Suplemento Económico

Big Mac mata choripan

La cerril política monetaria del gobierno libertario deja cicatrices y condiciona, para bien y para mal, a la economía toda. El dólar barato o su contracara, el peso apreciado, genera una matriz en donde el sector productivo padece dificultades para exportar y competir, mientras fluyen las importaciones y los dólares se van fronteras afuera en la modalidad turismo.

De alguna manera la Argentina se repite en el dilema de siempre, en esto de si debe tener una moneda que le permita competir con otras naciones en la búsqueda de colocar sus productos en el mercado externo, blindándose a las importaciones masivas, o si debe fijar el tipo de cambio para contener la inflación y crear un escenario de estabilidad.

Un año después de haber asumido el gobierno, el equipo económico de Javier Milei ha optado por la segunda opción. Nada indica que vaya a cambiar la política de dólar en torno a los $1.000, en un equilibrio que aunque precario recrea ciertas condiciones de la Convertibilidad. Y, contra todas las sugerencias, el ritmo de las microdevaluaciones bajarán mensualmente hasta que cuaje una dinámica sin sobresaltos.

Como todas las veces en que Argentina se vuelve cara en dólares, nada termina bien. El ejemplo más cercano lo brinda el gobierno menemista y el esquema cambiario de 1-1, que llevó a los argentinos a viajar por el mundo y vestirse con ropa importada, mientras bajaban las persianas de las fábricas y el desempleo alcanzaba el 18%.

Las alarmas suenan y no es que el Gobierno no las escuche. Simplemente las ignora, convencido de que este es el rumbo para salir adelante, caiga quien caiga. El mercado se encargará, de acuerdo a la lógica de la Casa Rosada, de ordenar este país quebrado al que el kirchnerismo expandió en la faz estatal sin generar los recursos para sostener la estructura.

En la última semana quedó expuesto sobre la mesa el tema de la apreciación cambiaria tras la difusión del índice Big Mac, publicado por The Economist. Fue inventado en 1986 como un instrumento para cotejar la evolución de la cotización de las diferentes monedas del mundo, poniendo la lupa en cuáles estarían teóricamente sobrevaluadas o subvaluadas.

El esquema es simple y está basado en la teoría de la paridad del poder adquisitivo (PPA), que afirma que el tipo de cambio, en un contexto libre de intervenciones o regulaciones, debería tender a un nivel de equilibrio que “igualaría los precios de una cesta idéntica de bienes y servicios en dos países cualesquiera”. En este caso se toma como bien al Big Mac, ya que se trata de un producto elaborado con similares ingredientes y vendido en todo el mundo.

¿Y cuál fue el diagnóstico? En promedio, el Big Mac se comercializa en los Estados Unidos a u$s 5,79, mientras que en la Argentina cuesta $7.300, que al tipo de cambio oficial oscila los u$s 6,95. Es decir, ocupamos el segundo lugar en la lista, sólo superados por Suiza, donde el producto cuesta u$s 7,99.

El tercer lugar del podio fue ocupado por Uruguay, donde el Big Mac se paga a u$s 6,91. De acuerdo al informe de The Economist, sólo otras tres monedas están teóricamente sobrevaluadas frente al dólar estadounidense: la corona noruega (15,3%), el euro (2,3%) y el Colón de Costa Rica (1,9%). Por el contrario, Taiwán (58,8%), Indonesia (56,2%), India (54,8%), Egipto (53,6%) y Sudáfrica (52%) tienen los tipos de cambio más subvaluados.

 

INFLACION

Los economistas suelen repetir como un mantra aquella frase de que cuando un café cuesta en París tanto como en Buenos Aires, algo no está del todo bien en la economía. Entonces se palpita la devaluación, medida que la Argentina ha repetido hasta el hartazgo sin éxito alguno puesto que el movimiento exige reformas complementarias que nunca se ejecutan.

El presidente Javier Milei tiene algunos puntos inflexibles en su programa económico. El principal es que el superávit fiscal no se negocia y funge a manera de estandarte. Todo deberá, en consecuencia, acomodarse en torno a este principio. El otro es que, recorte del gasto mediante y sin emisión monetaria, la inflación no hará más que bajar. Algo de eso está ocurriendo.

El equipo económico, que ha decidido avalar el dólar barato -contra la política choripanesca de un peso más competitivo-, sabe que un movimiento de corrección en el tipo de cambio tendrá un inevitable coletazo sobre los precios. Y si hay algo que no piensan entregarle a los críticos es la idea de que el proceso inflacionario ha recobrado bríos.

