Schubert: Sinfonía N° 9, en do mayor, ‘La Grande’, D 944; Beethoven: Sinfonía N° 7, en la mayor, opus 92. Por: Orquesta Estable del Teatro Colón (dirección: Evelino Pidò). El martes 18 en el teatro Colón.
Conocimos a Evelino Pidò como concertador de ópera en 2017 y 2022 (‘La Traviata’ y ‘Elisir d’amore’), y lo encontramos ahora nuevamente en el Colón, en esta ocasión como conductor sinfónico. El martes, en el concierto inaugural de las actividades del coliseo de la calle Libertad, el maestro piamontés (72) protagonizó al frente de la Orquesta de la casa una velada que tuvo sus más y sus menos, en la que quedó en evidencia que se desenvuelve con mayor comodidad en el terreno del teatro lírico que en el repertorio filarmónico.
CUERPOS ESTABLES
La función, con entradas agotadas, se realizó en carácter de primera celebración del año en recuerdo de la creación de los cuerpos estables. Abierto en 1908, nuestro gran teatro, que enhebró a partir de allí magníficas y extensas temporadas operísticas, se venía manejando con concesiones y contratos de instrumentistas, coristas y bailarines de nivel bien seleccionado, que se renovaban periódicamente. Pero este sistema, que tenía visos de cierta precariedad en lo que hacía a la homogeneidad de cada organismo y su continuidad artística, terminó por generar un movimiento tendiente a dotar de permanencia a estos entes de acción insustituible en la marcha cotidiana del recinto.
Fue así que como resultado de estas aspiraciones y proyectos, finalmente se logró que en 1925 la Intendencia Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, a cargo de Carlos M. Noel, aprobara la normativa destinada a la formación de las corporaciones estables. Por supuesto que en esto influyeron tanto Regina Pacini como su esposo, Marcelo T. de Alvear, en ese entonces Presidente de la Nación, asiduo concurrente a la sala y “jefe inmediato y local” de nuestra metrópolis durante un estadio político anterior a nuestra actual ciudad autónoma. Pero quienes bregaron más activamente por la obtención de estos trascendentes resultados fueron Carlos López Buchardo, compositor y director del Conservatorio Nacional de Música y Arte Escénico, y el uruguayo Cirilo Grassi Diaz, administrador y director del Colón por tantos exitosos años.
La idea había quedado flotando ya desde 1917, cuando Vaslav Nijinski, en su segunda visita con los Ballets Russes de Diaghilev, había insistido en la necesidad de crear una compañía de danza duradera. “Fracasada la idea de continuar con las concesiones, se afirmó la de municipalizar el teatro”, explicaba Grassi Díaz, y “así pudimos arribar a esta hermosa realidad: la de contar finalmente con cuerpos estables”.
La flamante orquesta se presentó por primera vez el 25 de mayo de 1925, en una representación de ‘Thaïs’, de Massenet, con Ninon Vallin.
VERTIGO Y FRASEO
A cien años de su creación, la Orquesta Estable (conjunto calificado cuyo concertino fue por tantos ciclos Carlos Pessina) mostró en la oportunidad que nos ocupa apreciable ductilidad, que le permitió acreditarse como relevante organismo sinfónico, que superó las crudas exigencias del programa, y además de ello, lució bello y bien modelado sonido global, homogéneo, sin fisuras, brillante (su la siempre fue alto), claro, definido. La sonoridad grupal de las cuerdas se oyó transparente y entre las filas, todas parejas, se distinguió el metal acampanado y esbelto de los cornos.
Por su lado, Pidò abordó la llamada Sinfonía de Gmunden-Gastein o ‘La Grande’, de Schubert, obra magna, extensísima, “uno de los monumentos de la música sinfónica del siglo XIX”, con un concepto de irrefrenable vitalidad, más propio del temperamento italiano que de una pieza cumbre del romanticismo austríaco. Impetuoso, contagioso en su vibrante gestualidad y hasta sugestivos movimientos corporales, con piedra libre (durante toda la noche) para los timbales, el maestro imprimió a su traducción, de subrayados contrastes dinámicos, una velocidad que complicó virtualmente las posibilidades de articulación y fraseo, de búsqueda de reflexión y matices.
Desde ya que el músico turinés se manejó con absoluta seguridad, ajuste y nervio que nunca decayeron, pero en definitiva pareció enfocarse prioritariamente en la técnica de la ejecución antes que en la exploración de inflexiones, limpieza de las tensiones rítmicas (esenciales en esta creación), pausas, detalles expresivos. En el desarrollo de esta creación de riquísima inventiva, si se quiere ambiguamente clásica, palpitante y nostálgica, no hubo prácticamente un respiro, ni para los músicos ni para los espectadores.
COMPLEMENTO
Las cosas cambiaron en el complemento, ya que nuestro visitante tradujo la deslumbrante y luminosa Séptima, de Beethoven, con impecables tiempos y acentuaciones, dentro de un sostenido marco de líneas clásicas, bien llevadas y desplegadas. Tanto la introducción poco sostenuto vivace como el allegretto exhibieron delicados empastes e interacciones contrapuntísticas, mientras que el presto y el allegro con brio, movimientos dionisíacos, reflejaron con giros rítmicos de alto vuelo imperioso y excitante fuego melódico.
Calificación: Muy bueno