Opinión
El latido de la cultura

Callos en la lengua (III)

Podrían ser tus nietos. Podrían ser mis hijos. Pero son mis alumnos. Tienen entre dieciocho y veinticinco años. Al mercado y quizás a algunos sociólogos se les  ocurrió llamarlos “centúricos” (del inglés, centennials). Son la Generación “Z”, nacida entre mediados de los noventa y la primera mitad de la primera década del nuevo milenio. Son los hermanos menores de los millenials, la generación a la cual técnicamente pertenezco. Aman “lo retro” y ese estilo vulgarmente pretencioso llamado kitsch. Al decir del ensayista inglés Simon Reynolds, sienten una singular nostalgia por el pasado reciente. Escuchan una música pop disfrazada de rock. Ignoran que, como cultura, el rock murió hace cincuenta años. Pero si algo no les gusta es que los cataloguen. 

Odian la teoría, los rótulos, por eso todo el tiempo están desmarcándose. Profesan sin embargo una singular devoción por “los noventa”, década que consideran “mítica”. A mi generación le “tomaron prestada” las series de TV, las ropas ligeramente desgastadas, las camperas de esquí, los colores fluorescentes, los jeans rotos y las camisas hawaianas y “multi-étnicas”. Nos robaron parte del tesoro visual que nosotros, a su vez, le habíamos robado a nuestros padres. Una constante de la historia de la moda es el reciclaje, la resignificación. Ello explica que muchas de estas tendencias hayan regresado --a caballo de la llamada “retromanía”-- pero ligeramente modificadas. Se enojan cuando les marco estos aspectos. Me miran con cara de ladrón que roba a ladrón. 

No les gusta pasar por poco originales. Sin embargo, lo son (¿quién no?). Artesanos de la síntesis, eso sí, son millenials mejorados, (“mañana es mejor”, canta  Spinetta, uno de los dioses de su panteón).

Son muy jóvenes, no han visto todo. Pero tampoco son enciclopédicos ni documentalistas. Desconocen las palabras Britannica o Hispánica: su enciclopedia es wikipedia. A riesgo de generalizar me atrevo a decir que dos rasgos distintivos  de muchos millenials son la abulia y el desencanto. Ello deterioró la curiosidad de toda una generación. Y la curiosidad es el combustible de la creatividad, considerada el nuevo metal precioso del mercado laboral. Ellos nacieron en la era del “informacionalismo”, en medio de la revolución digital. Cualquier canción, cualquier libro, YA, a un click de distancia. 

Pareciera que hablan un raro dialecto, telegráfico y elíptico, influido por cómo escriben en WhatsApp y en los comentarios de las redes sociales. La Dra. Patricia Nigro (especialista en Ciencias del Lenguaje), me explica que no es que hablen mal, sino que es una cuestión de épocas, de cronolectos. Y remarca la diferencia del uso de ciertos términos en la oralidad y en la escritura, en el ámbito vernáculo y el formal.  “Algunas de las palabras que usan perdurarán, otras no. Es un asunto de la pragmática, no de la gramática”, afirma. 

A sabiendas de que dejaremos algunos ejemplos para la próxima y última entrega de esta serie de notas, veamos algunos de ellos. Al decir “literal” o “real” para subrayar una idea o frase, están tomando parte de un enunciado (“lo que te cuento es real” o “tal cosa sucedió realmente”) y lo estampan durante una conversación para clausurar una interlocución. El empleo de estas palabras me recuerda al golpe de un pesado sello de tinta estampado sobre lo que el otro dijo. “Archívese” o “clasificado”, como se leía en las carpetas secretas del cine de espionaje. Word dicen algunas comunidades de hablantes en Norteamérica para dar su palabra de honor.