Como en las películas de Freddy Krueger, la historia nacional se repite cada vez con más frecuencia y truculencia, y cada vez resulta más inverosímil y dramática. Los viejos monstruos resucitan, vuelven con otras caras e iguales intenciones, las situaciones son las mismas, agravadas por el odio y el deseo de venganza. Notas escritas hace 30, 40 años, se podrían republicar hoy sin perder actualidad sólo con pequeños cambios de estilo y de referencias. Argentina está anclada en el pasado, condenada a repetir eternamente su pesadilla circular. El día de la marmota, dicen algunos. ¿O de los marmotas? – diría algún arrabalero.
Era sabido que el tercer gobierno de la señora de Kirchner sería otra vez de terror. Que su nuevo mandato conservaría los rasgos previos de corrupción, impericia, irresponsabilidad, precariedad, obsecuencia, entrega de valores nacionales y sobrerreacciones de sainete. Este mandato tiene un matiz distinto porque la líder peronista ha elegido el papel de directora de la obra de teatro. Un sacrificio a su vocación protagónica en aras de un mejor espectáculo.
Lo que ahora se refuerza es la vocación de continuidad en su heredero, su alter ego en la Cámara de Diputados, e impulsor de discutibles iniciativas. Además de la vocación de eternidad que el delfinazgo representa, la señal de continuidad de la pesadilla kirchnerista justifica largamente el endurecimiento de los bonistas, que saben que lo peor que les puede pasar es que los bonos que reciban en canje deban ser pagados por un Kirchner. Por eso la disputa de estos días no es sólo por el Valor presente de esos papeles, sino por el endurecimiento de las cláusulas para evitar la bicicleta nacional. Faltan minutos para que el FMI haga saber de algún modo que un default declarado impedirá cualquier facilidad extendida u otro dibujo.
También es notorio que la señora Fernández persigue una combinación de venganza, impunidad y reivindicaciones personales, tres objetivos que no merece obtener, pero que movilizan su obsesión al grado de descontrol, que es evidente y que crispa a la república. Sobre todo, cuando quiere cambiar la justicia y la ley creyendo que los delitos previos se borran con acciones futuras que cambien las tipificaciones y las carátulas. La carátula del juicio moral no se cambia. Esas características de la dueña del poder se pusieron en evidencia en la intervención y expropiación del grupo Vicentin, un buen ejemplo de lo que ha afirmado hasta aquí la columna. Todo un compendio de ignorancia técnica y legal, y también de infantil desconocimiento de las consecuencias económicas de estos caprichos, a menos que no se trate de caprichos sino de planificación deliberada de juicios perdidos, como ocurrió en el caso de YPF. El peronismo no toma decisiones por una única razón.
Ayer el juez del Concurso, que seguramente releyó la Constitución siguiendo el consejo que el profesor Fernández descerrajó sin tino sobre una periodista seria y respetada, simplemente hizo lo que debía y declaró que los interventores serían meros veedores. Habrá que ver si la obcecación lleva a insistir con una expropiación igualmente ilegal y conflictiva que dañará los intereses de los acreedores, pese al relato. ¿O será otro lucrativo juicio? Por ahora cabe aquél grito de esperanza: “hay un juez en Berlín”.
Pero el daño colateral ya estaba hecho. Cristina Kirchner confirmó de un plumazo dos miedos que no necesitaban confirmarse: ella es la jefa del gobierno. Y está en contra del campo, de la exportación, de los privados y de las empresas extranjeras. Semejante constatación no sólo alborotó a los bonistas, ya bastante alborotados, sino que aleja por muchos años cualquier sueño -ya alejado- de cualquier inversión o nuevo crédito. Freddy no lo habría hecho mejor.
Ayer Latam, pese a la desesperada reacción del gobierno, confirmó que su decisión de huir es irreversible. El sabotaje de Pablo Biró, el seudo sindicalista propietario de Aerolíneas Argentinas y del espacio aéreo nacional, fue una vez más exitoso y ayer logró perder el solo 1700 empleos. Otro personaje digno de Hollywood.
