Pese a que Chile no era exactamente el país más amado por los argentinos, ni por los uruguayos, para mencionar sólo algunos casos, era sin embargo el que se ofrecía siempre como ejemplo de la adopción de políticas de estado inteligentes, de las que a cualquier sociedad le gustaría tener. Gobiernos de diversas ideologías, muchas veces contrapuestas, aún de una trágica dictadura, habían mantenido la línea de seguridad jurídica, prudencia presupuestaria, respeto por la libertad de mercados y por la libertad sin aditamentos. Más allá de los errores y desvíos inevitables y programáticos.
Los resultados se notaban. Una economía en crecimiento durante varios años, una baja sostenida de la pobreza y aún de la mentada desigualdad, un sistema jubilatorio razonable y solvente en un subcontinente enredado en la trampa de la dádiva del retiro subsidiado. Un fondo de emergencia que el Estado había ahorrado en los tiempos de bonanza del cobre, a diferencia de los alegres gastadores vecinos, que habían repartido esa bonanza y se les había vuelto en contra en la forma de una generosidad obligatoria e infinanciable. Esa singularidad ayudaba a que no fuera tan querida. Como alguien no contagiado en una pandemia provoca una cierta envidia.
Su Constitución, que había sido votada durante la dictadura de Pinochet y reformada legalmente desde entonces entre 30 y 51 veces (según se considere o no reforma a las normas de interpretación) por gobiernos democráticos de todas las tendencias, se terminó pareciendo -dejando de lado el relato- más a la de Alberdi que la propia Constitución argentina, destrozada alevosa y arteramente por Alfonsín & amigos en el despreciable e infame Pacto de Olivos. La socialista Bachelet había fracasado en su intento de reformarla con la excusa de que era pinochetista, o sea que en 2015 el pueblo no le había dado luz verde a su reforma.
Sin embargo, respondiendo a veces al clamor de una población que tiende más al reclamo callejero por sus desacuerdos que sus vecinos, la entonces presidenta hizo reformas que negoció muchas veces con la oposición y que -más allá de los juicios de valor que se puedan abrir, fueron aprobadas en varios casos con el concurso de los votos opositores. Un país civilizado, moderno, que buscaba proyectar sus actividades al Pacífico y había logrado importantes avances en esa línea de política comercial. Claramente Chile era un hito, una perla dentro de la región, y así era evaluada por las calificadoras, los bancos y los inversores. Lo mismo que por sus socios. Para no pecar de parcial, apenas si se mencionará aquí su apertura comercial, que le permitió tanto un avance tecnológico importante, como poner a disposición de sus consumidores una vasta gama de productos del mercado mundial a precios imposibles de encontrar en el entorno proteccionista amiguista del Mercosur.
El semestre anterior al comienzo de la era SARS-2 estalla en el país una ola de protestas callejeras de gran magnitud y capacidad de daño y muy similares a las que se vieran en París y en Estados Unidos. En ellas se mezclaban, como es habitual, razones atendibles, razones inventadas o forzadas, accionar profesional de fuerzas entrenadas en la generación de caos y enfrentamientos con las fuerzas de seguridad, y la población dividida entre quienes querían más contundencia de las fuerzas policiales y los que hacían escuchar sus reclamos por los excesos de esas mismas acciones. Infaltablemente, los expertos de las organizaciones supranacionales de todo tipo estuvieron del lado de los insurgentes, alegando su defensa de la democracia, cuando en realidad cualquier manifestación violenta siempre es en contra de la democracia. Pero esa es la estrategia dialéctica de la burocracia internacional, que sus empleados y amanuenses siguieron al pie de la letra.
Los reclamos eran mayormente exagerados, cuando no improcedentes o inconexos. (Lo que obviamente, nunca es analizado por los organismos globosocialistas, que respetan la democracia y hasta la refriegan solamente cuando sus socios ganan, nunca cuando pierden o son minoría) Se juntaron en un sólo paquete sólo porque era más efectista hacerlo. También la prensa en su gran mayoría, como es habitual.
