Por Julio C. Borda *
Don Nicolás Avellaneda es tal vez, una de los mayores estadistas que haya dado nuestro país. Fue el Presidente más joven de la historia patria, pues cuando asumió la Primera Magistratura tenía solamente 36 años de edad.
Don Nicolás fue educador, talentoso periodista, destacado escritor; el estudioso De Gandía dice de él que Avellaneda, como otros hombres de su tiempo, era un lector ferviente y un prosista elegante y luminoso. Su pensamiento es siempre nítido y rico.
Desde muy joven comenzó su actividad pública, la que fue tan vasta que resulta imposible volcarla en el presente artículo. Es que toda su trayectoria política, económica y cultural fue brillante. Por eso nos hemos de referir exclusivamente a su labor en el campo de la educación, que cambió para bien el destino del país.
Al comenzar Sarmiento su presidencia y luego de haber sido Ministro de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires durante el mandato de Adolfo Alsina, el sanjuanino nombra a Avellaneda en el Ministerio Instrucción Pública, ocupándolo durante cinco años. La política educativa que llevó a cabo jugó un papel decisivo y preponderante para el futuro de la nación. Nada dejó al azar pues se encargó de la formación de maestros, de la creación de nuevas escuelas fomentando además la enseñanza escolar en el interior del país, cuya educación dejaba mucho que desear. Así es que en las provincias de Catamarca y Mendoza, los colegios crecieron en forma sorprendente como así también la cantidad de alumnos que se inscribían en ellos; La Rioja, por ejemplo, llegó a tener 58 escuelas con 4.000 alumnos aproximadamente.
Pero no sólo Avellaneda se encargó de la creación de nuevas escuelas, pues también fundó los primeros institutos donde se estudiaba agronomía. En Córdoba se encargó de fundar un observatorio de Astronomía como así también la Academia de Ciencias Físicas y Matemáticas que estuvo a cargo del destacado científico alemán Germán Burmeister, un hombre por el que Sarmiento y Avellaneda sentían un enorme afecto y no sólo desde el punto de vista científico, sino también desde el punto de vista humano.
Otra de las grandes iniciativas de Avellaneda durante su paso por el Ministerio, consistió en la creación de cien bibliotecas populares; de esta forma la gente podía acercarse a ellas para consultar todo tipo de materias a través de los libros que allí se encontraban.
La educación fue para Avellaneda una meta, un sendero por el cual la juventud debía atravesar para el bien de la Nación. En relación a ello, el investigador Octavio Amadeo señala que el combinado Sarmiento- Avellaneda, durante cinco años de gobierno, fue de una gran fuerza fecunda. Sarmiento daba con su nombre y su autoridad prestigio moral a la obra; pero la iniciativa concreta y la ejecución correspondía casi al joven ministro, quien pudo decir con verdad al referirse a su esfuerzo por la educación “es la página de honor de mi vida pública”-
De modo tal modo que, como se puede ver, la labor educativa de Avellaneda fue inmensa, como así también la que realizó durante la época en que ocupó la Primera Magistratura.
Estimaba que era de suma trascendencia el estudio y la actividad educativa, pues de ello dependía la grandeza de un país, y en este sentido el Ministro de Instrucción Pública de Sarmiento no se cruzó de brazos pues luchó en forma incansable para que la educación creciera en todas las provincias.
Lamentablemente muchos investigadores de nuestra historia, si bien reconocen lo hecho por Avellaneda en materia educacional, ven en Sarmiento al hombre que revolucionó el país en educación. A nuestro entender, no fue así; y si bien el gran desarrollo fue durante la Presidencia del sanjuanino, lo cierto es que el gran impulsor fue Nicolás Avellaneda.
Como bien señala el tucumano en una memoria presentada al Congreso en mayo de 1873:
"Bajo mi ministerio se dobló el número de los colegios, se fundaron las bibliotecas populares, los grandes establecimientos científicos como el Observatorio, se dio plan y organización a los sistemas escolares y provincias que encontré, como La Rioja, sin una escuela y sin un alumno llevaron tres mil o cuatro mil a la formación del Censo".
"El cuadro que aparece en mi última Memoria presentada en mayo de 1873, es la página de honor de mi vida pública y la única a cuyo pie quiero consignar mi nombre".
Su admirable labor tanto en el campo de la educación, como así también en otras áreas, tuvo un gran efecto en el país, que por supuesto, sirvió para que creciera.
