido.
Empieza apabullando con reproches a quien, en adelante, denominaremos Pobre Infeliz. Entre ellos:
A vos qué se te importa si hay guerra en China,
si Fangio ganó en Berna, todo es igual.
Sabés que el huevo nace de la gallina
y ya con tu cerebro no podés más.
Según puede deducirse del pasaje que sigue a estas invectivas, tales insultos se originan en que el Pobre Infeliz no logra suscitar el amor de una dama que, ahora, entra en escena:
Cómo querés que te quiera
una pebeta moderna
que busca un muchacho pierna
para bailar y vivir.
Si mientras ella se envuelve
con un rubio en espirales,
vos le hablás calamidades
y ni un beso le pedís.
La “pebeta moderna” carece de ambiciones desmedidas: sólo busca un “muchacho pierna” para bailar y vivir. Esto significa que, sin la ayuda de tal colaborador, la pebeta no sólo no podrá bailar sino que tampoco podrá vivir, lo que equivale a provocar su muerte.
El significado, acaso ambiguo, de “envolverse con un rubio en espirales” me asustó un poco: tal vez significase “bailar, trazando espirales, con un rubio galán” o quizá, menos coreográfico y más nocivo, quisiera decir “envolverse en las espirales de humo que resultan de fumar un cigarrillo rubio”.
En todo caso, parecería más plausible la segunda posibilidad, ya que a continuación leemos:
vos le hablás calamidades
y ni un beso le pedís.
Sería muy incómodo y antifuncional hablarle calamidades a la bailarina en medio de las volteretas de la danza y más que inoportuno pedirle un beso en esa situación de movimiento continuo; además, de ser así, tampoco al partenaire le agradaría que el Pobre Infeliz le solicitara ninguna cosa a su pareja.
Entonces, opto por imaginar a la pebeta envuelta en espirales de humo en el acto de fumar un cigarrillo rubio. El Pobre Infeliz, en lugar de solicitarle un ósculo, le dirige una sarta de calamidades que la hieren en lo más íntimo; por ejemplo, para remitirnos a la primera estrofa: Che, parece que hay guerra en China. Qué cagada, ¿no?
Pero no todo han de ser reproches. Ahora vienen consejos para revertir la indiferencia de la pebeta y conquistar su corazón.
No fumás, no vas al cine, las carreras no te gustan,
no conocés de la fusta, chaquetilla, ni color.
Pa’ vos la media cabeza es la que cuelga de un gancho,
nunca has probado un quebracho, ni un whisky, ni un semillón.
Son los factores negativos en que ha incurrido el Pobre Infeliz. Sólo debe transformarlos en sus antónimos y así obtendrá los laureles del éxito (efímero) y quizá los de la gloria (eterna).
En primer término, debe empezar a fumar: nada fascina tanto a una mujer como un hombre que fuma. Con el hecho de encender un cigarrillo se le abre un camino promisorio, perfeccionado en seguida con la urgente concurrencia a una sala cinematográfica.
Debe, a continuación, y aunque no le gusten, aficionarse a las carreras de caballos, por lo cual apostará en ventanilla y, sin la menor duda, perderá dinero ganado con el sudor de su frente.
Entiendo que la fusta, la chaquetilla y el color son elementos propios del turf, aunque, en este tema, mi ignorancia es total.
Lo de la media cabeza referido a carreras hípicas posee claro sentido, refrendado por la letra del bello tango Por una cabeza. He visto, colgando en la ganchera de carnicerías, chorizos o morcillas, y cortes cárnicos mayores, pero nunca vi ninguna media cabeza (¿seccionada vertical u horizontalmente?), ni tampoco cabeza entera, de bovino, porcino, ovino ni caprino.
El consejo sobre bebidas alcohólicas puede ser adoptado con algún obstáculo. No es difícil probar whisky, ya que puede adquirirse en cualquier comercio. En cuanto a los vinos quebracho y/o semillón, parecen menos accesibles, pero imagino que, poniendo empeño, pueden conseguirse.
Entonces ya tenemos al ex Pobre Infeliz transitando el estrecho sendero reservado para los triunfadores: fuma; va al cine; asiste a las carreras de caballos; ha penetrado los arcanos sobre la chaquetilla, la fusta y el color; ha borrado de su imaginación toda semicabeza colgada en carnicerías y la ha trasladado al hipódromo; ha bebido medidas de whisky, vasos de quebracho y copas de semillón.
En suma, se ha convertido en un varón exitoso y atractivo: decenas de mujeres maravillosas, embelesadas por él, formarán fila suplicándole migajitas de amor.
El método prescripto servirá, intuyo, para seducir no sólo pebetas modernas sino también pebetas contemporáneas. Pero desaconsejaría aplicarlo a pebetas antiguas y/o medievales e, inclusive, posmodernas, pues aún carecemos, para estos casos, de suficientes evidencias científicas.