Como se recordará, ya Bachelet, inventora no exitosa del Transantiago, el sistema de transporte urbano de la Capital, había tenido revueltas populares serias y problemas duros por este tema. Cosa que suele ocurrir cuando los gobiernos intentan subsidiar el transporte, lo que tarde o temprano estalla cuando los costos se hacen insoportables, más allá de los precios del pasaje. (Aumentar centavos el precio del subte ha sido tradicionalmente explosivo en Argentina, por ejemplo) Ese fue el elemento disparador de las revueltas trasandinas. O la excusa.
El hecho siguiente fue el reclamo de que, si bien se había avanzado mucho en la lucha contra la pobreza (evidente por donde se lo mire y se lo mida) no era suficiente. Esa instantaneidad, esa estratagema de reclamarle a un gobierno o aún a un Estado que está obteniendo buenos resultados una mayor velocidad en lograrlos, o un cambio ya mismo, esta tarde, es en su esencia un argumento subversivo, ante la imposibilidad económica y práctica para cualquier país o cualquier economía de lograr resultados que cambian o mejoren en poco tiempo una tendencia ya positiva. Nunca nadie había logrado lo que se logró en Chile en los últimos 35 años. De modo que el reclamo puede ser debatible, pero la ira destructiva y organizada no.
Otro punto de reclamo y enojo alegado fue la desigualdad. Cansa ya explicar que la desigualdad no tiene relación con el bienestar de los pueblos ni con la pobreza. Salvo que quien reclama intente apoderarse de la riqueza ajena con cualquier argumento, o sea con un relato, para hacer demagogia o hacer fortuna con ella. Justamente el cambio de orientación de Chile, de salir de la monoexplotación y basar su crecimiento futuro en la tecnología, el conocimiento y los servicios, lleva a una acumulación y concentración de riqueza inherente, que sin embargo produce empleos, bienestar y mejores condiciones de vida. Evidencia empírica. Intentar repartirla dura poco y tiene efectos negativos inolvidables e imperecederos.
El otro disparador fue un ataque contra el sistema jubilatorio, que en Chile se basa hoy en las AFP, el sistema privado tan odiado por los sindicatos, y tan codiciado por los políticos (Como saben los argentinos tras el asalto a las AFJP, una confiscación ladrona) Chile está un poco adelantado al resto del mundo en este punto. Los sistemas jubilatorios tradicionales están destinados a desaparecer o minimizarse, en Chile y en donde fuere, por más manifestaciones que haya. Además, los chilenos, como tantos otros pueblos, tiemblan cuando tienen que ahorrar o tomar decisiones sobre su propio futuro, prefieren que el Estado se ocupe de ellos, como en tantos otros asuntos. Las quejas sobre el sistema de retiro son universales, y también se pretenden soluciones imposibles e inmediatas. El país que intente satisfacerlas sucumbirá. Sin embargo, fueron un buen argumento para quemar cosas y provocar la reacción del Estado. Y además calza con el odio a lo privado, marca registrada del trotskismo.
El colofón fue el argumento de que el país no podía tener una Constitución pinochetista, tal como alegara la doctora Bachelet en 2015, sin éxito. El socialismo tiene el hábito de machacar obsesivamente una y otra vez con el mismo argumento, por falso que fuere, hasta que encuentra la coyuntura para colarlo. De todos modos, como se sostiene más arriba, esta Constitución chilena, luego de tantos cambios en su texto y sus interpretaciones, no se parece en nada a la de Pinochet. Sin embargo, el clamor por una nueva Constitución sonó como un grito democrático en medio del caos antidemocrático provocado, y sirvió como argumento para que los cómodos burócratas globosocialistas y los políticos regionales necesitados de gobiernos cómplices en el área sacaran patente de mártires y campeones del gobierno del pueblo.
Por supuesto que, una vez lanzados, los reclamos se fueron sumando. Desde una reivindicación de los enemigos mapuches, perseguidos por Chile hace décadas, hasta la protección de los derechos de género, sexo, e igualdades de todo tipo, subsidiados siempre por el estado. Faltó la apelación a la esperanza de la paz universal, como en los concursos de Miss Mundo o similares.
