POR NICOLAS LEWKOWICZ
El fin de la Segunda Guerra Mundial fue el momento de inflexión histórico más importante de la civilización europea desde las postrimerías de la edad media. Por primera vez en la historia de Europa, el legado de Occidente pasa a estar en manos de un poder extracontinental, los Estados Unidos, que dan la estocada final a la herencia tradicionalista del continente . Esto invita por lo tanto trazar un breve hilo histórico que sirva para entender el advenimiento de dicho fenómeno y sus consecuencias materiales y espirituales para Europa.
El advenimiento de los totalitarismos europeos luego del fin de la Primera Guerra Mundial aceleró el ocultamiento de la cultura tradicionalista en Europa . El nazismo, el fascismo y el comunismo soviético fueron movimientos modernistas por antonomasia. Si bien en la Italia de Mussolini y en la Alemania de Hitler se hacían referencias a ciertos elementos míticos, estos estaban totalmente desconectados de la tradición sagrada de la Europa cristiana .
Por otra parte, el nazismo y el fascismo habían colaborado asiduamente con las potencias liberales; las cuales veían a estos movimientos como un muro de contención del comunismo. En definitiva, estos fenómenos ideológicos no facilitaban la construcción de un camino político propio que tuviera que ver con la identidad cultural de las naciones europeas; es decir, necesariamente divorciada del liberalismo, pero también del modernismo vertiginoso que emanaba de los Estados Unidos .
La destrucción física del continente europeo le dio a los Estados Unidos la oportunidad de ver al sistema económico y político de las naciones derrotadas (y putativamente competidoras) como tabula rasa , a ser recreados de modo que se adecuaran las necesidades geopolíticas de Washington. La política exterior estadounidense demostraba ser el producto de una filosofía política supuestamente inmaculada, pura y perfecta, que serviría para adiestrar ideológicamente al Viejo Continente y eliminar la posibilidad del conflicto entre las naciones que la componen.
UNIÓN COMERCIAL
La acumulación de recursos industriales en el continente europeo durante la Segunda Guerra Mundial hacía propicia la conformación de un sistema industrial integrado y ligado a un área de comercio liberalizado con los Estados Unidos, facilitado por el Plan Marshall . La ayuda otorgada por los Estados Unidos servía para facilitar la absorción de esos recursos industriales en un sistema de comercio liberalizado. No fue filantropía, a pesar de que “Occidente” operaba como un lugar común en la intelectualidad estadounidense destinada a movilizar apoyo político para fomentar la presencia de los Estados Unidos en el “perímetro industrial” (Europa Occidental y Japón), como lo definiera George Kennan.
A los valores políticos tradicionales de las naciones europeas se le superpone la idea liberal de una unión comercial, basada en la integración de los recursos energéticos, una zona de libre intercambio y normativas comunes.
Los recursos industriales de los principales países europeos (salvo el Reino Unido) se habían incrementado sobremanera como consecuencia del conflicto bélico. Estos quedaron casi intactos, ya que los Aliados contaban con esos recursos para absorberlos a un área de libre comercio luego del fin de la guerra.
La necesidad de recrear a Europa Occidental desde el llano, sumado al hecho de tener una población joven y una alta inmigración interna (del sur al norte en Italia y de otros países europeos en el caso de Francia y Alemania) hizo que Europa Occidental se reconstituyera económicamente en un periodo bastante breve. La idea kantiana de una “República Comercial” suplantaba así a la idea de Europa como archipiélago civilizacional de distintas culturas, como lo describe tan bien el filósofo italiano Diego Fusaro.
Por otra parte, hay que definir qué es la “Europa” creada luego del fin de la Segunda Guerra Mundial—básicamente, los países con mas concentración de industria: Alemania, Francia, Italia y los países del Benelux (Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo), miembros fundadores del Mercado Común Europeo. Las consideraciones económicas se sobreponían en todo momento a las que tenían que ver con cuestiones civilizatorias; mas allá de las arengas occidentalistas usadas para diferenciar a Europa Occidental del comunismo propulsado por la Unión Soviética dentro de su área de influencia.
Cabe destacar que la idea de manejar a Europa como espacio económico tiene precedentes en la historia reciente. La fragmentación natural de Europa nunca fue un impedimento para mancomunar esfuerzos en el área económica, sobre todo hacia fines del siglo diecinueve, debido al proceso de industrialización de Francia, Alemania y mas tardíamente Italia. El ordenamiento económico pergeñado luego del fin de la Segunda Guerra Mundial se supeditaba a acatar los principios del liberalismo; ideario político que no se ajusta totalmente a la cultura política de las naciones europeas, en cuarentena geopolítica desde el fin de la contienda.
FIN DE LA HISTORIA
El signo mayor de la derrota europea fue la eliminación de la posibilidad de conflicto interno y la entrada en una etapa post-histórica, basada en el bienestar económico. Dario Fabbri, experto italiano en geopolítica, señala correctamente que las potencias no viven en un “fin de la historia.” Las potencias, según Fabbri, actúan para la gloria; lo cual conlleva la necesidad de instrumentalizar la violencia. En este sentido, los Estados Unidos movilizaban su política exterior a través del conflicto; el cual también servía para disciplinar a su población.
La derrota europea se manifiesta en su imposibilidad de instrumentalizar el conflicto y en relegar el concepto de “enemigo”, tan fundamental en el área política , como lo describieron Carl Schmitt y Augusto del Noce, entre otros.
Paradójicamente, es la “otra” Europa, la que está más allá del Elba, dominada por la Unión Soviética, la que logra mantener sus valores tradicionales. Luego de la formación de la Unión Europea, esta se une al sistema de intercambio económico (el cual es básicamente la extensión del sistema industrial alemán) rechazando la extendida e intrusiva normativa común en distintas áreas de la vida social.
La verdadera derrota europea es su derrumbe como civilización , el cual no parece haber tocado fondo. Es no poder actuar soberanamente acorde al destino individual de cada una de sus naciones. Al eliminarse la posibilidad de conflicto interno, debido a la ocupación estadounidense y al tener que acatar un sistema de reglas comunes, se elimina la posibilidad de reestablecer una identidad propia y un proyecto común que tenga en cuenta las diferencias entre las naciones del continente . El bienestar obtenido (el cual no tiene precedentes en la historia moderna) es un paliativo que cada vez se parece más a una enfermedad, debido a los cambios radicales a los cuales hay que adaptarse para mantenerse. La senectud del continente y su incapacidad de reproducirse biológica y culturalmente son el fenómeno mas acabado de una realidad cada vez más distorsionada.
Las derrotas no son eternas. Los Estados Unidos están en pleno proceso de retirada geopolítica. En algún momento se irán de Europa. Volverán entonces la historia y la tragedia al Viejo Continente. Y será quizás de frente al abismo cuando Europa tenga su oportunidad de redención espiritual.