Entretanto el profesor Fernández sigue presidiendo la pandemia, tarea que se le ha asignado en exclusiva y donde se siente cómodo, una especie de presidemia donde lo asiste su gabinete de científicos expertos, que le sigue recomendando conductas personales, como la de no ir a Rosario, tal vez porque la emisión de gotículas con coronavirus que producen los silbidos y abucheos es muy elevada. Habría que cambiar la firma de Argentina Presidencia de las generosas pautas por Argentina Presidemia, sería más preciso. El ministro Stiglitz-Guzmán se dedica con exclusividad al default, por su parte, y el gobernador de Buenos Aires a martirizar al Jefe de Gobierno, condenado a prohibir los runners para no enfurecer a las villas contagiadas. Por cada villa aislada hay que aislar un country, y por cada feriante prepoteado hay que prohibir a un golfista. Nuevas consignas de la lucha de clases.
La combinación de ataques sobre la actividad agrícola y la exportación en general, y aún sobre la importación, esencial para cualquier recuperación industrial por mínima que fuere, que ya luce redundante comentar, hacen dudar tanto de la suerte del crecimiento relativo del PBI, aún desde el pobre piso al que se está llegando, y también de la supuesta recuperación de las exportaciones, ofrecida como un índice para el interés de los nuevos bonos a los acreedores, que no pudieron tomar en serio la propuesta so pena de ser denunciados por sus inversores por perjudicarlos y por sus amigos por desequilibrados.
Cabe preguntarse si la nueva prédica del Nobel Stiglitz, de anular el uso del PBI como modo de medir el crecimiento, no tiene que ver con el fracaso de todas sus propuestas que fueron escuchadas por sus seguidores con iguales resultados. En algún punto se asemeja a Cristina: cuando no le gustan las consecuencias de lo que hizo o dijo, cambia la regla de medición.
Por estos días Uruguay, que está siguiendo caminos totalmente opuestos a Argentina tanto en lo sanitario como en lo político y lo económico (y también en los modales) está modificando su legislación para hacerla más atractiva para los argentinos industriosos despreciados en su propio país. Ni haría falta estímulos, a esta altura de los hechos. Se recordará que también en el primer ciclo peronista Uruguay fue el refugio de las libertades, lo que le ganó el odio del inventor del peronismo, como luego de la señora de Kirchner. Siempre molesta tener un espejo cerca donde mirarse.
En medio de tantos errores el peronismo persigue ahora la reforma de la Corte (amenaza profiláctica) que usaron varios presidentes y algunos llevaron a cabo, y que siempre es política, con cualquier argumento. También sigue avanzando en su plan de sembrar de jueces amigos el sistema y de licuar el poder de los temidos jueces federales, más cambios en los códigos y en cuanta coyuntura le de poder, como el cambio de dependencia de las escuchas de la Corte al Ministerio público que ya sabe que le será adepto. Como broche de oro, sigue soñando con la reforma de la Constitución que tanto le molesta.
Y aquí vuelven los optimistas a sembrar tranquilidad explicando que el gobierno de Cristina no tiene mayorías calificadas como para impulsar el cambio. Son seguramente los mismos que impusieron aquél eslogan: “No vuelven más”. El peronismo no se divide a la hora de votar lo que le importa. Se encolumna por lealtad o solidaridades, busca argucias como ahora Lavagna con su proyecto alternativo de expropiación de Vicentin -que garantiza el quórum- o compra voluntades con su gran billetera política.
También se debe tener en cuenta la cualidad de fanáticos futboleros que tiene la masa peronista, capaz de digerir la epopeya de Boudou y darle sentido épico, o la estafa a los jubilados con aportes, luego de las promesas de Fernández, o el manoseo de todos los jueces a los que en serio cree malignos enemigos de la bipresidente, la improvisación o apoyar a funcionarios y funcionarias incapaces y carísimos rigiendo sus destinos que los entierran más cada día.
Por eso no es demasiado audaz anticipar que luego de anular las PASO, su propio engendro que inventó cuando le convenía y ahora quiere borrar, con el país asesando, con las Pymes, los trabajadores y todo el sistema económico convertidos en mendigos del estado, y probablemente con los que puedan huyendo en masa, y con millones que nunca trabajarán, Cristina Fernández cambiará la Constitución. Los pasos de Chávez, su socio económico, copiados casi milimétricamente.
Lo grave, lo frustrante, lo triste, es que esta nota se podría haber escrito varias veces en la historia. Y se volverá a escribir.