Brasil campeón del mundo. Hacía ocho largos y tortuosos años que los torcedores tenían esas palabras atragantadas. Se habían ilusionado con pronunciarlas el 16 de julio de 1950, pero la hazaña de los uruguayos que quedó en la historia como El Maracanazo sumió a todo un país en la decepción. En 1958 esa frustración quedó en el pasado cuando el seleccionado que dirigía Vicente Feola hizo realidad el título tan esperado gracias a la fantástica irrupción de Pelé y Garrincha, dos jóvenes que pusieron el mundo a sus pies.
Pelé era un adolescente de 17 años cuando llegó a Suecia para jugar el Mundial. Garrincha, a los 24, causaba dudas en el cuerpo técnico. Feola los mantenía al margen del equipo titular. Para el fenómeno del Santos tenía la excusa de una lesión en una rodilla. En el caso del excepcional puntero derecho del Botafogo se valía del consejo profesional del psicólogo Joao Carvalahaes, quien dudaba de la estabilidad mental del jugador. Decía, literalmente, que “tenía botellas en vez de sesos en la cabeza”.
Los primeros pasos del seleccionado verdiamarillo por la Copa del Mundo no satisfacían a los hinchas brasileños. Tampoco a los referentes del plantel. Entonces, el capitán Belllini, Didí y Nilton Santos enfrentaron al entrenador y le exigieron que les hiciera lugar en la formación titular a Pelé y Garrincha. Feola, un hombre tranquilo y conciliador que evitaba los conflictos, aceptó. “Voy hacer lo que ustedes piden porque si ganamos o perdemos ustedes van a quedar como responsables”, fue su única respuesta.
Con sus dos genios en acción, Brasil fue otro equipo. Derrotó 2-0 a la Unión Soviética, 1-0 a Gales -con un golazo de Pelé- y 5-2 a Francia -otros tres tantos del futuro O´Rei- y se instaló en la final contra Suecia, el dueño de casa. El frío territorio escandinavo se llenó de calor con el fútbol de un seleccionado de un encanto irresistible por la clase de Didí, la magia de Pelé, la elegancia de Nilton Santos en la defensa, las gambetas de Garrincha y los goles de Vavá, el centrodelantero que parecía ser el complemento ideal para los desbordes del habilidoso puntero derecho.
DOS FUERZAS MUY DESPAREJAS
Suecia, dirigida técnicamente por el inglés George Raynor, había ganado una década antes la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Londres. De ese plantel todavía vestían la camiseta amarilla los mediocampistas Nils Liedholm y Gunnar Gren. Por supuesto los dueños de casa no tenían futbolistas de la jerarquía de sus rivales. En su andar pausado, ordenado y metódico, sobresalían la calidad de Gren -gran figura del Milan junto a Liedholm y su compatriota Gunnar Nordahl- y la velocidad y la potencia de los punteros Kurt Hamrin y Lennart Skoglund.
Sabedor de las virtudes suecas, Feola optó por modificar una alineación que se había afianzado con el correr los partidos. En lugar de De Sordi ingresó Djalma Santos para cubrir el flanco derecho de la defensa. Resignaba capacidad técnica para ganar firmeza.
Raynor era consciente del favoritismo de sus adversarios, pero se esforzaba por mantener el optimismo. “Si a los brasileños alguien les marca el primer gol, entrarán en pánico”, pronosticó. La fe era la único que se perdía…
Sus palabras parecieron tener la fuerza de una profecía, ya que antes de los cinco minutos de acción Agne Simonsson lanzó un pase para la entrada perfecta del capitán Liedholm, quien abrió la cuenta ante una no del todo eficiente reacción del arquero Gilmar. Quedaba mucho tiempo para saber si los hechos le darían la razón a Raynor.
El problema es que a las palabras se las lleva el viento y no bastaba con la buena voluntad que ponían los defensores para controlar a los peligrosos atacantes sudamericanos. De hecho, nadie fue capaz de descifrar las gambetas de Garrincha. El puntero tenía la pierna derecha seis centímetros más corta que la derecha y los pies desplazados hacia adentro, pero con la pelota en su poder era perfecto. Hizo un surco por la franja izquierda de la retaguardia sueca y sacó un fuerte centro al área que Vavá se encargó de transformar en el empate.
