Hace sesenta años, el 12 de octubre de 1963 asumió la presidencia de la República el doctor Arturo Umberto Illia para dar comienzo a un gobierno lamentablemente breve y ejemplar. Se vio interrumpido en 1966 por un golpe militar con colaboración civil y en especial sindical. Una acción desestabilizadora persistente instaló la idea del presidente viejo y decrépito y de una administración lenta e inoperante. Todas falacias absolutas.
Illia fue un hombre de partido, radical hasta la médula que se había fogueado políticamente en la Córdoba que fue cuna del reformismo universitario y en las luchas cívicas de la UCR mediterránea que capitaneaba Amadeo Sabattini y que le ganó limpiamente a los conservadores en plena Década Infame, liberando para siempre a la provincia del fraude en que éstos la tenían sumida como al resto de la República. Illia fue senador provincial y vicegobernador de la gestión progresista de Santiago del Castillo, otro gran referente del radicalismo cordobés.
En el apogeo peronista, Illia llegó como diputado al Congreso para incorporarse a la legendaria bancada radical de los 44 que presidía Balbín y vicepresidía Frondizi (siendo amigo de ambos aún luego de las discrepancias que los llevaron a la división partidaria) y, ya convertido en referente nacional insoslayable del radicalismo, fue elegido gobernador de Córdoba en 1962 aunque no pudo asumir por la anulación de los comicios que precedió a la destitución del gobierno constitucional de entonces.
Su candidatura a presidente de 1963 fue la jugada magistral de Balbín y el radicalismo del pueblo para asegurar un triunfo que podría escapársele a manos de los candidatos del continuismo como el general Aramburu o el Frente que los militares azules tejieron con el peronismo. Illia y la UCRP ganaron legítima y limpiamente las elecciones del 7 de julio de ese año y de acuerdo al régimen electoral consagrado por la Constitución Nacional de 1853 obtuvieron la mayoría absoluta de los votos de los colegios electorales. Nunca existió el mal llamado "pecado de ilegitimidad" difundido por el sindicalismo peronista, el periodismo desestabilizador y el poder económico concentrado para justificar el golpe. La proscripción del peronismo no fue tal, procuraron por todos los medios llegar a la elección de 1963 con un candidato consensuado con los militares (que incluyó al mismísimo Onganía como alternativa) y cuando se les cayó la negociación con los militares azules y el ministro Rodolfo Martínez para consagrar un candidato (el conservador Vicente Solano Lima), finalmente Peron mandó a votar en blanco obteniendo un magro resultado, inferior al 20% que fue superado por Illia que obtuvo más del 25% que se elevaba al 32 % de los votos afirmativos válidos (exceptuando el voto en blanco y nulo).
Illia fue un presidente ejemplar, mal que les pese a los militares que lo derrocaron en concupiscente pacto con sindicalistas corruptos, periodistas ganapanes al servicio de intereses económicos .
Algunos comunicadores y muchos políticos incluso de su propio partido se limitaron a señalar que Illia era manso, bondadoso, honrado y respetuoso de las formas democráticas.
Opacaban así las verdaderas condiciones de estadista que enmarcan la gigantesca personalidad de ese gran hombre que presidió el país por apenas mil días.
Durante su gobierno impulsó un fuerte proceso de nacionalismo económico (anulación de contratos petroleros lesivos de la soberanía nacional, Ley de Medicamentos) y planificación indicativa, la defensa de los intereses de los sectores populares asalariados (Ley del Salario mínimo, vital y móvil, mayor participación en la distribución de la renta nacional), la mayor inversión presupuestaria en educación, ciencia y tecnología (25% del Presupuesto Nacional) y una política exterior de firme contenido antiimperialista, americanista y de autodeterminación de los pueblos. Fue entonces que se logró el máximo éxito diplomático respecto del reclamo sobre la soberanía argentina en las Islas Malvinas a través de la Resolución 2065 de la ONU que imponía a Gran Bretaña el diálogo bilateral que hubiera significado a mediano o largo plazo la recuperación pacífica del archipiélago. Todo esto dentro del marco de la plena vigencia del régimen constitucional, incluyendo todas las libertades civiles y políticas, aún para el peronismo al que los militares de 1955 habían proscripto y al que Illia cumpliendo su promesa rehabilitó electoralmente. La simple constatación de datos disponibles en la Memoria del Banco Central correspondiente al período 1960/1970 son suficientes para comprobar que Illia presidió uno de las mejores administraciones argentinas del siglo XX.
Acaba de publicarse un libro extraordinario de la prestigiosa historiadora María Sáenz Quesada "1966. De Illia a Onganía. El prolífico de la Argentina violenta" (Editorial Sudamericana). Su lectura es imprescindible para comprender no sin nostalgia que pocas veces la Argentina se encontró como en el gobierno de Illia en la antesala de un sostenido y virtuoso desarrollo socioeconómico en un marco de vigencia de las instituciones democráticas y las libertades, y que sacrificó esa notable oportunidad internándose en una incierta aventura que en pocos años abrió las puertas a uno de los ciclos más dramáticos y decadentes del país cuyas consecuencias aún padecemos.
* Presidente del Instituto Nacional Yrigoyeneano.