No usaba una varita ni extraía conejos de una galera. Tampoco hacía aparecer una larga cadena de pañuelos de colores. Ni siquiera lograba que una moneda se perdiera en el aire o viajara sin que nadie lo notara de un lugar a otro. Así y todo, hacía magia. Luciana Aymar era mágica. Vestida con la camiseta celeste y blanca del Seleccionado argentino de hockey sobre césped, transportaba la bocha pegada a su palo con movimientos indescifrables. Pensándolo bien, el palo era lo más parecido a una varita. Sí, Aymar era mágica.
Se antoja imposible no pensar en Lucha -su apodo de siempre, aunque para muchos fuera La Maga-, como un símbolo de Las Leonas. Fue parte del histórico equipo que consiguió la medalla plateada en los Juegos Olímpicos de Sídney en 2000. En ese torneo el Seleccionado argentino recibió su bautismo triunfal a pesar de haber perdido la final contra la invencible Australia. Y allí estaba Aymar, todavía muy joven, aún en proceso de transformarse en la mejor jugadora de todos los tiempos.
Usaba el 8 en la espalda, pero jugaba de diez. Si en el fútbol Diego Maradona y Lionel Messi están parados uno al lado de otro en lo más alto del podio, en hockey ese sitio le pertenece a Aymar. En algún momento decían que era “la Maradona del hockey sobre césped”. Una simplificación absurda, aunque tal vez útil para que aquellos que no sabían demasiado de ese deporte entendieran quién era esa rosarina nacida el 10 de agosto de 1977.
Durante 16 años, la rosarina hizo gala de su habilidad con la camiseta celeste y blanca.
Aymar era como Maradona. Y también como Messi. Si Diego y La Pulga agotaron -seguramente por pereza periodística- todos los adjetivos posibles para describir lo que hacían en la cancha, Lucha logró exactamente lo mismo. Con gambetas impredecibles, frenos y enganches que dejaban con las piernas anudadas a las defensoras rivales y goles maravillosos, consiguió que no exista ser humano que se atreva a negar que fue la jugadora más destacada de la historia.
DE ROSARIO PARA EL MUNDO
El Club Atlético Fisherton, en su Rosario natal, le abrió las puertas a los 7 años. A los 13 se mudó al Jockey Club y si bien vistió la camiseta de Quilmes y de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires (GEBA) y actuó en el exterior (Rot Weiss Köln, de Alemania, y Real Club de Polo de Barcelona, en España), su carrera deportiva está teñida con el celeste y blanco de Las Leonas.
Su habilidad traspasó las fronteras argentinas y quedó asociada a los triunfos del Seleccionado. Su nombre y apellido están instalados universalmente como emblemas del equipo albiceleste. En eso también se emparenta con Maradona y con Messi. Y también con Luis Scola y Emanuel Ginóbili como símbolos de la emblemática Generación Dorada del básquetbol. Cuando Las Leonas se instalaron en el corazón del público de nuestro país con su gesta en Sídney, Lucha se convirtió en una de las banderas más representativas del deporte nacional.
Diego Maradona, uno de los más grandes del fútbol, con la mejor de la historia del hockey sobre césped.
Irrumpió en los seleccionados juveniles cuando el hockey era una comunidad pequeña y fue parte del proceso que desperdigó la semilla de ese deporte por la amplia geografía argentina. Al principio, era la joven talentosa a la que su timidez le impedía alzar la voz en un grupo de jugadoras experimentadas con referentes como Karina Massota, Magdalena Aicega, Gabriela Pando y Vanina Oneto. Más tarde, se erigió en líder y referente para las generaciones posteriores.
En 1998 se puso por primera vez la camiseta del Seleccionado y se despidió de ella en 2014. En esos 16 años inspiró a muchas niñas que soñaban con ser como ella. Más allá de las victorias, de los títulos y las medallas, el principal aporte de Aymar y sus compañeras fue, justamente, instalarse como modelos a seguir. Todas soñaban con las gambetas de Lucha, los goles de Soledad García, Oneto y Massota, la firmeza de Magui Aicega y Cecilia Rognoni y la personalidad de Mercedes Margalot entre tantos ejemplos nacidos en aquellos tiempos.
SIMPLEMENTE, LA MEJOR
Después de la inolvidable actuación del Seleccionado en los Juegos Olímpicos del 2000, el mundo del hockey supo que Argentina había dado el salto de calidad que venía amagando desde hacía un tiempo. Ya no se resignaba con el engañoso confort de un digno cuarto puesto. Apostaba a ganador. Y ganaba.
Aymar muestra con orgullo la medalla plateada conseguida en Londres 2012.
Si bien en Sídney la historia terminó en derrota a manos de Australia, la medalla plateada era un premio que cotizaba en valor oro. Fue el trampolín para lo que vino después. Fue el punto de partida de una imparable carrera hacia la gloria eterna. Aymar fue protagonista estelar de esa transformación. Aportó la cuota de habilidad que le otorgaba el toque de distinción al excelente equipo dirigido por Sergio Cachito Vigil.
Cachito fue moldeando a la joven talentosa hasta transformarla en una jugadora de equipo. La calidad al servicio del equipo. El toque de distinción lo aportaba esa mediocampista que, según su propia confesión, pasó de ser un tanto despreocupada en la cancha hasta desarrollar una concentración y una lectura de juego que le permitieron desentrañar todos los secretos de su deporte.
Con Aymar en las filas argentinas, los éxitos llegaron a raudales. Las Leonas se colgaron del cuello cuatro medallas olímpicas consecutivas: plata en Sídney 2000 y Londres 2012 y bronce en Atenas 2004 y Beijing 2008. También fueron campeonas del mundo en 2002 y 2010 y se subieron al tercer escalón del podio en las ediciones de 2006 y 2014. Se quedaron con los Champions Trophy de 2001, 2008, 2009, 2010, 2012 y 2014 y se bañaron con el oro panamericano en 1999, 2003 y 2007. Esa espectacular cosecha tuvo, desde 2009, a Lucha como capitana del equipo. Alrededor suyo fueron madurando las leoncitas que todavía hoy rugen con intensidad.
Se llevó todos los aplausos el día de su despedida del Seleccionado argentino, en 2014.
No puede ser cierto que la historia la escriben solo los que ganan. Pero Aymar y Las Leonas ganaron mucho. Y, por supuesto escribieron la historia. Tampoco es verdad que los números gobiernan al mundo, pero ayudan a cuantificar ciertas cuestiones: en sus 16 años con el Seleccionado, la rosarina jugó 376 partidos y anotó 162 goles. Son muchos, muchísimos. Las gambetas y las jugadas maravillosas, en cambio, resultan incontables.
Por si fuera poco, la rosarina fue elegida ocho veces mejor jugadora del mundo. Si todos se ponen de pie para aplaudir a Messi por sus ocho Balones de Oro, cómo no hacerlo también con Lucha. Pero eso no es todo, en 2008 la nombraron Leyenda del hockey. La sola mención de esa palabra brinda una noción de su dimensión como deportista. Porque, es verdad, Luciana Aymar era una deportista, aunque en la cancha hiciera magia.