Opinión
El rincón de los sensatos
Argentina: ¿una democracia sin demócratas?
Aquellas cosas que se dijeron como “viva el cáncer” o “cinco por uno” o “viva Cristo Rey” mientras se descargaban toneladas de explosivos sobre civiles de a pie, nos recuerdan lo peor de una época. Y si bien se escuchó, años más tarde: “este viejo adversario despide a un amigo”, no alcanzó para frenar la apología a la violencia de “jóvenes entusiastas” y menos, la perversa represión estatal de los años setenta.
Hubo que esperar a 1983 para que, casi sin proponérselo, la sociedad argentina firmara un tácito compromiso democrático y pluralista para vivir en paz. Así Antonio Cafiero acompañó a Raúl Alfonsín en las sublevaciones carapintadas y este visitó a Carlos Menem cuando tuvo un problema de salud y Menem concurrió al hospital a ver a un antiguo enemigo que se encontraba internado: el almirante Isaac Francisco Rojas.
Sin embargo, estas actitudes de respeto y tolerancia, dignas de una auténtica gente de bien, comenzaron a desvanecerse en los inicios del siglo XXI. Ante la muerte de un expresidente, en 2010, se escucharon expresiones de algarabía en los barrios más acomodados de Buenos Aires o, la que hacía de jefa del principal partido de la oposición, guardo silencio y no condenó el intento de magnicidio de la vicepresidente de la Nación en 2022. Así las cosas, la última campaña electoral inició un estilo político basado en el insulto al que piensa distinto; la obsesión por ciertas cuestiones anales y de la morfología de los mandriles, como así modulaciones y frases incompatibles con la investidura de un jefe de Estado. Nada es un error y tampoco es casual.
FANATICOS INCENTIVADOS
El 28 de septiembre pasado, en el parque Lezama, algunos pocos miles de fanáticos fueron incentivados exitosamente a recordar a las madres de “los zurdos”. Lo mismo ocurrió en la localidad de San Miguel, días atrás, en un acto político de violentos individuos que se jactaron de ser una guardia pretoriana (raro esto en una república moderna, ¿no?) y vociferaron que constituían “el brazo armado” de un partido político en formación. Brazo armado y ningún funcionario judicial se interiorizó de qué se trata esto, seguramente siguiendo la conducta de los legisladores que cambian favores escondiéndose o votando exactamente lo contrario a su último voto sobre la misma cuestión, o los radicales que aún no organizaron un debido acto de desagravio urgente a la figura mancillada de Alfonsín, quedándose en timoratas palabras para, al parecer, no molestar al príncipe.
DESPUÉS DE LA GRAN GUERRA
Finalizada la Gran Guerra a fines de 1918, el Kaiser Guillermo huyó a Holanda y el gobierno provisional del socialdemócrata Friedrich Ebert, acompañado por otros dirigentes políticos tanto conservadores, como centristas y católicos, hicieron posible la discutida paz con los vencedores y un nuevo orden jurídico-político que conocemos como el de la República de Weimar. Con una constitución moderna que estableció una república federal con clara división de poderes, aunque con un Ejecutivo fuerte, derechos laborales y electorales, derecho a la educación y a la libre asociación, en una palabra, los “derechos de segunda generación” que caracterizarán posteriormente el “estado de bienestar” del pasado siglo XX, la nueva Alemania republicana empezó a andar.
Pero los antiguos monárquicos no fueron ganados para la causa; tampoco la extrema izquierda obnubilada por la experiencia de la revolución bolchevique y mucho menos la extrema derecha, que se expresó en varias facciones, integrada por exsoldados, desocupados, excluidos y diversos tipos de lúmpenes. A esto, si le sumamos las leoninas condiciones que el Tratado de Versalles le impuso a Alemania y el quiebre de la economía, por efecto de la guerra y que se manifestó en una hiperinflación jamás vista, concluimos en un panorama aterrador.
El sector de extrema derecha que mejor supo sacar ventaja del desastre fueron los nazis, que utilizaron favorablemente el carisma de un frustrado estudiante de dibujo y cabo del ejército imperial: el histriónico Adolf Hitler. Por otra parte, los nazis fueron sustancialmente hábiles en el uso de la propaganda basada en la mentira y en ofrecer un futuro extraordinario y grandioso para los frustrados alemanes.
Claro que las mencionadas cuestiones no son las únicas condiciones que explican el triunfo de los nazis, que no llegaron por medio de un golpe de Estado como los bolcheviques en Rusia, sino por los votos. Los nazis se hicieron del poder por los votos, y como no les alcanzaban los propios para formar gobierno, sí lo lograron cuando el nacionalista y antisemita Partido Nacional del Pueblo Alemán y el católico y de clase media Partido del Centro les transmitieron los suyos.
La hiperinflación, el desencanto de la paz, el desempleo, el miedo a perder lo poco que tenían, los resentimientos de todo tipo y el descreimiento de los valores republicanos, le hizo decir al notable historiador norteamericano de la Universidad de Maryland: Jeffrey Herf que la república de Weimar era una “república sin republicanos”. Ni una pieza constitucional de fuste, ni los acuerdos políticos difíciles pero posibles en el marco del pluralismo, ni la recuperación económica de mediados de los años veinte de la mano del canciller del presidente Ebert, Gustavo Stresemann, ni los altos niveles de instrucción de los alemanes, convencieron a estos para seguir el camino de la moderación y la cordura. En 1933 ya fue tarde y como explica otro destacado historiador, también estadounidense, Peter Fritzsche, de la Universidad de Illinois, los alemanes se convirtieron en nazis.
Toda comparación mecánica es errónea y por sobre todas las cosas, la historia no se repite (además de que el nazismo fue un fenómeno complejo y serio). Pero sí y sin abusar, ciertas analogías forzadas pueden permitirnos reflexionar y desear que nunca la democracia de los argentinos, sea una sin demócratas.