El idioma que hablan mis alumnos está compuesto por varios préstamos del lunfardo. Es bien conocida la influencia de la jerga porteña en generaciones de hablantes de toda la extensión de nuestro país. Los centenials no constituyen una excepción. Siguen utilizando las clásicas “bondi”, “mina”, “guita”, etc. Sorprende el uso que hacen de la voz “chapar” (por besar), en ocasiones substituida por los curiosos verbos “agarrar” o “comer”. Como no son conocedores expertos del argot popular, alguna vez hemos trabajado en clase ese precioso compendio léxico titulado “Milonga lunfarda” y les sorprendió encontrar allí la palabra “chabón” (que también sigue en plena forma), además de la acepción ofrecida por Edmundo Rivero, del vocablo chapar: “si te conviene, agarrar lo que está hecho”.
Se dijo en columnas anteriores. Entre las debilidades más notorias de los hablantes jóvenes se destaca el acotado espectro de adjetivación. En lugar de “gran” dicen “alto” (“alto recital”, “alto guiso” o “altas llantas”, por zapatillas); “super” (como prefijo) o “súper” (como adjetivo invariable). Ejemplo: “Anoche la pasamos super bien” o “¡Súper!”, para clausurar una interlocución. En lugar del otrora juvenil vocativo “loco” gastan el “boludo” desprovisto ya de toda carga ofensiva. Se observa un erosionado uso de “espectacular” o “groso”. Cuando un individuo es sospechoso o fraudulento ya no dicen “trucho” sino “turbio” (“sultano es un turbio”) o simplemente la palabra “turbio”, como un subtítulo de clausura a lo dicho por otro hablante.
El diccionario de los jóvenes no se caracteriza por la búsqueda de matices. Hay, por defecto, cierta tendencia a lo magnánimo, a la exageración. Todo es “muy” o “mucho”. Proliferan los sufijos aumentativos (“planazo”) y los adverbios “absolutamente” y “totalmente”. Casi todo es para ellos “obvio”, aun lo que no lo es tanto. En los comentarios de las redes sociales se lee a veces “te quiero demasiado”, una singular declaración muy difundida entre adolescentes.
La profecía que suponía --allá a comienzos del 2000-- que “la escritura de los celulares” contaminaría el registro con el que se escribe en universidades y trabajos se ha vuelto realidad. Los mensajes de texto, los sistemas de mensajería (Messenger, ICQ, etc.), las configuraciones gramaticales extranjeras de algunos teclados y sistemas operativos (como Apple) y el whatsapp y las redes sociales… Todos ellos se han encargado de desplazar la corrección lingüística y han acabado por “jubilar la ortografía”. Los jóvenes ya no utilizan signos de apertura en exclamaciones o interrogaciones. En algunos casos, en correos electrónicos (y muchas veces, hasta en exámenes) tampoco emplean mayúscula después de un punto. El “porqué” es “xq”, el “que” es “q”. Escriben como resumen o como toman nota y hablan como “chatean” (del inglés, chat: charla). Pero tampoco, porque casi no utilizan este verbo. Muchas veces al referirse a un “whatsappeo” con alguien dicen “le hablé” y no “le escribí” y ello los delata porque más allá de su denominación de origen, ese chateo informal no deja de ser una escritura. Ese problema de adecuación o la falta de conciencia en el lenguaje los lleva a trasladar el idioma del chateo a la escritura formal. O quizás no se trate de un error. Tal vez de verdad desearían poder “hablar” y “decir” cuando escriben. Pero por alguna razón, cuando abren la boca se quedan en un balbuceo. Es la lengua: cuando no se la cuida le salen callos. Y se traba.