Por Roberto Chiti (*)
En un hecho inédito para la historia del país, un outsider sin trayectoria en política, sin estructura partidaria, sin gobernaciones ni un bloque legislativo relevante, fue electo President. Javier Milei terminó así con el ciclo político kirchnerista, que dominó la política argentina los últimos 20 años (a excepción del período de gobierno de Mauricio Macri entre 2015 y 2019).
Como podía esperarse, la mayoría de los casi 6.300.000 votantes de Patricia Bullrich en la primera vuelta, en el balotaje se inclinaron por el candidato de LLA, quien pasó de 8.000.000 a casi 14.500.000 votos. Sergio Massa logró mantener sus votantes e incluso sumar casi 1.700.000 nuevos votos (los que en su mayoría en octubre habían elegido a Juan Schiaretti y a Myriam Bregman).
A fin de interpretar un resultado electoral que, si bien era esperable, sobrepasó en su magnitud las proyecciones de la mayoría de los sondeos. Pueden considerarse una serie de factores que tuvieron una incidencia indudable.
Lo que ya en las PASO había sido uno los motivos de peso para la sorprendente elección de LLA, en el balotaje terminó adoptando una implicancia decisiva. Mientras en agosto Milei había ganado en 16 provincias, este domingo se impuso en 20 distritos. Sergio Massa apenas lograba triunfos claros en Santiago del Estero y Formosa, y sacaba sólo una leve ventaja en Chaco y en la provincia de Buenos Aires.
Este arrollador triunfo del candidato libertario, que tuvo sus puntos geográficos de mayor diferencia en la franja central del país (sobre todo en Córdoba y Mendoza, con más del 70% de los votos), puede leerse como una fulminante respuesta a la actitud centralista y abusiva de los distintos gobiernos kirchneristas, que discriminaron al interior productivo con una política sistemática de subsidios discrecionales, dádivas y clientelismo en favor de provincias amigas y sobre todo del AMBA.
A pesar del controversial feriado que propiciaba una menor participación electoral, y que por lo tanto el gobierno se negó a cambiar de fecha para beneficiarse de una supuesta merma de votantes de Milei, la cantidad de votantes resultó ser la misma que en la primera vuelta
. El casi 77% de votantes sobre el total del padrón que votó en el balotaje, representó un revés para
la estrategia oficialista de que predominara el peso del aparato peronista por sobre la concurrencia de votantes independientes.
A su vez, el escaso voto en blanco –que finalmente fue de sólo el 1,55%, incluso menor que en la elección general- puso también de manifiesto una inesperada –para muchos- voluntad afirmativa de los electores, en contraste con la idea de que en una segunda vuelta como ésta habría pocos incentivos para elegir entre dos opciones que aparecían inaceptables para gran parte del electorado. Indudablemente, había una alta inclinación hacia el cambio.
La movilización de más de 100.000 fiscales de LLA y de JxC era crucial para tener un control real del proceso de votación y, fundamentalmente, de la apertura de urnas y el conteo. Ante las conocidas maniobras fraudulentas que son características por parte del aparato peronista (sobre todo en zonas críticas del conurbano bonaerense y algunas provincias del norte del país), esta era una de las condiciones necesarias para que la elección no entrara en un manto de sospechas e indefinición. Sobre todo, teniendo en cuenta la ya mencionada falta de estructura y de experiencia de LLA, y la sospecha de muchas infiltraciones de miembros del massismo ya desde la primera vuelta en sus filas.
Para lograr ese descomunal despliegue de fiscales, fue imprescindible el acuerdo realizado el día posterior a la primera vuelta con los principales referentes del PRO. Ese alineamiento tuvo además un rol decisivo no sólo desde lo funcional y operativo. También fue relevante desde lo simbólico, para movilizar a muchos votantes de ese espacio que, aun siendo antikirchneristas, tenían dudas o incluso rechazo a la figura del nuevo Presidente electo.
Aunque fue importante para que Unión por la Patria pudiera consolidar a su base de votantes, y más aún, para movilizar a sectores progresistas y radicales con una impronta más ideologizada, la gran mayoría de electores independientes y de centro se terminaron volcando por la opción de cambio. Lo nuevo, aunque con una dosis de incertidumbre, pudo más que lo viejo y conocido. Y así, el hartazgo pesó más que el miedo, que además terminó resultando en muchos momentos en un auténtico boomerang para el oficialismo, por lo excesivo, burdo y grotesco. Un importante sector del electorado rechazó la persistente recurrencia (de la campaña pergeñada por los brasileros enviados por Lula) al pasado, la dictadura y las supuestas medidas atemorizantes nunca enunciadas por Milei.
En ese sentido, el oficialismo, y un sector importante de medios y analistas, pareció no decodificar que gran parte de la sociedad, sobre todo los jóvenes, están en otra sintonía. Y que algunos supuestos “consensos de la democracia” en realidad son ideas o programas impuestos por minorías intensas, con gran peso mediático o de instituciones –algunas internacionales- sin verdadera legitimidad democrática ni llegada al ciudadano promedio.
Estos nuevos sentidos comunes ya habían sido reflejados por distintos estudios de opinión y encuestas en el plano nacional, dando cuenta de un corrimiento de la opinión pública a posiciones más de derecha, liberales y conservadoras. Hubo incluso ejemplos notorios en el plano internacional –Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil- que ya demostraron que cierta hegemonía del pensamiento “políticamente correcto” perdió apoyo en sectores medios. Sin dudas que la base de sustentación de una propuesta tan disruptiva como la de Milei, no podría haber calado socialmente sin este nuevo estado de opinión.
Luego de la enorme perplejidad que había generado el triunfo de Massa en la primera vuelta electoral, fundamentalmente por la desastrosa situación económica y social de la que el actual ministro de economía es gran responsable- el balotaje dejó en claro que lo que le había dado algo de vida y expectativas al oficialismo había sido, básicamente, la división opositora.
Al reconfigurarse gran parte del espectro opositor en torno a la figura de Milei, se fue haciendo evidente que la realidad imponía un techo electoral infranqueable al candidato de UxP. No hubo maquillaje, trucos ni campaña del miedo que pudiera contrarrestar el profundo hartazgo generalizado, producto en gran medida de la pésima gestión del gobierno.
* Director Consultora Diagnóstico Político.