A los 9 minutos, el marcador estaba igualado y no había dudas de que Brasil no conocía el pánico. Garrincha contó que la noche anterior a la final había soñado con el primer gol. “Va a ser así: voy a dejar tres o cuatro suecos en el camino, después tiro un centro rasante y Vavá la empujará adentro”. Lo que no dijo el fantástico atacante era que esa acción se repetiría a la perfección poco después de la media hora del primer tiempo. Otro desborde imparable y una certera definición del atacante del Palmeiras.
Los escandinavos no tenían la fórmula para cerrarles los caminos a las huestes de Feola. Una y otra vez Vavá y Pelé llegaban a las cercanías del arco de Kalle Svensson. Suecia apenas se acercaba a Gilmar, pero tuvo una buena oportunidad para empatar cuando un cabezazo de Skoglund fue desviado sobre la línea por Zagallo, el mismo que en 1970 fue el técnico del maravilloso seleccionado que conquistó el tricampeonato en México.
CARNAVAL EN ESTOCOLMO
Así como el primer tiempo había tenido a Garrincha como protagonista principal, el segundo fue de Pelé. El puntero derecho asustó a la defensa local con un par de desbordes filosos como cuchillos y luego llegó el turno del futuro O´Rei del fútbol. Zagallo envió un centro. Pelé saltó, recibió la pelota con el pecho y la dirigió hacia su pie derecho. Hizo pasar el balón sobre la cabeza de dos defensores, fue a buscarlo y sometió a Svensson.
El domino de los de Feola era absoluto. Didí y Zito mandaban en el centro del campo. Djalma y Nilton Santos clausuraban a los cada vez menos incisivos Hamrin y Skoglund, Garrincha seguía haciendo estragos por la punta, Vavá y Pelé eran una amenaza constante. El carnaval de Río se había mudado a Estocolmo.
Pelé se quitó de encima a dos rivales y tiró al arco. La pelota rebotó en el defensor Orvar Bergmark y derivó en Didí, cuyo remate fue rechazado por el arquero. Entonces le tocó el turno a Zagallo, quien recibió el balón y estableció el 4-1 parcial. No solo Raynor se había equivocado, sino que Brasil no daba señales de estar decidido a abandonar su asedio contra la valla de Svensson.
Brasil, que patentó exitosamente el dibujo táctico 4-2-4 que la revolucionaria Hungría de 1954 había presentado en sociedad, se encontró con un inesperado descuento sueco. Simonsson quedó mano a mano con Gilmar y, a pesar de las protestas por una presunta posición adelantada, acercó a su equipo en el marcador.
Fue apenas un alivio para los decepcionados espectadores suecos que miraban desde las tribunas cómo su entusiasta equipo se mostraba impotente contra una fuerza futbolística tan superior como bella. Otra vez Brasil se lanzó con todo en ofensiva. Parecía no conformarse. Y faltando poco para el epílogo, Zagallo lanzó un centro por elevación que Pelé con un cabezazo transformó en el 5-2 final.
“Brasil es imposible de vencer”, admitió al término del partido Raynor. Tenía razón. De la mano de Pelé y Garrincha, los verdiamarillos -ese día vestidos de azul- acaban de iniciar su mágico reinado.
Suecia 2 - Brasil 5
Suecia: Kalle Svensson; Orvar Bergmark, Sven Axbom, Reino Börjesson, Bengt Gustavsson; Nils Liedholm, Sigge Parling, Gunnar Gren; Kurt Hamrin, Agne Simonsson, Lennart Skoglund. DT: George Raynor.
Brasil: Gilmar; Djalma Santos, Bellini, Orlando, Nilton Santos; Didi, Zito; Garrincha, Vavá, Pelé, Zagallo. DT: Vicente Feola.
Incidencias
Primer tiempo: 4m gol de Liedholm (S); 9m gol de Vavá (B); 32m gol de Vavá (B). Segundo tiempo: 10m gol de Pelé (B); 23m gol de Zagallo (B); 35m gol de Simonsson (S); 45m gol de Pelé (B).
Estadio: Rasunda (Estocolmo). Árbitro: Maurice Guigue, de Francia. Fecha: 28 de junio de 1958.