Política
DE QUE SE HABLA HOY

Badulaques entre bambalinas

Antiguamente, sucedía que ciertos monarcas confiaran a sus validos algunas de sus decisiones, delegando en ellos parte de su poder. El diccionario de nuestra lengua define al “valido” como: “hombre que, por tener la confianza de un alto personaje, ejercía el poder de éste”.

Los hubo de talento y valía, como lo fueron Richelieu y Mazarino en Francia, sucediendo también que, en otros casos, su mal desempeño casi les vale un linchamiento, como le sucedió a Godoy en la España de Carlos IV.

La institución del valido es pretérita. Repárese en que, al definir ese vocablo, el diccionario emplea el pasado del verbo ejercer. Dice que “ejercía” un poder que no era propio. Es que los validos fueron, por lo general, un producto de las monarquías absolutas, forma de gobierno que, al menos en Europa y en América y en la mayor parte del mundo, ya expiró.

Sin embargo, personajes de ese cuño han perdurado a la sombra de algunos de nuestros presidentes. Ello, pese a que el Poder Ejecutivo es, constitucionalmente, unipersonal. Cosa grave, pues quien ocupa ese cargo: “Es el jefe supremo de la Nación” (art. 99.1 Const. Nac.). Poder, por cierto, incompartible.

El caso de López Rega, valido con Perón y presidente de hecho con Isabel, es un ejemplo bien claro. Sin llegar a esos extremos, en época de Alfonsín, Nosiglia desplegó una buena cuota de autoridad en las sombras. Sombras que debió abandonar, por única vez en su vida, cuando asumió como ministro del Interior de ese presidente.

Más notorio – aunque tal vez no más gravitante – fue el ascendiente que tuvieron sus hijos y su secretario de Cultura, Lopérfido, sobre el presidente de la Rúa, a quienes se señaló como integrantes de una mesa chica en la que se tomaban decisiones.

Que se ha tratado de personas de distinto grado de incompetencia, lo prueba el mal final que tuvieron esos mandatos. E incompetente es, conforme al citado diccionario, el significado de badulaque

. Otra de cuyas acepciones es atolondrado, cosa en la que bien puede transformarse quien, sin ser responsable del poder, se encuentra deslumbrado por la cuota del mismo que se le ha conferido.

En la actualidad, parece innegable que Milei, cuando toma decisiones importantes, lo hace con el consejo o con la anuencia de su hermana Karina y de su asesor Santiago Caputo. Nunca ha desmentido que, con ellos, conforma lo que se ha dado en llamar “el triángulo de hierro” que ocuparía la cúspide del poder.

Y sucede que estas dos personas están lejos de ofrecer un perfil adecuado como para integrar ese triunvirato de facto. Karina, que suele ser llamada “El jefe” por su hermano, antes de volcarse a la política se dedicaba a la repostería, actividad no muy ligada al quehacer público. Y Caputo no es alguien que se haya destacado siquiera como estudiante de Ciencias Políticas, pues a los 38 años aún no ha terminado esa carrera.

Milei debería tener en cuenta que, si conserva aún un buen porcentaje de aceptación, ello se debe, más que a la baja de la inflación, al espanto que suscita la eventual resurrección de los K.

Por lo tanto, mejor sería que se rodee de un buen gabinete y que prescinda de asesores tan ajenos a sus votantes como incompetentes. Conservarlos, puede salirle muy caro.