De hecho, la Fundación Libertad y Progreso informó que registró para enero un aumento del 2% en la inflación, unos 0,7 puntos porcentuales por debajo del dato oficial de diciembre. Se trataría de la novena baja consecutiva y “refleja la solidez del proceso de desinflación”, rubrica el documento.

Por su parte, Camilo Tiscornia coincidió en la proyección y subrayó que se trata de la tasa de inflación más reducida en los últimos 53 meses y la más baja para un mes de enero desde el 2018. El panorama es por completo inesperado tras 13 meses de gestión libertaria, bien que el país tampoco es Disneylandia.

Ese logro, esa parábola descendente de la inflación, tampoco se toca. O, mejor dicho, no se ejecutará ninguna política que la altere. Los que apostaron por la devaluación, perdieron. Un ejemplo claro de esto es el sector del agro, donde las empresas Los Grobo, Agrofina y SanCor fueron a la quiebra. Algo salió mal en el diseño de la hoja de ruta para atravesar el año de un país que imaginaban a los saltos o, tal vez, dolarizado a un precio exorbitante.

Para sostener el dólar estable en torno a $1.000 y, en algún momento sacarse de encima el cepo cambiario, hacen falta más divisas. El esquema de reducción de retenciones a las exportaciones agrarias apura el proceso de liquidación de la cosecha en el primer semestre. Tal vez en el segundo, quién sabe, pueda llegar algún dinerillo del Fondo Monetario Internacional, gestión de Trump mediante.

 

CRECIMIENTO

La economía muestra signos de recuperación, aunque los economistas advierten que el fenómeno es sectorial, alertando acerca del peligro de que sólo salgan adelante por sus ventajas comparativas sectores muy específicos como hidrocarburos y minería, quedando relegado el sector productivo.

Por lo pronto, la semana pasada la Agencia de Recaudación y Control Aduanero (ARCA) informó que la recaudación pública experimentó un crecimiento real de 5,6% en enero, aun sin percibir los fondos que provenían del ya eliminado Impuesto País.

La gran pregunta es si además de los sectores que tienen un neto perfil exportador también reacciona el consumo interno, principal engranaje de la economía doméstica. “El IVA consumo crece más que la inflación, esto es mayor consumo. Ahora van a decir cualquier verdura para decir que no es así, pero dato mata relato. Ah, otra cosa, no se extraña la recaudación del Impuesto País, se bajan tributos y se recauda más”, argumentó el economista Salvador di Stéfano en su cuenta de la red social X.

Por ahora el crecimiento tiene ese inevitable rasgo de heterogeneidad sectorial. Mientras el yacimiento no convencional de Vaca Muerta está cerca de producir 1 millón de barriles de crudo diarios, la Construcción todavía está 15 puntos por debajo de noviembre de 2023, afectada por la parálisis de la obra pública.

El sector privado se mueve con cautela. De hecho, en enero el Índice Construya (IC), que mide la evolución de los volúmenes vendidos al sector privado de los productos para la construcción que fabrican las empresas que lo conforman, registró una baja de 4,14% mensual desestacionalizada, aunque resultó 3,30% superior al nivel de enero 2024.

Cualquier programa de gobierno será exitoso si la puesta en marcha de la economía viene acompañada por la creación de empleo genuino. En la actualidad el desempleo es del 6,9% y el trabajo no registrado alcanza el 36,7%.

Pese a este lento crecimiento diferenciado por sector y a que sólo los salarios de algunos rubros han mantenido su poder de compra, contrastando con el deterioro del resto de la sociedad, sorprende el escaso poder de fuego de la protesta.

Es más, según datos del Ministerio de Capital Humano, “el nivel de conflictividad laboral en el sector privado observado durante el segundo semestre de 2024 ha sido el más bajo de los últimos 19 años”. Y añade: “Se registraron 14 conflictos con paro en promedio por mes durante el segundo semestre de 2024, el menor número desde 2006. En comparación con el pico de 47 conflictos en 2014, esto representa una disminución del 71%”. En 2024 también se registraron 42.575 jornadas individuales no trabajadas por paros, una de las cifras más bajas de la serie histórica en contraste con las 180.000 jornadas de 2009.

El Gobierno liderado por el presidente Javier Milei ha elegido un camino y no duda en recorrerlo. Se consolidará este año el país del dólar barato y la apertura económica, refractario a las políticas de desarrollo del sector industrial. El Big Mac ha desplazado al choripán.