Con acierto señala un investigador de su vida, cuando dice que así como la obra de Colón, se sintetiza con la palabra “Descubrimiento”, la de San Martín con “Libertador”, la de Nicolás Avellaneda se sintetiza con la de “integración” porque él fue quien supo integrar geográfica, económica, social y culturalmente a la Nación Argentina, completando la obra de los próceres que lo precedieron.
Cuando Avellaneda asume el Ministerio, la tarea que le toca es muy difícil pues la educación era un tema que urgía resolver de un modo rotundo, pues los maestros escaseaban; por lo tanto había que ponerse en marcha para dar empuje a la labor docente y atraer así a todos aquellos que tuvieran una verdadera vocación de enseñar.
Para Avellaneda, el hecho de viajar al interior era de suma importancia, pues era fundamental que el vínculo con las provincias fuera más estrecho. Esa inquietud lo desvelaba pues no existía una firme relación de colaboración y amistad entre el Gobierno Nacional y los gobiernos provinciales, lo que disminuía la posibilidad de que la educación se extendiera por todo el país. Daba la impresión de que se trataba de Estados que no tenían nada en común, y esto por supuesto afectaba a la Nación. Es por ello que el tucumano intenta convencer a sus colegas del Gobierno que comiencen a levantarse de los apoltronados sillones de la Casa de Gobierno para trasladarse al Interior y entrar en contacto con su gente.
Por tal razón le escribe a Sarmiento lo siguiente:
"Sin esta comunicación con las poblaciones, sin el estudio directo de sus necesidades, sin el contacto con los hombres, no haremos un gobierno nacional. Apenas se sale de Buenos Aires, se siente uno transportado a una nueva atmósfera. Hay una República Argentina que está pronta a asomar. El sedentarismo en Buenos Aires, nos pondría en el peligro de divorciarnos con el espíritu de los pueblos".
El tucumano era un convencido de que sin educación, ningún país podía progresar ni desarrollarse como una gran nación. Y no le faltaba razón; es por tal razón que el orgullo que sentía en su espíritu por la labor educativa que venía realizando a través del Ministerio de Instrucción Pública, era enorme.
Basta señalar el impactante crecimiento de alumnos en las distintas provincias; según datos estadísticos publicados por Páez de La Torre en su prolija biografía sobre Avellaneda, por ejemplo, de 2.900 alumnos que había en Tucumán en 1870, se pasó a más de 5.000 estudiantes, en tanto que en la Provincia de Salta donde había alrededor de 2.400, llegó a tener 3.400 alumnos aproximadamente. Así también ocurrió en otras provincias como San Juan y La Rioja, donde el número de estudiantes creció sin prisa, pero sin pausa.
La Nación Argentina, contaba para esa época brillante con 1407 escuelas, lo que significaba aproximadamente un colegio por cada 13.000 habitantes un número que, aunque impactante, Avellaneda estaba dispuesto a que se acrecentara. Por lo tanto no había tiempo que perder pues urgía que la educación se metiera en los poros de los habitantes de la Nación.
Se entusiasmaba con el crecimiento de la educación en el Interior, no daba el brazo a torcer y su lucha para que ella llegara hasta los más recónditos lugares del país, no iba a cesar Por el contrario iba a mantener viva la llama de la educación, pues ningún obstáculo iba a frenar tan magna obra.
Decía que el movimiento educacionista sigue con fuerte impulso su camino, habiendo llegado hasta las provincias más apartadas de la República.
Una obra enorme, admirable que nace del empuje y de la insistencia del futuro Presidente de la Nación; su meta será la de educar, la de transmitir a los habitantes de la Argentina los conocimientos suficientes para hacer frente a una vida más digna a través del estudio, de la investigación y de la cultura en general. Una meta que para el tucumano no era algo imposible de alcanzar. Bastaba con la voluntad de aquellos que tenían vocación para la enseñanza a que se animaran a difundir su experiencia, sus conocimientos al servicio de un pueblo que necesitaba de sus hijos para crecer y vincularse con el mundo.
Esta inquietud por la educación siguió siendo primordial para él, cuando asume como Presidente de la Nación en 1874, nombrando a Onésimo Leguizamón como su ministro de Educación, quien se convierte en continuador de esa enorme misión.
Avellaneda, un hombre que merecer ser reconocido y recordado por su enorme labor civilizadora.
* Abogado e historiador, miembro de la Academia Browniana.