Es el día de la Inmaculada concepción, fiesta religiosa que en nuestros lares se une a otra calladamente pagana, el armado del árbol de navidad. Ese árbol nacido en tiempos precristianos y presumiblemente derivado del "Yggdrasil", el árbol de la vida de los nórdicos, al cual hemos unido otro ritual, que cerrará su ciclo en otro ritual, que también hemos adoptado de lejanos orígenes, el día de los Reyes sabios o Magos. Estas celebraciones nos confrontan a la evidencia de otro año que termina u otro que comienza y así, en esta dualidad, entre creencias y mitos, oficiales y oficializados, y la de cierre y comienzo, se establece inevitablemente otra: la de balances y esperanzas.
El eje de todo este periodo, en sus tradiciones, especialmente en su vivencia, la integración entre lo nuevo, lo pasado, lo vivido y lo que se espera. Por eso el árbol como axis mundo. En ese periodo queda en evidencia el paso del tiempo, ya no hay otro mes en este año. En alguna medida ya no hay un futuro sobre el cual planificar o postergar nuestros proyectos. Nuestro "yo" no tiene más espacio, al menos en el calendario, para donde ser eyectado. Todo es ya, ahora y aquí, y antes de cerrar la puerta damos una mirada, tratando de entender cómo llegamos a ese lugar en el que estamos, que pasó y que nos pasó, si fuimos actores o meros espectadores.
Es la época donde ese año se ve agolpado ante esa puerta, ese pasaje de nivel, mientras armamos el árbol de la vida a la espera que lleguen los reyes que vendrán con sus presentes exóticos, con su magia o rogamos por ambas. De alguna manera volvemos a recodar que somos niños y necesitamos que a esa realidad la asista algo de magia, de fantasía, para sobrellevar el presente, a veces tan duro que de manera comprensible hacen de diciembre también un mes donde el malestar no tiene otra escapatoria. Otra dualidad, la época de felicidad se transforma según las épocas en época de pena, ya que a veces indefectiblemente el balance que no queremos hacer se presenta solo.
La realidad es que el que será tristemente célebre 2020 comienza su despedida, y ya empezamos a temer las novedades que nos pueda traer de último momento, un año que empezó colectivamente y mediáticamente, ese lugar que poblamos de manera cada vez más constante, casi nuestro hogar, con la muerte de un joven y por el momento termina con la muerte de uno de los ídolos máximos, indefectiblemente también portador de las amplias ambivalencias de su vida, espejo de las de nuestra sociedad y particularmente de este año.
Un año en el que aprendimos a vivir con algo que no teníamos ninguna herramienta emocional o psíquica, una pandemia y lo que es más, una cuarentena eterna.
Quizás sea necesario más que nunca emplear estas últimas semanas para realizar un profundo balance, así como dejar planteos parciales que nos impiden ver la imagen completa, ¿qué pasó este año, que significó, qué costos pagamos, pero especialmente, estarán aquellos en los cuales hemos delegado ese poder deseosos de devolvernos nuestra libertad, el no ceder a la tentación de semejante poder? Los tiempos que se avecinan nos están demostrando su cualidad dual, de crisis y oportunidad, de Eros y de Tanatos, pero especialmente nuestra posibilidad de reivindicarnos como individuos... o no.