La multiturba tuvo resultados inmediatos. Una baja de un punto en el Producto Bruto prepandemia, (el Producto per cápita era y es bastante más alto que el argentino) y una devaluación del 20% aproximadamente, que para un país que apuesta a la libertad de comercio implica un golpe durísimo (No comparar con Argentina, que es incomparable). Pero apenas empezaba.
En una actitud que se ha calificado de mil maneras, pero inequívoca en su accionar, el presidente Sebastián Piñera se rindió. Dejó de lado su programa, su formación, su actitud de vida y su convicción declarada. Tal vez se estremeció comprensiblemente ante la idea de no poder detener sino con la fuerza a una masa de tuiteros armados con violencia que querían imponer sus ideas con el insulto o la agresión de modo instantáneo y perentorio, como si estuvieran respondiendo un tuit con el que no concuerdan o que los molesta, queriendo apabullar o bloquear a quien no los satisface. Salvo que en vez del teclado tenían piedras, molotov, a veces entrenamiento y armas contundentes diversas. Quizás pensó en lograr una unidad en la legalidad, un consenso en la discusión democrática. Quizás creyó que la democracia significaba lo mismo que cuando él iba a la escuela, pero en boca del socialismo.
Y entonces convocó a la reforma de la Constitución “pinochetista”. Que como no era difícil de adivinar, terminará ahora siendo el moderno manifiesto socialista de Chile. Así lo ha consagrado apabullantemente la elección de constituyentes y autoridades regionales. Nadie puede olvidar los efectos sobre Brasil de sus gobernadoras y alcaldesas comunistas, para aportar un ejemplo.
¡Democracia en acción!, se apresurarán a gritar las comparsas de la burocracia internacional organizada. Querrán anular con ese relato lo que es harto conocido: la palabra democracia tiene otro significado cuando triunfa la izquierda. Mucha hambre, mucha ignorancia sistemática, muchos pobres, muchos muertos, muchos exiliados, muchos asesinados y muchos privados de su propiedad, sus derechos, su país y sus vidas lo testifican. Los burócratas dictadores llegan con la democracia. Se van con la muerte.
Esta vez, con las necesidades y consecuencias que se heredan de la pandemia, todo pasará más rápidamente. No transcurrirá demasiado tiempo desde el avance de la izquierda hasta su fracaso. Y sus consecuencias se notarán de inmediato, ya mismo.
¿Cuánto cree el lector que tardarán la inversión y el empleo en desaparecer de Chile?
¿Qué cree la lectora que pasará con el fondo de emergencia del país hermano luego de la nueva constitución y de la próxima elección presidencial?
¿Cómo cree que será la vida, los impuestos, la educación, la actividad privada, la radicación de emprendimientos en Santiago, desde el domingo? ¿Y en todo Chile?
¿Qué cree usted que pasará con las AFP? ¿Y con sus fondos?
¿A dónde cree que llegará el riesgo país chileno?
¿Cuándo empezará el exilio como en la época de Allende?
¿Cuánto falta para que empiecen los ataques jurídicos contra la propiedad privada?
¿Cuánto se tardará en encontrar la excusa que precipite las expropiaciones?
¿Qué le ocurrirá al crédito internacional de Chile?
¿Cuándo empezará la carnicería y la persecución impositiva a cualquier manifestación de ahorro o patrimonio?
Pero el tema no se limita a las preguntas sobre economía:
¿Cuál será el nivel de seguridad jurídica y seriedad que garantizará la nueva Carta Magna, sus constituyentes de amplia mayoría socialista-comunista y los nuevos funcionarios de igual signo?
¿Cuáles serán los efectos sobre la sociedad y el estilo de vida del cóctel de derechos que supuestamente garantizará la nueva Constitución? El domingo a la noche se empezó a percibir la ridiculez de algunas reivindicaciones decretadas “democráticamente” por el electorado: la obligación de mantener una equidad matemática de género obligará a que varias mujeres deban cederles los cargos para los que han sido “democráticamente” elegidas a varios varones que no han sido elegidos. ¿Qué trampa inventarán para evitarlo? Un buen cineasta se divertiría mucho.
¿Qué será de sus fuerzas de seguridad, tema crucial en los enfrentamientos contra la subversión araucana?
