Opinión
Con perdón de la palabra

Chesterton

Que yo sepa, el único argentino que vio personalmente a Gilbert K. Chesterton fue el Padre Leonardo Castellani. Ello ocurrió cuando el sacerdote subía por la escalinata central de la Basílica de San Pedro y alguien lo señaló diciendo aproximadamente: ``Ese que va ahí es el escritor más importante del pensamiento católico actual''.­

Delante de Castellani ascendía la escalinata un hombre inmenso, de revuelta melena blanca y bigote hirsuto que iba del brazo de una mujer pequeña, que resultaría ser su esposa .­

Y quien informaba a Castellani no se equivocaba pues, casi con seguridad. Gilbert ha sido el más destacado hombre de letras del pensamiento católico contemporáneo.­

No analizaré aquí su obra literaria, pues hacerlo requeriría contar­

con un espacio muy superior al de una escueta nota periodística. Me reduciré a destacar las formidables aventuras del Padre Brown y su eterno rival, el ladrón francés Flambeau. Aunque, desde luego, la obra de Chesterton incluya materias mucho más serias.­

Chesterton amaba su país, Inglaterra, particularmente bajo sus facetas más populares. Sus personajes suelen ser gente del pueblo inglés, amigos de los refranes y bebedores de cerveza. Como Chesterton. Sublima los paisajes británicos, describiendo atardeceres rojizos, bosques sombríos, estrechas callejuelas.­

Y se lo puede considerar el Emperador de la Paradoja

Era amigo y enemigo de Bernard Shaw. Amigo porque mantenía con él una relación cordial. Enemigo porque las ideas de uno y otro discrepaban totalmente.­

Un par de anécdotas para cerrar esta nota. Cuando inició su viaje de luna de miel compró un revólver, por si tenía que defender el honor de su mujer.

Segunda anécdota: Chesterton era muy despistado y frecuentemente, se­

veía precisado a enviar un telegrama a su mujer diciendo: ``Estoy en tal parte. ¿Dónde debería estar?''.

Lo más frecuente era que su mujer le respondiera por la misma vía: No te preocupes, regresa a casa.­

¡Qué no daría para conseguir que el pensamiento católico de nuestros días contara con una figura del calibre de don Gilbert!­