¿Qué nuevos subsidios se inventarán para los que tengan tantas garantías como prometen los constituyentes? ¿Con qué se pagarán? ¿Se confiará en el reseteo mundial 2030, el perdón universal de las deudas? ¿Se contratará a algún funcionario peronista para que asesore? Lo que antes se llamaba populismo se llama ahora inmediatez. Demagogia barata sin esfuerzo previo.
Hay más preguntas: ¿cuál será el efecto sobre la soberanía territorial del empoderamiento al voleo de originarios, incluyendo a los mapuches que hasta hoy mismos son perseguidos por la justicia – con justicia - como vulgares delincuentes y que ahora reclamarán su libra de carne, sus derechos ancestrales de abigeato, violaciones y sodomización de argentinos como los tehuelches, además de su supervisión sagrada sobre la tierra? ¿Llevarán a un enfrentamiento contra Argentina, pese a que ésta también tiene el mismo virus de estupidez? ¿O llevarán a una Patagonia independiente, sueño de Rusia, China y Cristina?
Como una caja de Pandora, pero esta vez puesta por el demonio en manos de la cuñada de Prometeo, la nueva constitución chilena está llena de males. Tal vez no haya que molestarse en mirar al fondo para ver si queda alguna esperanza.
A lo largo de dos siglos, el globosocialismo con todos sus nombres y formatos camuflados, incluidas sus usinas espirituales de apuro de la Teología de la liberación y la de Aparecida, se han negado a aceptar lo que se denomina evidencia empírica. Es decir, el reflejo nefasto en la realidad de todas sus ideas, sus ideales, los productos que venden, su fracaso sistemático donde fuera que se aplicasen sus prédicas, su creación de pobres, su extinción del empleo, su estatismo asfixiante que se convierte en dictadura ante el fracaso. O sea, los números y datos fríos resultantes de sus políticas. Obviamente, aceptarlo o reconocer la existencia de esa evidencia habría sido descubrir la patraña, la mentira, y sobre todo reconocer el triunfo de la fuerza de la libertad, del esfuerzo privado y del riesgo personal. Del capitalismo.
Entonces se trató de esconder o negar esos resultados, de alejarlos en el tiempo, de disimularlos culpando a otros factores, de perderlos en el pasado, de negarlos, de taparlos con relato, herramienta fundacional del materialismo dialéctico, que por sistema huye de toda comparación porque pierde contra cualquiera. En el caso de Chile eso no será posible. Los resultados serán inmediatos, instantáneos, fulmíneos, aún antes de empezar. Un ejemplo para cualquiera que quiera imitarlo, también un ejemplo para cualquier otro Piñera que no se atreva a enfrentarse a la izquierda con cualquier disfraz, sayo o tapabocas y crea que se puede llegar a un promedio o consenso de cualquier clase con el socialismo de todos los tiempos.
El proyecto del socialismo en Chile fracasó el domingo, en cuanto nació. Puede que sea percibido como un triunfo por el castrismo, el chavismo, el cristinismo o el lulismo y otros billonarios. Pero desde el punto de vista de la sociedad, aún de la que salió a romper todo sin saber exactamente por qué, su futuro está terminado. Ahora tendrán la igualdad absoluta. Como los esclavos. Y eso se verá en los números y en la práctica. Por más que el órgano de prensa oficial del socialismo, la subsidiada, burocrática y deficitaria BBC, se esmere en presentar esta instancia como un momento de esperanza y de luminosidad.
Será un gran ejemplo para que se entienda que la democracia también requiere responsabilidad, aunque votar sea un acto emocional. No se puede votar cualquier cosa. No se puede delegar el porvenir, no se puede delegar la consecución del propio bienestar. No hay bienestar sin esfuerzo previo. No hay premio sin sacrificio ni mérito. No hay bienestar sin libertad y sin inversión privada. El concepto socialista es y lo ha sido siempre y en todo lugar, una falacia. Por eso hay que hacer llegar todo el afecto al pueblo chileno. Lo necesitará. Democracia y socialismo son como la mezcla de agua y aceite. Pero explosiva y fatal. Lástima que el ejemplo sea tan costoso.